domingo, 4 de noviembre de 2018

Mangle (Refugiados)


Las señales de lo que sucedería estaban frente a nosotros desde hacía mucho tiempo, sin embargo, preferimos ignorarlas, como siempre, para sentir que la responsabilidad sería, en última instancia, de alguien más. Pero sabíamos que algo semejante podría suceder en algún momento.
Cuando recibimos las primeras imágenes desde la ciudad, donde ninguna de las construcciones había resistido cuando la Tierra comenzó a temblar desbocada, a las calles abriéndose dejando a la vista lo que se ocultaba debajo de ellas, a las aguas encabritadas y el diluvio que azotaba la región mientras el viento arreciaba con tal vehemencia que ni siquiera podía estimarse su fuerza, lo sabíamos.
Las imágenes duraron poco tiempo, rápidamente las comunicaciones se cortaron; el servicio eléctrico hizo lo único que podría hacer en una situación similar y dejó de funcionar. El caos se enseñoreó sobre todo lo que el hombre pretendía haber ordenado; la sociedad se descomponía en la medida en que sus miembros no sabían de qué manera reaccionar frente a un desastre natural.
            Nadie tenía dudas de que lo mismo sucedería en el pueblo, pues no estábamos tan lejos de la capital como siempre nos habían hecho creer nuestros representantes, por eso huimos, desbandados como los animales asustados que siempre habíamos sido. Algunos escaparon hacia el sur, pensando que las montañas les protegerían de las lluvias y las inundaciones. Otros se encaminaron hacia el norte, hacia la tierra del frío pensando en lo mismo. Pocos fueron hacia el este, hacia la ciudad, esperando encontrar en medio de la devastación oportunidades de supervivencia; nadie les preguntó a qué se referían, los detalles resultaban innecesarios.
            Quienes preferimos quedarnos, sin haberlo decidido en conjunto, sino cada uno por su lado, para sorpresa de los otros, partimos hacia la costa, hacia los manglares; hacia ese sitio tan inhóspito para el hombre, tan lleno de vida, tan amenazado por nuestras acciones y que, ahora podíamos verlo, resultaba ser el refugio ideal. Intuíamos que protegidos por la propia naturaleza teníamos más posibilidades de sobrevivir; era eso o pensar que no teníamos ningún otro sitio al que ir.
            La tormenta no se detuvo. Siguiendo la lógica de los últimos años, cada nueva tormenta aumentaba su fuerza, su brutalidad, su capacidad destructiva; era algo más que una simple tormenta tropical, superaba los peores tifones y huracanes y cualquier cosa imaginada hasta ese momento.
            El clima empeoraba durante días; el agua subía durante noches completas, como si las mareas fueran incapaces de controlarlas. El viento no se detenía, así como tampoco lo hacía la lluvia, los mangles se agitaban como si quisieran levantarse y huir a la carrera, pero resistían. Como resistíamos nosotros, aunque menos de los que éramos al principio, aterridos de frío e inanición aferrándonos a las ramas, a los troncos, a las raíces más altas, esperando, sin saber qué, pero esperando al fin y al cabo.
            Si teníamos un poco de suerte, porque ni siquiera la esperanza sobrevivía ante semejante azote, en algún momento el clima amainaría su furia. Esa sería la señal de que poco a poco volvería la tranquilidad, las lluvias acabarían, el viento se calmaría, el sol volvería al cielo luego de que las nubes se abrieran para él, las aguas bajarían y recuperaríamos algo similar a la paz junto con la posibilidad de sentir el cuerpo seco una vez más.
            Entonces abandonaríamos los manglares, agradeciéndole a sus mangles el habernos aceptado como refugiados, el habernos alimentado y la protección brindada. Luego, tan rápido como les diéramos la espalda, comenzaríamos a pensar en la reconstrucción, aunque de la antigua México no quedara ladrillo sobre ladrillo.
            Pensaba solamente en eso mientras sentía que mis fuerzas comenzaban a flaquear en medio del frío y la humedad de la noche, con la lluvia golpeando sobre mi cuerpo y el hambre imposible de disimular bramando en mi estómago vacío.

13 comentarios:

José A. García dijo...

Siempre nos damos cuenta tarde de las cosas que resultan ser útiles en verdad.

Nos leemos,

J.

Frodo dijo...

¡Qué buena película apocalíptica!
Propongo a Viggo Mortensen en el papel principal.

Estoy leyendo "Biografía del Caribe". Las cosas que hicieron los piratas y colonizadores... no hay mangle que te salve

Abrazo!

mariarosa dijo...


¿Quién dice que tu historia no puede ser real algún día? La ciudad de México vive en un peligro constante y por lo poco que sé, el mangle tiene capacidades alimenticias y curativas.... un cuento casi cierto. Espero que no sea así.
Muy bueno.
mariarosa

EvaBSanZ dijo...

Leerte parece tan real que asusta, podría ocurrir una catástrofe así. Me encanta!

Un beso

Cayetano dijo...

Un magnífico y estremecedor texto, muy apropiado para esta mañana gris que no cesa de diluviar. ¿Tendré que abandonar la casa e irme hacia los manglares? El tiempo lo dirá.
Un saludo.

gla. dijo...

Me encanta tu historia
Espero leer mas
Es una verdad para un día de estos
Abrazos

lanochedemedianoche dijo...

Tu historia nos habla de cosas que pueden suceder, el hombre algo de culpa tiene ya que no cuida de su bienestar, solo lastima el planeta. Que interesante saber que fuiste protegido por el mangle.
Abrazo

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

y no solo es que nos damos cuenta tarde, sino la cara que se nos queda al comprender todo el tiempo que hemos vivido con cosas sin importancia
besos

Pensando en Haiku, Karin Rosenkranz dijo...

Qué historia! Imagínate si algún día todo pueda hacerse realidad.
Saludos

Mujer Virtual dijo...

El clima está cambiando, José, lugares de México que antes no se veían afectados ahora lo están.
¿Creerás que en un clima seco semidesertico se han tenido que usar lanchitas para transportar a la gente?
¡Sorprendente!

Un saludo

Facu Herra dijo...

Ignorar señales y vivir a destiempo. Una mala costumbre que nunca se nos quita. Gracias por compartir

José A. García dijo...

Gracias a tod@s por sus comentarios e interpretaciones. Es una suerte saber que les resulta interesante lo que escribo.

Saludos y suerte.

Nos leemos,

J.

Lua Seomun dijo...

Los manglares permanecían ahí desde siempre, como guardianes silenciosos. Suerte que al menos algunos lo descubrieron.

Qué buen relato José, como ya han comentado podría suceder... lástima que no cuidemos mejor de la naturaleza que algún día nos podría salvar.

Besos.