Si se detuviera a pensar en el tiempo que
llevaba recorriendo aquel camino le sería imposible decir cuándo había
comenzado. Tampoco podría decir hacia dónde se dirigía. El calor que azotaba la
rala vegetación golpeaba de lleno contra su cuerpo; el polvo que se levantaba a
cada paso lo envolvía como una nube metiéndose en la nariz y en la boca,
secándosela, recordándole la sed que no dejaba de perseguirlo.
Apenas podía sentir la lengua debajo
de la capa de tierra que se adhería a la poca humedad que perduraba en ella.
Sus ropas eran grises por ese mismo polvo, tan fino y volátil como las cenizas;
sentía como penetraba en cada poro de su piel, en los bolsillos de su desgastada
ropa, entre su cabello descuidado y crecido, así como en la barba de varios
días.
El cansancio volvía torpe sus
movimientos y lentas sus reacciones.
Necesitaba agua para aplacar tan
atroz sed, necesitaba un descanso para recuperar las sensaciones de su cuerpo,
necesitaba comida para continuar.
Como una cicatriz que señala la
existencia de una antigua herida, el camino continuaba hasta donde era posible
ver. Incluso parecía extenderse del otro lado del horizonte. Pero el cansancio
era tanto que apenas sí pudo dar un paso más antes de caer desvanecido en medio
del camino sin atender al lugar en el que se encontraba.
Sin forma de saber cuánto tiempo
había quedado inconciente, sin poder recordar qué hacía allí, por qué resultaba
tan importante continuar adelante o por qué, de manera imprevista en medio de
tanta desolación, una sombra cubría su cuerpo.
Giró, a duras penas, la cabeza y se encontró
con un ciprés que marcaba el inicio de un camino lateral. El recuerdo de las
viejas tradiciones revivió su cansado cuerpo, sus exhaustas energías y la
voluntad de ingresar en aquella finca.
Incorporar le resultó en extremo difícil.
Sentía los brazos y las piernas pesados, como si cada uno de los músculos que
los componían hubiera perdido movilidad, elasticidad y la capacidad de
sostenerlo. Las rodillas crujían cada vez que daba un paso; los tobillos apenas
resistían su peso.
Unos metros después del primer
ciprés, se encontró un segundo árbol idéntico al anterior. Aquel descubrimiento
le devolvió parte del ímpetu que sintiera antes de desvanecerse; sentía que
recuperaba la motivación necesaria para continuar. Pero fue al descubrir el
tercer ciprés que sus energías se revivieron por completo, junto con la visión,
aún a lo lejos, del techo de la finca a la que conducía aquel camino. Pensó en
correr la distancia que aún lo separaba de aquel lugar; pero incluso con las
nuevas fuerzas que sentía, piernas y brazos continuaban igual de pesados y
cansados que al despertar.
Descubrir un cuarto árbol, en
perfecta línea con los anteriores, un quinto luego de ese y más adelante un
sexto, hasta completar el camino hacia la casa lo hizo dudar de cuanto sucedía. Las tradiciones tenían su
límite, el resto quedaba a la voluntad de cada uno el creer o no, pero era
necesario conservar una cierta cuota de veracidad. Con cada paso que daba, el
camino se tornaba menos abandonado, incluso crecía algo de césped, aunque
descuidado, junto a los árboles, algo que no había encontrado antes en su
caminar.
Continuó avanzando lentamente sin
recuperar el completo funcionamiento de sus piernas, por lo que cada paso se
transformaba en un dolor imposible de describir con palabras. Ni con gestos, ni
exclamaciones, ni siquiera con los gemidos que solo aquellos que sufren las
peores aflicciones pueden proferir. En silencio continuó sufriendo como lo
había hecho siempre, como desde pequeño se le enseñara que debía ser.
Finalmente alcanzó la puerta y llamó
con tres leves golpes que quebraron el silencio.
Tanto demoró la atención de su
llamado que comenzaba a creer que no habría nadie allí cuando la puerta se
abrió sin hacer ruido.
—Solicito derechos de hospitalidad
—dijo bajando la cabeza y sin mirar a quien abriera—, mis piernas no me
responden de la manera adecuada para postrarme frente al señor de tan bella
finca —completó.
La nueva respuesta se demoró en
llegar casi tanto como la anterior. Sabía que no podía levantar la mirada hasta
que la puerta fuera abierta de par en par, y solamente entonces podría ingresar
y solicitar comida, un sitio donde sentarse, y quizás algo más. La sucesión de
cipreses similares lo habían confundido.
Le permitieron ingresar, sentarse y
comer hasta saciarse con la comida ofrecida; pero, luego del polvo del camino y
la pérdida de sensibilidad en su boca y lengua, sabía tan desabrido como la
nada misma.
Luego
de la comida, luego de beber el agua suficiente para quitarse el regusto del
polvo del camino, sintiendo algo similar a la comodidad, recordó la duda que lo
atenazara al llegar allí.
—No
tengo palabras suficientes para agradecer la hospitalidad de tan bien dispuesto
anfitrión. Si me permite, en cambio, tal vez pueda usted, responder una duda
que se despertó en mí al ingresar a su finca —dijo contemplando el camino por
la puerta que había quedado abierta.
Miró
a los ojos al inesperado anfitrión, recorrió cada detalle de su rostro durante
el tiempo en que se encontró allí dentro y, aún así, sería incapaz de decir
nada sobre él. Por más que los mirara, aquellos rasgos no quedaban en su
memoria; tan pronto como apartaba la mirada los olvidaba y debía volver a mirar
lo que creía ya conocer. La luz allí dentro resultaba más extraña, ominosa,
irreal, que bajo el inexorable sol exterior.
Entendió
el silencio como una invitación a continuar, ya que de no haber querido hablar,
una sola palabra hubiera sido más que suficiente para detenerlo.
—En
mi pueblo teníamos una vieja tradición sobre la hospitalidad. En ella se dice
que el viajero que encuentra un ciprés en la entrada de cualquier finca, sabe
que hallará allí un plato de comida disponible. Si hay dos cipreses el viajero
recibirá ese plato de comida en la misma mesa que su anfitrión, en señal de
respeto mutuo. Si, en cambio, encuentra tres cipreses, además de la comida el
viajero podrá solicitar un lugar donde pasar la noche.
Nuevamente
el silencio le invitó a continuar hablando, con la seguridad de quien no
incurre con sus palabras en falta alguna.
—En
tres acaba la numeración. La hospitalidad no avanza más allá de esas pequeñas
ayudas. En su camino he visto mucho más que tres cipreses. Eso me lleva pensar
que esta finca bien podría ser otra cosa, ya que el único otro lugar en donde
deliberadamente se encuentran esos árboles es en los… —se detuvo al darse
cuenta la insolencia que estaba a punto de cometer frente a quien respondiera
de manera tan conspicua su pedido de ayuda.
—En
un camposanto —completó el anfitrión. Su voz resonó con una fuerza inaudita en
aquel lugar, como si el sonido de sus palabras reverberara al chocar con cada
objeto del interior de aquella estancia, incluso a pesar de que la puerta
continuaba abierta de par en par.
—No
pretendía decir eso —comenzó a excusarse ante su anfitrión e improvisando una
reverencia en señal de disculpas.
—Uno
al que las almas de quienes ansían continuar con sus vidas, siempre acaban por llegar…
—agregó el anfitrión sin atender a últimas las palabras del recién llegado y
cerrando, con el sordo ruido del chocar de madera contra madera, como el cierre
definitivo de un ataúd, la puerta.
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En el número 28 de la Revista Pélago (en formato digital), pueden encontrar y leer el cuento Nosotros somos Teodoro Kasier. Inédito hasta este momento.
Fin del espacio publicitario.
13 comentarios:
A ver cuándo aprendemos a quedarnos con la duda...
Nos leemos,
J.
Sin duda, es la historia de un náufrago en tierra, de esos perdidos que terminan confundiéndose con la inconmensurable raya del horizonte. solo un gigante, como el ciprés podía ser testigo de tan árida travesía.
Saludos desde Buga, Colombia. Felices fiestas.
Pensión garantizada y gratuita durante toda la eternidad.
Saludos.
I do not understand anything that you write, it is hard for me to comment when I comment. I hope that next year brings you more clarity of thoughts
hugs and kisses
Agua no se le niega a nadie. Un relato que fluye con intensidad, y con muy buenas metáforas. Feliz Navidad Y Prospero Año Nuevo.
Abrazo
NO dejan de sorprenderme tus relatos! me encantan!
Confieso que tanto ciprés,mientras leía, me llevó a pensar que entraba en un cementerio,pero,no por eso es menos original y sorprendente.
Un abrazo.
Sorprendente relato Jose A. desconcertante hasta el final por lo sorprendente. La foto me hizo pensar en un camposanto pero hasta el final me convencí de que era ese el lugar.
Mi enhorabuena por la forma en como lo cuentas y el contenido.
Un saludo
Puri
El avanzar, siempre avanzar, goza de muy buena prensa.
Bien por el relato y por lo comunicado en el espacio publicitario!
salute!
Sera
Dice el refrán de que a quien a buen árbol se arrima buena sombra le cobija,
solo que esa cobertura será ya eterna...
Besos
Fenomenal!
LA última tercer parte del relato fue una jugada magistral, para analizar en cámara lenta con flechitas y líneas punteadas.
Felicitaciones, está a la altura de tus mejores relatos.
Abrazo grande y pasala bien estos días!
Increíble José estoy enganchada a tu forma de escribir, además de que siempre me atrapas con tus historias.
Te deseo unas muy felices fiestas, que el 2019 te traiga todo aquello que anheles y que nos sigas haciendo disfrutar de tu don maravilloso.
Feliz Navidad :)
Gracias por todos los comentarios. Como sostengo siempre, sus interpretaciones y palabras sobre lo escrito son lo que hacen interesante este blog.
Nos leemos,
J.
nada é. tudo está. dos seres vivos à matéria inorgânica, tudo denuncia a passagem do tempo: existir é transmutar.
abrazos desde Brasil.
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