sábado, 9 de febrero de 2019

Abedul (desde las tierras calientes)

Al despertar lo encontramos entre nosotros. 
    Sin explicaciones ni presentaciones, como si fuera uno más de los nuestros cuando claramente no lo era. 
    Nos indicó con gestos y mímicas de trabajos cuanto debíamos hacer para purificar nuestras tierras, nuestros cuerpos, nuestras mentes reparando el daño de milenios de depravación. Algo que él mismo dijo estar haciendo desde el comienzo de su vida. 
    Como no se trataba del primero en llegar a nosotros con un mensaje similar, no creímos en ninguno de aquellos gestos. Su lengua, cortada de raíz, y la irregular cicatriz que rodeaba su cuello, eran señales inequívocas de que se trataba de uno de los tantos falsos profetas que rondaban la región buscando su sustento. Y, de no encontrarlo, buscaban quienes creyeran en ellos. Los conocíamos bien, y nos burlábamos haciéndoles hablar sin creer en ninguno de sus gestos. 
    Pero él era diferente. Había varias razones para que lo fuera, pero la más extraña era que había llegado desde las tierras calientes, desde donde estábamos seguros que no quedaba más que devastación y muerte. 
    La tradición cuenta que allí había comenzado el final de lo que fuera antes, y que nosotros, allí, en aquel poblado, éramos los que más cerca nos encontrábamos de ese mítico lugar. Eso explicaba que tantos fabuladores llegaran ofreciéndonos sus prodigios y quimeras, cada una más falsa que la anterior. 
    Nos burlamos de su piel resquebrajada, de sus ojos cansados que parecían haber visto infinitos amaneceres, de sus manos curtidas por cada uno de los trabajos conocidos, de su cuerpo enflaquecido y de su morral remendado tantas veces que imposible saber cuál era su color o su forma primitiva. Eso para o mencionar su contenido. 
    Reímos hasta cansamos, luego lo echamos de nuestras tierras a pedradas, como corresponde, según la ley, las normas, las costumbres, y la tradición. 
    Antes de que pudiéramos detenerlo huyó hacia las tierras calientes. Sin dudas escapó por el mismo camino por el cual había llegado y, tan pronto como lo vimos perderse en aquella tierra yerma y hostil, nos olvidamos de él. 
    Continuamos con nuestras vidas sin preocuparnos, como lo habíamos hecho en los años previos. Era la mejor forma de aprovechar el poco tiempo que teníamos dado lo rápido que envejecíamos por vivir allí, tan cerca de aquel lugar que solamente significaba decadencia y final para los pueblos anteriores a nosotros. 
    Años después notamos los primeros cambios. Algunas tardes, cuando el resplandor del sol no dañaba tanto nuestros ojos, podían adivinarse manchas color verde entre la tierra que sabíamos árida y abandonada. Los pocos nacimientos que se producían en el poblado comenzaron a multiplicarse y, la mayor de las sorpresas, aquellas criaturas nacían tal y como se esperaba que lo hicieran, sin complicaciones para ellas ni para sus madres; los partos se volvían, poco a poco, normales. Dejamos de celebrarlos como un triunfo sobre la muerte cuando alguno de los dos sobrevivía. Comenzamos a celebrarlos como el triunfo de la vida. 
    Durante la primavera anterior una suave brisa, inesperada en casi todos los sentidos, inundó el poblado con aromas desconocidos, con el trino de aves que ignorábamos y el rumor del agua hasta ese momento ausente. La brisa llegaba, sin posibilidad de confusión alguna, desde las tierras calientes; tal vez por eso no nos resultara similar a nada de que solía llegarnos desde allí. 
    Intrigados, como no podía ser de otro modo, pero aún presos de un temor reverencial, unos pocos de nosotros nos internamos en la tierra baldía. Nos escondimos bajo capas y más capas de ropa que, por generaciones, se confió en que podían protegernos de lo que continuaba produciendo muerte en aquel lugar. 
    Caminamos durante días porque, si bien éramos el poblado más cercano, no era cierto que nos encontráramos tan cerca de las tierras realmente calientes; de haber sido así ni tan siquiera hubiéramos sobrevivido un día. El menor indicio de nada diferentes a la desolación y al abandono facilitaba nuestro camino, pero continuamos pues necesitábamos saber qué era lo que estaba sucediendo para huir si era necesario, o para continuar como hasta ese momento, de ser posible. 
    Encontramos un sendero luego de las primeras estribaciones formadas por la escoria de lo que fuera que allí hubiera sucedido. Árboles desconocidos, esbeltos algunos, desgarbados otros, de un verde pálido que oscurecía a medida que avanzábamos, nos dieron la bienvenida. Suponíamos que su follaje eran las manchas que se veían en el poblado, pero nadie quería mencionarlo por temor a que las palabras pudieran destruir lo que nuestros ojos nos mostraban y nuestro entendimiento era incapaz de aceptar. 
    Nos internamos en aquel inesperado e inexplorado bosquecillo sin saber si debíamos temer la presencia de animales silvestres, cuando no salvajes, o de algo más grande que las aves que nos recibían con sus cantos y sus vuelos de rama en rama. Aves que, sin darnos cuenta nos guiaron hasta la tierra yerma del otro lado de los árboles donde, en medio de tanta aridez y desolación, en algunos pequeños lugares la tierra se encontraba removida, trabajada, preparada, en pequeños hoyos. 
    Junto a uno de ellos, con un trozo de hierro herrumbrado que no representaba ayuda alguna contra la dura y aplastada tierra, lo que parecía ser un hombre, se afanaba en su trabajo. Podría haber sido cualquiera, pero aunque había enflaquecido al punto de que cada uno de sus huesos se marcaba sobre su piel sumamente resquebrajada, la irregular cicatriz de su cuello no nos permitía equivocarnos. Era él que, habiendo sido despreciado por nosotros, continúo adelante sin importarle la soledad y el desánimo. Simplemente continúo. Sus manos, curtidas por otros miles de trabajos realizados, eran la señal más clara de ello. 
    —¿Qué es eso? —preguntó uno de nosotros señalando hacia los árboles. 
    Su respuesta se convirtió en sinónimo de esperanza, anhelo, ilusión, renacimiento y regeneración, de resurgir desde la devastación, de volver a comenzar aunque no hubiera con qué hacerlo, de deseo de posibilidad, y tantos otros sinónimos que se expandieran desde Chernobil hasta Fukushima, desde Atucha hasta la bahía de Jervis, desde Three Mile Island hasta Koeberg, hasta nuestro poblado y también el tuyo, pero también más allá. 
    —Abedul —fue todo lo que dijo. 
    Aquel atardecer supimos que, las tierras calientes finalmente comenzarían a enfriarse.


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El relato breve Desprotección fue publicado en la Revista Digital Íkaro de Costa Rica. Pueden leerlo aquí

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12 comentarios:

José A. García dijo...

Antes de que sea verdaderamente tarde, alguien tiene que indicar el camino a seguir...

Saludos,

J.

lunaroja dijo...

Es un relato desgarrador, de rabiosa actualidad, y con ese sentimiento de impotencia, de incapacidad de poder revertir la situación.
Hermoso leerte!
Saludos!

Cayetano dijo...

Un relato muy apropiado en estos tiempos de cambio climático.
Un saludo.

fany sinrimas dijo...

El camino a seguir está en el bosque de abedules.
Salud, J.A.

Raul Ariel Victoriano dijo...

Un relato con un ritmo y un contexto exquisitos, puestos a disposición de mostrar las consecuencias de la devastación y la promisoria predisposición al resurgimiento. Me gustó mucho, José, la voz de tu narrador.

Guillermo Castillo dijo...

Solemos despreciar al indigente, al pobre de vestiduras tanto como a sus saberes.

Saludos.

gla. dijo...

Es como una advertencia
Aún sigo pensando que si los humanos nos extinguimos...el planeta tiene esperanza de salvarse
Abrazos

Doctor Krapp dijo...

Hermoso texto con connotaciones casi mitológicas y decididamente futuristas.
Saludos

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

Hay un refrán que dice:
que más sabe el diablo por viejo que por diablo y a veces no nos molestamos en oír consejos.
un beso

DULCINEA DEL ATLANTICO dijo...

Jose, un texto demoledor, solo de pensar que pueda pasar lo que nos cuentas en algún momento a la humanidad es terrible. Un respeto a la naturaleza es lo que debemos infundir a las generaciones futuras.
Un abrazo
Puri

Frodo dijo...

Que en un principio le hayan corrido a pedradas me suena...

Escuchar abedul me recuerda instantáneamente este madrigal de Les Luthiers

https://www.youtube.com/watch?v=_x-EXyyr5Gg

Sí, no tiene nada que ver. Hoy me levanté así
abrazo!

José A. García dijo...

Luna: Gracias por tus palabras, también me gusta leerte.

Cayetano: Cambio climático ayudado y negado por la mano del hombre, no lo olvidemos.

Fanny: En algún momento debemos darnos cuenta de ello.

R. Ariel: Gracias Ariel por tu visita y comentario.

Guillermo: Solemos despreciar (y punto). Siempre nos percatamos tarde de todo.

Gla: Claramente, sin la humanidad el planeta continuará viviendo más tranquilo.

Doctor Krapp: Gracias, espero que la parte futurista sea dentro de mucho tiempo.

Magne: Creo que la mayoría de las veces nadie quier oír consejos de nadie, ese es el problema.

Dulcinea: Me parece que no es algo que nos puede pasar, sino que ya no está pasando, aunque muchas personas continúen negándose a entender esa posibilidad.

Frodo: Gracias Frodo, no conocía ese madrigal de Les Luthiers, tienen tanto material que me resulta difícil saber qué vi y qué no…

Gracias por las visitos de tod@s y sus comentarios que, como sostengo siempre, son lo más interesante de este blog.

Nos leemos,

J.