sábado, 6 de octubre de 2018

Nogal (Desprotección)


A poco de internarse en el pequeño bosque del otro lado del pueblo, encontró lo que buscaba. El nogal se erguía, orgulloso en su altura y su frondosidad, en medio de otros árboles. Se percató, como decían las ancianas a las que consultara sobre su predicamento, que, debajo de él, nada crecía. La tierra se mantenía húmeda pero sin la menor brizna. Ese detalle había sido cuanta ayuda necesitara para identificar al árbol.
            Giró tres veces sobre sí mismo, giró luego otras tres veces en torno a la sombra del nogal, antes de girar, tres veces más, en torno al tronco del árbol. Solamente entonces pudo cortar las tres ramas que necesitaba. En el pueblo sabían que, por un error que cometiera siendo niño, su vida estaba condenada. La maldición caería sobre él en la noche de su décimo octavo cumpleaños por no haber sabido prosternarse frente a la señora dueña de las tierras de las que el pueblo formaba parte.
            —¡Maldito aquel que, ante mi presencia, no cumple con cada uno de mis deseos! —recuerda las palabras que aún resuenan en sus oídos, así como recuerda el dedo tan recto como extenso y acusador, que apuntaba hacia él, el único que se mantenía de pie en medio de la multitud de prosternados—. La noche de tu decimoctavo aniversario, será tu último acto de rebelión ante mí.
            Su inocencia, su corta edad, no fue tenida en cuenta y la maldad de aquella mujer, de la que se rumoreaban infinidad de noticias, cayó sobre él. De niño nada comprendió, pero sus mayores juraron y perjuraron que estaba condenado a morir en esa fatídica noche.
            Había quienes decían que la señora de esas tierras era una antigua diosa derrotada y desterrada, que conservaba una parte suficiente de sus poderes para gobernar en esos parajes. Otros sostenían que, al paso de los años, siempre se la veía igual, sin envejecer un único día desde su llegada. Nadie podría asegurar haberla visto desmontar de su corcel, ni depositar su cuerpo sobre la tierra; ni siquiera se recordaba haberla visto tocar cosa alguna más allá de las bridas de su caballo.
Había hecho un pacto con el maléfico, si es que ella misma no era el propio mal encarnado.
Cada detalle, cada historia, daban seguridad y certeza al maleficio vertido sobre la cabeza del niño que esa noche, cuando el sol desapareciera en el norte, se haría realidad. Por eso había buscado la única protección posible ante la maldad; al menos es lo que las ancianas repitieran desde el mismo momento en que se pronunció la maldición y sus padres le abandonaran sin más. Una rama de nogal en el alfeizar de la ventana bloqueaba el ingreso de cualquier mal al hogar.
Su casa tenía tres ventanas, así que cortó solamente tres ramas siguiendo los pasos que se le indicaran, y regresó al pueblo sin mirar atrás, sin atender a los susurros del bosque ni a los murmullos del pueblo, sintiendo como se cerraban, no siempre disimuladamente, puertas y ventanas a su paso. La noche se acercaba, la muerte pactada desde hacía tantos años caminaba junto a él; podía sentir su hálito frío junto a la brisa otoñal sobre la piel. No quería morir, como nadie quiere hacerlo.
Solo, ya en la cabaña, se despidió del sol quizá por última vez. Colocó las ramas en cada ventana, y cenó frugalmente pues no estaba completamente seguro de lo que acontecería luego. Un poco más tarde, cuando la luna caminaba por el cielo despejado, se recostó sobre su jergón viejo y raído cubriéndose con una pobre manta esperando a que las ramas del nogal cumplieran la función de protegerlo durante toda la noche. Discurrió hacia los sueños pensando que tal vez debería de haber cortado una rama más para colocar junto a la puerta, pero ya era tarde.
La medianoche quedaba definitivamente atrás cuando despertó. Sabía, porque lo sintió en la piel, en el cuerpo, en el aroma que inundaba la habitación, que ella, la dama, ama y señora de aquellas tierras, se encontraba junto a él.
Más precisamente tendida junto a él, en el mismo jergón sucio y gastado, cubierta únicamente por la áspera manta. Su cuerpo refulgía como una luna llena, pálido, cercano pero también cálido. Sus ojos le miraban como si quiera atravesare el alma y descubrir la profanidad de su ser.
—Te negaste a cumplir mis deseos una vez —susurró subiéndose a horcajadas sobre él, descubriéndole el pecho abriendo sus ropas con el filo de sus uñas—. Te reto a que lo intentes una vez más —dijo sonriendo mientras sus manos continuaban desplazándose hacia su abdomen sin intenciones de detenerse allí.




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12 comentarios:

José A. García dijo...

Parece que al final no eran tan necesaria la protección...

O tal vez si.

Saludos,

J.

Cayetano dijo...

Nada peor que una mujer despechada. Algo bruja, pero mujer al fin y al cabo. Y esperó a la mayoría de edad del joven para cobrar su recompensa.
Un saludo.


















CleveLand dijo...

La buena sombra que cobija las faldas del nogal parece que también podría levantarlas sin vergüenza.
Saludos!

Lua Seomun dijo...

José, me ha gustado muchísimo. Tienes un don para crear misterio, me has tenido enganchada hasta el final y que final... me ha sorprendido, ha sido muy sensual y sugerente. Al final es cierto que a lo mejor el hombre, no está tan descontento con su "castigo"... jajaja

Has creado una atmósfera que me ha involucrado totalmente en la historia, me he quedado con ganas de mucho más.

Besitos.

Frodo dijo...

Muy bien.
Vivo en la calle Los Nogales, y la ausencia de nogal como así también de deseos (cumplidos y por cumplir) es proverbial.

Abrazo!

DULCINEA DEL ATLANTICO dijo...

Los errores no siempre se corrigen fácilmente y tu protagonista sufrió en sus propias carnes el desconsuelo de no tener fuerza para llevar a cabo esa tarea. Al final la señora se adueño de su cuerpo y se supone que gozaron los dos.
Un saludo
Puri

Guillermo Castillo dijo...

Hay que ser un nogal para contrarrestar esos impulsos o desenfrenos que arremeten y no sabes cuándo ni dónde. Así se me antoja la señora.
Saludo amigo desde Colombia.

mariarosa dijo...


Que buena historia José. Una dama siempre busca algún motivo para cobrarse un desprecio y esta vez no iba a ser difícil pagar para uno y cobrar para la brujita.

mariarosa

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

no creo en ninguna protección,
jamás he visto un nogal y ojalá alguien cumpliese mis deseos
besos

gla. dijo...

Me encantó la historia
Ammmmm
Esa bruja sabía lo que hacía
Y el mozo...en fin
Abrazos

unjubilado dijo...

Bonita y misteriosa historia.
En mi tierra ahora es la época en la que los nogales, en muchos casos utilizados simplemente como árboles ornamentales, van dejando caer sus frutos, frutos que aprovechamos los humanos, y anteriormente estando tiernos, son las ardillas las que los utilizan para su subsistencia, cuando las avellanas ya se las han ido comiendo todas.
Saludos

José A. García dijo...

Alguien tiene que divertirse en algún momento.

Gracias por sus comentarios!

Nos leemos,

J.