Lo primero fue dudar de mis
sentidos.
Se nos enseña
que cada objeto, cada persona, cada mínima cosa en el mundo, proyecta una
sombra; por lo tanto, las sombras no existen por sí mismas sino que son el
reverso de aquello que las proyecta. Es entonces que una sombra sin un cuerpo
no podría ser otra cosa que un imposible, un error en el universo, un problema
en la base misma de la filosofía cristiano-occidental.
Acudí
a un oftalmólogo, a quien le comenté la situación y me propuso una batería de
estudios y pruebas que descartaron cada posible afección de mis ojos. No era un
error de mis ojos, no tenía el menor problema visual; si había algo que no
funcionaba correctamente no era yo.
Eso
me tranquilizó brevemente, pero el problema persistía. El hecho de que la
sombra no saliera en las fotografías que intenté tomarle me llevaba a dudar de
parte de mis facultades.
Frente
a mis ojos se encontraba una sombra sin cuerpo, lo cierto era que si no miraba
de manera directa hacia ella, ni siquiera me percataba de que se encontraba
allí. Sin embargo, era incapaz de negar su presencia, su materialidad aun
careciendo de cuerpo, su certeza aun careciendo de duda. Esa sombra, que no era
mi sombra, me pertenecía, al menos en parte.
Me
percaté de ello luego de contemplarla largamente. La sombra permanecía siempre
en un mismo sitio, en una misma pose, detenida en un gesto que despertaba
extrañas evocaciones.
Un
gesto, una pose, una determinación que, poco a poco, recuperó su familiaridad,
su cercanía, su recuerdo. No era alquimia, no era por completo locura, aunque
se encontraba relacionado, de extraña manera, con los problemas que antaño me
atormentaran.
Los
meses en los que la fiebre cerebral apenas sí me dio un breve descanso para
tomar las determinaciones necesarias para poner fin a semejante malestar,
volvieron a mi memoria luego de tanto tiempo intentando suprimirlos e
ignorarlos. Pertenecían a una época en la que había buscado que aquellos
oscuros sueños, junto con el calor que parecía provenir de mi interior, así
como la locura que me pisaba los talones, cejaran en su intento por
aniquilarme. Pero desconocía de qué manera hacerlo y nadie parecía dispuesto a
ayudarme a dar con esa respuesta, a ponerle fin a un predicamento que comenzaba
a asfixiarme.
Una noche,
postrado en aquella cama en la que las sábanas se cubrían con mi sudor
maloliente mezclado con alcanfor y el desinfectante con el que limpiaban los
suelos en aquel hospicio olvidado de la voluntad de los hombres, me decidí.
De
alguna manera que no he podido reconstruir con todos los detalles necesarios
para darle sentido a mi experiencia, un día, sin explicación aparente, la
fiebre remitió. Ya sin esa molestia los extraños sueños desaparecieron, dejaron
de perseguirme cada vez que cerraba los ojos. Fui recuperándome poco a poco
hasta lograr, como no podía ser de otro modo, ser dado de alta para retornar a
mis antiguas ocupaciones. Pero no fue así.
No retorné a
los lugares que me produjeran tanto malestar. Dejé en esa cama cuanto
significaba ser yo, entre medicinas que nada podían y secretas plegarias quién
sabe a cuál de todos los seres que pululan más allá de la comprensión humana.
Jamás
regresé a los lugares que conociera antaño. Me desligué por completo de quienes
me conocían, aun de las personas más cercanas; olvidé mis investigaciones, a mis
colegas. Dejé mi casa, mis recuerdos, los objetos que me ataban al pasado. Nada
de lo que fuera mío me acompañó en el viaje que inicié en la puerta del
hospicio, con ropa nueva aunque de segunda mano, un certificado de salud y una
palmada en el hombro del médico residente.
Desde
ese día no había vuelto a pensar en todo lo que podría haber sido, los lugares
que habría llegado a ocupar, los reconocimientos que quizá hubiera obtenido,
los beneficios económicos y sociales a los que sin dudas llegaría a partir de
mis antiguas investigaciones. Lo dejé todo de lado, hasta que esa sombra
apareció frente a mis ojos.
Una sombra,
más cercana a una silueta, que mantenía el gesto, que replicaba la pose en la
que se encontraba mi cuerpo sobre aquel infecto camastro del hospicio en el
momento en que decidí, de una vez y para siempre, dejar de ser yo mismo para
convertirme en alguien diferente, en alguien que no era yo, dejando como única
prueba de ello una sombra errante y sin dueño vagando por el mundo.
16 comentarios:
Con lo difícil que es llegar a tomar una decisión y que, aun así, algo salga mal...
Saludos,
J.
!!Ay José!!No quiero ofenderte, pero creo que estas pirucho....
Hablando en serio, muy buen texto,dejar atras los malos tiempos, no siempre es facil, pero es necesario. Esa sombra era el pasado, la enfermedad y la locura que te intentaba dominar.
Mariarosa.
María Rosa:
Gracias por la visita. No es ofensa, pero tampoco soy yo; no es más que un relato, no tiene relación, digamos, directa, con mi persona.
Saludos,
J.
Las sombras no atraviesan objetos opacos. Tu sombra puede caer en un muro pero no puede atravesarlo.
Para que un cuerpo haga sombra, la luz debe caer sobre él. Si estás en la sombra, no tienes sombra.
besitos y gracias por tu comentario tan claro y positivo
A mi me ocurrió exactamente al revés, y no es imaginación, es totalmente cierto.
Un objeto a pleno sol y sin ningún tipo de sombra, me ocurrió en Venezuela sobre las 12 horas a pleno sol y esperando a una persona, en un poste de la luz o del teléfono, noté algo extraño, hasta que me di cuenta de que el poste no producía ningún tipo de sombra, el sol se encontraba exactamente en la perpendicular del poste.
Saludos
Hay sombras que se las traen. Van por libre dando sustos por ahí. Desconfía de las personas sin sombra.
Un saludo.
Por cierto tu araucaria, me ha sugerido una entrada, espero que no te sepa mal ya que en realidad no he copiado absolutamente nada.
Nuevos saludos, aprovechando los piñones del mencionado árbol, que por cierto también se dan en España.
una sombra ya pronto serás
una sombra lo mismo que yo....
Una sombra ya pronto serás una sombra lo mismo que yo.
Buen relato, me recuerda al personaje de La montaña Mágica de Mann.
Y pensar que el amigo Eratóstenes gracias a una (o dos) sombra (s) pudo calcular la circunferencia terrestre.
Abrazo
PD: me gusta esa etiqueta
Un relato cargado de "fantasmas", de sombras que acecharon y dejaron de hacerlo cuando el protagonista es capaz de disiparlas. La vida, en definitiva, también es eso: luchar contra las sombras que nos persiguen.
He curioseado en tu perfil y tenemos en común la profesión:)
Saludos
a partir de hoy voy a mirar mi sombras, la verdad es que nunca le he prestado la mayor importancia, pero veo que si.... que merece la pena reparar en ella.
besos.
Madre mía, no me podría haber gustado más!! José, a cada relato que te leo, más y más me agrada tu forma y tu estilo. Ha sido inquietante y me encanta el sentido simbólico de la sombra.
Luego he leído tu comentario, el primero, y... como me ha hecho pensar... a veces me pasa que tardo mucho en tomar una decisión y cuando al fin la he tomado, creo que los hados del destino me favorecerán por el mero hecho de haber dejado de dar la matraca con el tema dando vueltas. Pero a veces no es así, a veces pese a todo, sale mal...
Un besazo.
Al contemplarla larga y detenidamente el recuerdo vuelve y quizás allí está la liberación
Un abrazo
Hola Jose, un relato interesante.
Esa sombra que acompaña a tu protagonista es su propia vida, la que le acompaña como una fiel silueta que no se desprende de él y le indica por donde van a seguir sus pasos.
Un saludo
Puri
Gracias por los comentarios, sugerencias e interpretaciones. Como no me canso de repetir, lo más interesante de éste blog son sus lectores.
Nos leemos.
Saludos,
J.
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