Odio la vida que me tocó en suerte; odio el no
haber sabido elegir qué estudiar cuando era el momento correcto para hacerlo;
odio el trabajo en que me encuentro atrapado por no haber podido estudiar otra
cosa. Odio a mi jefe, a mis compañeros de trabajo, a las telefonistas que no
devuelven las llamadas, las secretarias con eterna expresión de constipación,
los ascensores ruidosos y los silenciosos también. Odio los horarios de
oficina, los quince miserables días de vacaciones y el roñoso sueldo; odio la
necesidad de complacer a los otros en todo momento y nunca poder mandar a la
puta madre que los bien parió a todo el mundo sin peligro de quedarme sin
trabajo. Odio el traje, el saco, la corbata, la camisa y los zapatos que me
obligan a vestir.
Odio
mi casa y sus permanentes goteras; odio el gastar dinero en arreglos que nunca
se terminan, en materiales de mala calidad, en muebles que se desarman y se
rompen de solo mirarlos; odio a ikea y sus diseños de pedante vanguardia; odio
la moda vintage de muebles que no sirven para nada, mal pintados y peor
terminados. Odio la ropa que quieren venderme a toda costa, de colores
ridículos, de formas deformes y precios estrambóticos; odios las modas, los
modelos y las publicidades raquíticas; odio que todo el mundo parezca un
mamarracho caminando y que nadie se oponga a ello sino que lo disfruten o
finjan descaradamente hacerlo.
Odio
el sol que me pega en los ojos mientras camino por la calle; odio el viento
frío que sopla entre los edificios a pesar del sol; odio el no haber traído
abrigo por haberle creído al inútil que presentaba el clima en la televisión
esta mañana; odio la lluvia que se pronostica para esta tarde porque tampoco
tengo paraguas. Odio a la gente que pasa caminando junto a mí; odio sus
sonrisas, sus celulares último modelo y que nos obligan a comprar para
mantenernos actualizados. Odio los autos que tiran humo, las motos que solo
sirven para hacer más ruido y molestar; odio los colectivos, que se demoran y
me obligan a llegar tarde a todas partes, y el olor de las personas que viajan
en ellos, incluido yo mismo, los movimientos bruscos, los cambios de recorridos
porque siempre hay algún problema en las calles; odio al gobierno del
municipio, por todas las razones que pueda enumerar y porque al gobierno hay
que odiarlo de por sí.
Odio
el mundo que me tocó vivir; odio el siglo XXI y sus vaguedades, la falta de
sentido en cualquier cosas que quiera intentarse; odio el haber tenido que
nacer en este país, en esta provincia, a la que también odio. Odio el 2018 en
el que nada de lo que me propuse salió como esperaba; odio a mis vecinos, sus
niños, sus mascotas y sus gemidos en medio de la noche; odio a los que hablan a
los gritos debajo de mi ventana cuando pretendo dormir; odio a los que hablan
por debajo de los decibeles que un humano es capaz de captar cuando se les
pregunta algo de manera directa; odio a los mediocres; odio a los que pretenden
resaltar en todo lo que hacen en todo momento; odio a los que fracasan y a los
que triunfan; odio a los que lo consiguen todo porque no sé cómo lo hacen; odio
a los que lo perdieron todo por ser libres.
Odio
los diálogos de situación; odios las palabras de cortesía; odio los silencios
incómodos; odio el no poder leer por el ruido permanente que invade nuestra
vida; odio la literatura contemporánea por insulsa e insustancial; odio la
literatura antigua por carente de contacto con el presente; odio la poesía que
carece de aplicaciones prácticas. Odio la pintura figurativa y la no
figurativa; odio las vanguardias que sólo querían llamar la atención porque no
tenían otra cosa qué ofrecer. Odio la música y las canciones que abusan de las
rimas más básicas; odio que se denomine música a las cacofonías que salen por
la radio; odio a los que viven en pose de algo que no son para engañar al resto
de la gente que cree en esa pose sin darse cuenta de que son engañados. A ellos
no los odio, a ellos les tengo lástima.
—¡151!
¡Pedido 151! —gritaron desde un costado del mostrador.
Mi
pedido. Menos mal, porque ya no daba más de hambre.
17 comentarios:
Cosas que pasan, dicen.
Saludos y buena semana para tod@s.
Nos leemos,
J.
Si...cosas que pasan
Abrazos
eres "El Odiado"
pues muy mal oye...
hay quite ver siempre el lado positivo de las cosas
Y yo leí tu escrito y me gustó pero no sabía que escribirte porque yo me siento a veces así
¡Parece que el señor se levantó un poco disgustado con el mundo, ¿no?!
:)
¡Oiga usted! Lo siento mucho, pero hoy me voy raudo y veloz de aquí, que ya empiezo a odiar a todo y a todos.
Saludos
Está claro: se odia más cuando se tiene hambre. Con el estómago lleno ve uno la vida con otros ojos.
Saludos.
Todo un descargo. Coincido en muchas de esas.
Falta una que se pare frente al grafitti y diga: "odio las galletitas(cookies)"
El pobre hambriento, hizo un listado que lo debe haber dejado con acidez! (o liberado,quién sabe!)
saludos!
Saben, muchas de esas cosas escritos me están sucediendo. Pero puede más el deber que el desertar. Digo yo.
Saludos a todos donde quieran que se encuentren.
Ese es el problema José, el hambre. Cuando el estomago se pone ruidoso, odiamos a todo el mundo, hasta al mozo medio tonto que nunca llega, por lo lenteja.
Cariños.
mariarosa
Creo que es un sentimiento abismal que no existe, todo lo damos vuelta y tu sales airoso, una genialidad José.
Abrazo
Para eso existen las ideas y la buena prosa, para todo lo demás (dicen) existe una tarjeta de crédito
Abrazo y buena semana!!!
Me gustó todo.
Primera vez aquí.
besos
yo no odio nada ni a nadie, creo que es mejor la indiferencia..
1 beso
Parecía un descargo necesario. Saludos desde El Blog de Boris Estebitan, que estás bien amigo.
Gracias por las visitas y comentarios, como siempre, son lo más interesante de este blog.
Nos leemos,
J.
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