sábado, 14 de julio de 2018

Cuando los cerdos vuelen


Supongo que, como la mayoría de las cosas en la vida, comenzó como un juego. Libre, sin limitaciones, lúdico de por sí e indiferente a lo que pudiera suceder en cualquier otro aspecto. Luego comenzamos a crear reglas, leyes, ordenanzas, obligaciones, pagos anuales, mensuales y quincenales, visitas al médico cada dos meses, horarios, formas adecuadas para responder los mensajes de texto, fórmulas para saludarse, y un sin fin más de detalles que nos llevan a olvidar de qué manera debería de ser algo tan sencillo como vivir... Olvidamos que es lo efímero de la vida lo que la torna interesante; sin embargo, trabajábamos de manera tenaz y constante para lograr arruinar cualquier cosa que posea verdadero valor.
El juego había quedado tan atrás que ni siquiera podía considerarlo como un recuerdo, se encontraba demasiado cerca del olvido. Una de esas tardes en las que me encontraba rellenando formularios y planillas que nada decían sobre quién era yo, o cómo era posible que hubiera llegado a ello, noté cómo había cambiado todo, de aquello que ya no era, si es que alguna vez había sido. ¿Cómo era posible que hubiera llegado a pasar mis días de ese modo tan inocuo y carente por completo de valor sin percatarme antes de ello? ¿Dónde era que había errado el camino?
Siempre había dicho de mí mismo que quería evitar transformarme en lo que más odiaba. Claro que, con el tiempo, el odio se torna más laxo, más permisivo, más necesario de ciertas transgresiones si lo que se pretende es sobrevivir. Aplacaba el odio pensando en alguna venganza futura, en algo que cambiaría la realidad (la mía, porque para afectar la realidad de los demás siempre resulta más complicado).
Ese día algo quebró la monotonía de la inercia sin igual que me aquejaba.
Llegué dos horas más tarde al trabajo, sin avisar previamente claro; no porque me hubiera quedado dormido o el transporte público funcionara peor de lo habitual. Simplemente decidí llegar a esa hora y ver la reacción de todos los demás. Algo que no se hizo esperar.
—¿Cuál es su excusa J.? —preguntó el gerente de la empresa luego de hacerme caminar a lo largo de todo el piso desde mi cubículo hasta su oficina bajo la atenta mirada del resto del personal.
—Søren Kierkegaard escribió algo así: "La vida sólo puede ser comprendida hacia atrás, pero únicamente puede ser vivida hacia adelante" —respondí.
Dejé de contar a los veinte segundos, pero fueron muchos más los que demoró el jerárquico en poder articular algo con cierta coherencia que, como no podría ser de otro modo, se trató de otra pregunta.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Cito frases que no comprendo, de libros que no he leído, para sorprender a gente que no conozco y sentirme menos vacío conmigo mismo —debo confesar que venía practicando esa frase desde hacía semanas, por lo que no sonó tan mal, ni tan fuera de lugar después de todo.
—No sé a qué estará jugando hoy J., pero teniendo en cuenta que usted es un buen empleado —dijo mirando algo en la pantalla de su computadora—, y que por lo general no hace gala de faltas de respeto, vamos a hacer de cuenta que no pasó nada. Lo mejor sería que regrese a su cubículo y retome sus tareas.
Asentí en silencio, sintiéndome derrotado sin haber siquiera comenzado a presentar batalla, sin haberme enterado de que me encontraba en guerra, sin conocer el momento exacto en el que habían comenzado las hostilidades y los malos entendidos.
—Ah, y una cosa más —me retuvo el gerente—, solamente el día en que los cerdos vuelen se permitirán faltas de respeto, como la que acaba de realizar, en ésta empresa. Espero que quede bien en claro.
Asentí una vez más.
Salí de la oficina y, antes de sentarme en mi puesto de trabajo fui al baño, necesitaba lavarme la cara, despejar mis ideas, repensar viejos esquemas y, también, orinar.
Al ver lo que alguno de mis compañeros había dibujado en la pared del baño fue más suficiente para tomar la decisión que, pensándolo de manera retrospectiva, llevaba demasiado tiempo postergando.
Esa tarde, luego de pasar algunos minutos retirando mis pocas pertenencias del cubículo, borrando archivos de la computadora y respondiendo algunos correos personales, entre ellos uno al gerente con el que había tenido tan amena charla unas horas antes, y a quien envié una fotografía de mi flamante descubrimiento. Una de las tantas minivengazas que cometía ese día (para no mencionar las monedas fuera de circulación y fichas del parquímetro, que usaba para atacar la máquina de café al menos una vez a la semana.
Me fui sin saludar, como la mayoría de los días,  camino del correo, para enviar mi telegrama de renuncia, comencé a sonreír.


Para quienes quedaron intrigados sobre lo que me encontré en el baño:


14 comentarios:

José A. García dijo...

Ojalá fuera tan fácil tomar este tipo de decisiones...

Nos leemos!

Suerte,

J.

mariarosa dijo...

Por mucho que odiemos al jefe, ellos siempre tienen razon. Gracias por tu mensaje, cuando llegue a casa lo voy a corregir. Reconozco que estaba equivocada y que nunca es tarde para aprender.
Un abrazo.
mariarosa

Frodo dijo...

El gerente no se hará cargo, lo mismo que el Sr. Burns cuando ve volar realmente el cerdo que se le escapó a Homero (todavía sirve todavía sirve).
Gran hallazgo el suyo, yo por lo general encuentro los clásicos dibujos o frases obscenas junto a números de teléfonos.
¡qué feas son las caminatas desde nuestro cubículo hasta la oficina del gerente! Yo creo que al llegar a una entrevista laboral hay que preguntar cuán largo es el pasillo que unirá nuestro cubículo con la gerencia, he ahí la respuesta de cuánto duraremos en ese trabajo

Abrazo

Recomenzar dijo...

Para ser felices sólo necesitamos una guitarra y una muchacha...mmm
dos muchachas.
La guitarra para tocar y las muchachas...
para cantar.
Pero no hay madera para hacer guitarras
¿Por qué no hay madera para hacer guitarras? Porque talan los árboles
¿Y por qué, por qué talan los árboles? Para hacer guitarras.

lunaroja dijo...

Muy buen relato José, sé como decís que a veces no es fácil tomar ese tipo de decisiones,pero, por lo menos,que podamos hacerlo a través de un relato!
Me ha encantado.

guille dijo...

Es cierto, la vida se vive para delante.

Es mas posible que los cerdos vuelen que tener una vida satisfactoria haciendo lo que no nos gusta.

Nabila dijo...

Me ha encantado,las respuestas al gerente muy originales,no se está preparado para la originalidad,porque que hubiera pasado si le hubieras contestado ...me quedé dormido o perdí el autobús...lo que él hubiera esperado, alomejor no hubiera dicho lo de los cerdos, quizás el que hubiera asentido hubiera sido el gerente.Y es que la vida es así efímera y fugaz.Y las utopías no siempre tienen que ser imposibles.

TORO SALVAJE dijo...

No puedo con los cubículos... son prisiones en miniatura... este mundo está cada vez más loco.

Qué sentido tiene la palabra libertad hoy en día.

Cuando los cerdos vuelen seremos libres.

DULCINEA DEL ATLANTICO dijo...

Hola te encontré en el blog de Mucha ( recomenzar ) y me gusta tu forma de escribir.
Tendremos que esperar a que los cerdos vuelen para que seamos felices tomar decisiones como las de tu protagonista que por otro lado ese si que fue valiente.
Nos leemos
Un saludo
Puri

Dyhego dijo...

Necesitamos que los cerdos vuelen. O, por lo menos, ver alguno volar de vez en cuando.
Salu2.

Mundo Aquilante dijo...

Muy bueno!
Avanti piu ancora!!!

Saludos desde Mundo Aquilante

gla. dijo...

Ojalá fuera fácil tomar cualquier decisión
Desde el punto de vista de la fidelidad hacia nosotros mismo
Abrazos

José A. García dijo...

Gracias por todos los comentarios, así como por sus visitas.

No me canso de decir que resultan lo más interesante de éste blog.

Nos leemos.

Saludos y Suerte,

J.

Gabriela dijo...

Buenos relatos,
amerita volver!!
Gracias!