Gracias a uno de esos libros que
solía leer cuando tenía tiempo para ello, para leer, para los libros, para una
vida menos acelerada, conocía una gran cantidad de cosas. Entre ellas, la que
más interés tenía en esos momentos, aquella leyenda mapuche que cuenta que, debajo
de la sombra de una araucaria, no se puede mentir. Nunca se había detenido a
pensar si dicha imposibilidad se debía a la sombra en sí, o al temor del
castigo inmediato que pesaba sobre quien profanara tan sagrado árbol mintiendo a
su lado. Esos detalles no eran importantes.
La
cuestión era ponerse a prueba, a sí mismo, al mundo entero.
Para
demostrar que ese diagnóstico de pseudología fantástica no era tal y que, por
lo tanto, todo cuanto decía era verdad, no una invención de su mente, no una
mentira. ¿Qué le importaba si no habían creído en sus palabras cuando dijo
haber visto esas naves espaciales surcando el cielo sobre su departamento? ¿Qué
culpa tenía si nadie creía que en verdad lo habían llevado a recorrer el cosmos
para demostrar que todo lo escrito por Olaf Stapledon era cierto? ¿No podían creer
que él conocía Laputa, o que un ropero podía llevarlo a otra tierra, pero
confiaban en un aparatito que cabía en la palma de sus manos para comunicarse
con todo el mundo en cualquier momento? ¿Quiénes eran los verdaderos mentirosos?
Los problemas
los tenían los otros, no él, siempre había sido así. Sabía que tergiversar la
realidad era algo que no puede hacerse. Y no, como muchos repetían, porque se
necesitara muy buena memoria para sostener el engaño; sino porque la realidad
siempre logra colarse en ese mundo de fantasía para señalar su impostura.
Por
eso no mentía. Siempre decía la verdad. Incluso cuando debía inventarla. Porque
eso no era mentir. Eso era diferente. Era otra cosa.
Para
demostrar que no mentía decidió realizar ese viaje al sur, a la Patagonia. A esa
tierra cargada de frío y la desolación, prácticamente deshabitada desde las
últimas erupciones volcánicas, donde crece, estoica y ajena a todos los
problemas humanos, la araucaria. Viajaría a pesar de los rumores que hablaban
de horrendas criaturas surgidas de entre el magma fundido y la tierra arrasada que
reclamaban la potestad sobre aquellos agrestes parajes.
Nadie discutía
semejantes afirmaciones, repetidas por la mayoría de los diarios importantes,
como sin dudas lo harían de haber sido él quien las dijera.
Pero
tampoco eso le importaba ya que, luego de sus actos, quedaría demostrado que
sus palabras no eran otra cosa más que verdades absolutas. No lo dudaba. No
podía hacerlo luego de haber gastado sus únicos ahorros en el pasaje hacia esa
tierra; ni siquiera podía hacerlo luego de descubrir que no se encontraba tan
cerca de su destino como le aseguraran en la terminal de ómnibus de la Capital.
Caminó,
en la más absoluta soledad, a lo largo de kilómetros de rutas vacías, de
caminos olvidados y sendas perdidas en medio de la montaña, donde gps alguno
marcaba su posición y solamente la brújula perfectamente calibrada de su voluntad
lo guiaba. Podía ver a lo lejos las sombras de los gigantes disfrazados de
molinos de viento empequeñecidos ante la enormidad de los Andes; el humo de
infinidad de fogatas se elevaba hacia las nubes dándole la bienvenida,
prometiéndole un feliz ascenso entre las catedrales de roca en las que pocos
hombres se atrevían mientras aquel ojo siempre vigilante no lo perdía de vista.
A pesar del
esfuerzo, a pesar del cansancio y la falta de agua que comenzaba a hacerse
sentir, continuaba adelante impulsado por la felicidad.
El
ascenso de las primeras estribaciones de las montañas, ciertamente, no fue
fácil, no sólo por la ausencia de caminos, que peor lo había tenido al escalar
la Montaña Solitaria, sino porque llevaba mucho tiempo sin intentar un esfuerzo
semejante. Su cuerpo ya no era el de antes, cuando era joven y elástico, al
comienzo mismo de la humanidad, cuando todo era nuevo y estaba por descubrirse.
Antes de que la maldad cayera sobre la tierra y el hombre perdiera, luego de aquella
batalla tan secreta como terrible, la inmortalidad.
Sí, lo
recordaba todo sin siquiera pensar en ello, sabía que así había sido. Por eso
se sentía viejo y cansado aunque en los documentos oficiales se dijera que aún
no llegaba a los treinta años de edad.
Dos
semanas después, sin comida, bebiendo agua de dudosa procedencia de entre las
nuevas rocas volcánicas, encontró lo que buscaba. Perdidas entre los picos
andinos, en un pequeño reducto en donde la erupción no había causado estragos,
una pequeña colonia de araucarias esperaba su llegada.
Con
un último y extremo esfuerzo, se arrastró bajo la sombra del más cercano de
aquellos imponentes árboles. Cada uno de sus músculos gritaba pidiéndole un
descanso, cada uno de sus huesos dolía como si se los hubiera quebrado, sus
pulmones ardían, su lengua se sentía como un trapo sucio y seco dentro de su
boca; de sus ojos cayeron dos solitarias lágrimas porque ya no le quedaban.
Rozó, con la punta de los dedos, la rugosidad del tronco de aquel magnífico
árbol.
—Sabía que lo
lograría —murmuró—, nunca dudé de mis palabras.
Cuando,
meses más tarde localizaron su cuerpo, nadie pudo determinar la razón de su
presencia allí, a menos de tres kilómetros del pueblo más cercano. Al parecer
había llegado no desde el pueblo, al cual se llegaba rodeando el cerro donde
crecían las araucarias, sino desde la dirección contraria, donde no había
caminos marcados.
Su
muerte fue más fácil de determinar. Una gruesa rama de araucaria había caído
sobre su cabeza aplastándole el cráneo; tal vez, con un poco de suerte, matándolo
al instante y sin demasiado sufrimiento.
10 comentarios:
¿Cómo saber si obtuvo lo que buscaba?
Saludos,
J.
¡Qué desenlace! Yo no lo esperaba para nada, me tomó desprevenido como el personaje de tu relato. Aunque te estoy diciendo esto y no estoy debajo de una araucaria, la veo en el horizonte, allá por Aldo Bonzi hay una... tal vez es un cedro y es mi ojo el que falla, y tal vez por eso no importará si miento o no.
Abrazo!
Hola José, primera vez que paso por tu blog.
Me ha atrapado tu historia, me ha gustado muchísimo.
La sensación que me ha dado (que no se si lo habré interpretado bien), es que él quizás si dudó en algún momento de que lo lograría y por eso el fatal desenlace.
Me quedo por aquí y te sigo.
Besos.
Por qué hacer el camino más largo, hubiera ido en avión a Bariloche y con llegar a Puerto Pañuelo se hubiera encontrado las más bellas Araucarias. Claro que el cuento no hubiera tenido gracia, mientras que por el lado mas difícil salió un muy buen cuento.
mariarosa
Lo que buscaba lo encontró, eso seguro. Como una leyenda abanicas esta interesante historia, gracias.
Abrazo
Obviamente nunca encontrará la respuesta si ante ese árbol (desconocía su existencia) de puede mentir o no...
a veces las mentiras son hasta necesarias
un beso
Debajo de una araucaria (pehuen en realidad) no tendría caso mentir.
seguro logro y todo lo demás también si de premio abrió semejante puerta!
Me encantó!
Alguien me dijo alguna vez, "no miento porque luego tengo que recordar tanta mentira y se vuelve un caos"
¿Cómo saber?
Un saludo
Que suerte la suya, que cosecho palos en lugar de piñones!
salute José!
Sera
Gracias por los comentarios, como siempre, lo más importante de Proyecto Azúcar.
Saludos y Suerte,
J.
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