Cuando, por las noches, finalmente me detengo, inevitablemente
vuelvo a pensar en ti. Ya ni siquiera soy capaz de fingir lo contrario; tampoco
hago el esfuerzo de negarlo. Dejé de contar los días, las noches, las lluvias, los
veranos, que han transcurrido desde tu partida porque también el mundo se
detuvo en ese entonces. Solamente el abeto que plantamos juntos continúa como
si nada hubiera cambiado.
Sí, hablaré del abeto porque es más
fácil que mencionar cualquier otra cosa de las que suceden por las noches en
este lugar.
No
ha dejado de crecer, ¿sabes? Tanto que durante el día oculta con su sombra lo
poco que queda del hogar con supimos construir. Hoy ni siquiera me atrevo a
ingresar allí, y no porque se haya ido desmoronando poco a poco, sino porque
conozco cada detalle de lo que sucedió en su interior.
Por las noches, cuando finalmente me
detengo, luego del trabajo del día, oculta en parte las estrellas que marcarían
tu camino de regreso. Lo sé y no puedo hacer nada al respecto.
Miento,
una vez más. Podría talar el abeto y despejar los cielos nocturnos, contemplar
las estrellas y marcar las constelaciones que inventamos en nuestras primeras noches
aquí creyendo que nos guiarían a lo largo de todo el universo. Aún es posible ubicar
las más brillantes de ellas, pues continúan casi en el mismo sitio a pesar de
todos los movimientos, y reconstruir el camino que hemos recorrido juntos o por
separado. Pero dudo que sirviera de algo más que para distraerme
momentáneamente.
Jamás
hubiera creído que de aquella diminuta semilla pudiera crecer, en apenas un
palmo de tierra fértil, árbol tan grande, tan alto, tan grueso, tan fuerte y
con tanto para dar. Sería un crimen, si es que no algo peor, el talarlo. Ello me
condenaría a la misma soledad de la que, de una forma u otra, pretendíamos
escapar.
Aunque
es cierto que, después de todo, la soledad no resultó ser tan terrible. No era
tan mala idea el tener un espacio para la introspección. Claro que era la única
opción posible ayudada por el silencio apenas roto por el susurro del viento en
las ramas del abeto, o por los golpes de los ocasionales trabajos que realizo
junto con las pocas máquinas que continúan funcionales.
He solucionado la mayor parte de los
problemas que me atormentaran a lo largo de mi vida; es cierto que en la
mayoría de los casos era suficiente con dejarlos de lado. En otros, en cambio, se
requería más trabajo. Pero tenía todo el tiempo que quisiera para ello entre
esperar tu regreso y el incesante crecer del abeto.
Practiqué,
hasta que logré hacerlo bien, aquellas cosas que no sabía hacer. Adquirí
habilidades por completo nuevas para mí y necesarias para sobrevivir en este
sitio tan inhóspito.
Me siento alguien completamente diferente
a quien era a tu partida; sé que no querrás creer en mis palabras, por lo que te
evitaré la enumeración de mis escasos logros, mis limitaciones y los problemas
que fueron surgiendo; es cierto que en la mayoría de los casos era suficiente
con dejarlos de lado esperando a que se solucionaran por sí solos o desaparecieran
sin más.
Comienzo a repetirme; algunas cosas
continúan tal y como siempre lo fueron.
Como las excusas que envía la compañía
minera cuando recuerda que continuamos perdidos en este asteroide que, de manera imprevista según todos sus
cálculos, escapó de su órbita habitual. Renuevan sus promesas de rescate en
cada breve comunicación que logro captar con los obsoletos restos de anteriores
campañas de extracción que encontramos aquí, los que de poco servían y con los
que debimos apañarnos durante años. Sé, también, que no han encontrado la
cápsula de rescate en la que pretendías alcanzar el puesto de seguridad más
cercano, aún cuando la misma no estuviera preparada para un viaje semejante. Por
eso todavía confío en que volverás a mí.
Pero tengo que confesarte algo que
solo hace unos pocos días pude poner en palabras: He perdido las esperanzas en que
la compañía cumpla con su palabra de ayudarnos. Lo más extraño de toda esta
situación es que esto sucedió mucho tiempo después de darme cuenta de que tus
promesas eran, también, una mentira.
La imagen tal vez no se note, pero es un abeto, de noche.
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En la página web El Ojo de UK de la ciudad de Monterrey, México, se ha publicado el cuento El
volumen en octavo.
En la revista digital El Narratorio N° 39 se ha publicado el cuento Iniciación.
Pueden pasar y leerlos cuando quieran.
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19 comentarios:
Desconozco qué tan bueno ha de ser eso de que algunas cosas nunca cambien...
Quizá nunca lo sepamos en verdad.
Nos leemos,
J.
Un superviviente el abeto, se mantiene vivo pese a todo. ¿No será de plástico como esos que venden para Navidad?
Saludos.
Yo creo que todo, absolutamente todo, cambia... o al menos cambiamos nosotros y nuestra manera de ver aquello(s) que nos rodea.
La foto es especial, muy buena.
Un beso.
Buen giro argumental de los últimos párrafos.
Siempre es bueno que las cosas cambien... pero no mucho (a menos que se busque una revolución y se agan cargo de las consecuencias)
De todas maneras, más tarde o más temprano, la muerte pondrá las cosas en su lugar... uufff creo que esta página ya me ha contagiado su estilo
Abrazo J!
Ah, abeto... a Beto dejalo tranquilo
(perdón, fue inevitable)
Muy interesante el giro de la historia, cuando lo que se prevé es otra cosa distinta.
No dejas de sorprender,José.
Me encantan tus relatos!
Descoloca el giro que das a la historia en los últimos párrafos, un texto con un trasfondo sorprendente.
Da mucho para reflexionar.
Saludos Jose
yo no creo por ejemplo que los barrios cambien nosotros cambiamps a diario saludos
Bonito relato, un cambio inesperado trastoca la idea que tenía sobre lo que nos tratabas de contar.
El abeto rojo, que es el que existe en el Pirineo, donde voy a descansar muchos fines de semana, tiene una vida muy longeva y una altura de 20 a 50 metros, pudiendo alcanzar perfectamente los 60 y aguanta muchos tipos de clima.
Es el árbol por excelencia de Navidad.
Saludos
Un relato una fascinación, y más si hay un centro de gravedad (el abeto), para señalar la soledad, no importa en que hueco del universo. Si las cosas cambian, es porque uno cambia. Un abrazo. Carlos
Gracias por su paso por mi blog: lajorobadelcamello.blogspot.com/
No hay mucha posibilidad de cambios, cuando en realidad la vida nos marcó el sendero al que nunca dejaremos de recorrer.
Abrazo
De lo intimo a lo estelar en rara y sutil combinación.
Y por no hablar de ella saliste por los cerros de Úbeda....
A veces ni cambiando de tema podemos evadirnos del problema....
Besos
La soledad y el silencio que se logra sentir en la pequeña atmósfera en la que crece el abeto es mágica. Tu blog es un sitio para aprender a narrar, un lugar donde uno siente que podría conseguir un poco de la poderosa imaginación que tienes. Excelente relato, José.
Ariel
La soledad no es mala si uno es feliz.
Besos.
Amigo, y que mejor que compartir la soledad con la naturaleza... Encantada de leerte de nuevo, un gran abrazo.
No me esperaba el final, creí que el protagonista había matado a la chica y la había enterrado bajo el abeto (creo que tengo que ver menos películas de intriga). Se me antoja un montón de reflexiones: la soledad, las promesas incumplidas, la frialdad de las empresas, el rescoldo del amor... Un lujo de texto. Gracias.
Pero no hay que perder la esperanza, la esperanza es buena compañía para el corazón.
Bs.
Excelente blog...
Abrazo.
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