Supongo que, como la mayoría de las cosas en la
vida, comenzó como un juego. Libre, sin limitaciones, lúdico de por sí e
indiferente a lo que pudiera suceder en cualquier otro aspecto. Luego
comenzamos a crear reglas, leyes, ordenanzas, obligaciones, pagos anuales,
mensuales y quincenales, visitas al médico cada dos meses, horarios, formas
adecuadas para responder los mensajes de texto, fórmulas para saludarse, y un
sin fin más de detalles que nos llevan a olvidar de qué manera debería de ser
algo tan sencillo como vivir... Olvidamos que es lo efímero de la vida lo que
la torna interesante; sin embargo, trabajábamos de manera tenaz y constante
para lograr arruinar cualquier cosa que posea verdadero valor.
El juego había
quedado tan atrás que ni siquiera podía considerarlo como un recuerdo, se
encontraba demasiado cerca del olvido. Una de esas tardes en las que me
encontraba rellenando formularios y planillas que nada decían sobre quién era
yo, o cómo era posible que hubiera llegado a ello, noté cómo había cambiado
todo, de aquello que ya no era, si es que alguna vez había sido. ¿Cómo era
posible que hubiera llegado a pasar mis días de ese modo tan inocuo y carente
por completo de valor sin percatarme antes de ello? ¿Dónde era que había errado
el camino?
Siempre había
dicho de mí mismo que quería evitar transformarme en lo que más odiaba. Claro
que, con el tiempo, el odio se torna más laxo, más permisivo, más necesario de ciertas
transgresiones si lo que se pretende es sobrevivir. Aplacaba el odio pensando
en alguna venganza futura, en algo que cambiaría la realidad (la mía, porque
para afectar la realidad de los demás siempre resulta más complicado).
Ese día algo
quebró la monotonía de la inercia sin igual que me aquejaba.
Llegué dos
horas más tarde al trabajo, sin avisar previamente claro; no porque me hubiera
quedado dormido o el transporte público funcionara peor de lo habitual.
Simplemente decidí llegar a esa hora y ver la reacción de todos los demás. Algo
que no se hizo esperar.
—¿Cuál es su
excusa J.? —preguntó el gerente de la empresa luego de hacerme caminar a lo
largo de todo el piso desde mi cubículo hasta su oficina bajo la atenta mirada
del resto del personal.
—Søren
Kierkegaard escribió algo así: "La vida sólo puede ser comprendida hacia
atrás, pero únicamente puede ser vivida hacia adelante" —respondí.
Dejé de contar
a los veinte segundos, pero fueron muchos más los que demoró el jerárquico en
poder articular algo con cierta coherencia que, como no podría ser de otro
modo, se trató de otra pregunta.
—¿Qué se
supone que significa eso?
—Cito frases
que no comprendo, de libros que no he leído, para sorprender a gente que no
conozco y sentirme menos vacío conmigo mismo —debo confesar que venía
practicando esa frase desde hacía semanas, por lo que no sonó tan mal, ni tan
fuera de lugar después de todo.
—No sé a qué
estará jugando hoy J., pero teniendo en cuenta que usted es un buen empleado
—dijo mirando algo en la pantalla de su computadora—, y que por lo general no
hace gala de faltas de respeto, vamos a hacer de cuenta que no pasó nada. Lo
mejor sería que regrese a su cubículo y retome sus tareas.
Asentí en
silencio, sintiéndome derrotado sin haber siquiera comenzado a presentar
batalla, sin haberme enterado de que me encontraba en guerra, sin conocer el
momento exacto en el que habían comenzado las hostilidades y los malos
entendidos.
—Ah, y una
cosa más —me retuvo el gerente—, solamente el día en que los cerdos vuelen se
permitirán faltas de respeto, como la que acaba de realizar, en ésta empresa.
Espero que quede bien en claro.
Asentí una vez
más.
Salí de la
oficina y, antes de sentarme en mi puesto de trabajo fui al baño, necesitaba
lavarme la cara, despejar mis ideas, repensar viejos esquemas y, también, orinar.
Al ver lo que
alguno de mis compañeros había dibujado en la pared del baño fue más suficiente
para tomar la decisión que, pensándolo de manera retrospectiva, llevaba
demasiado tiempo postergando.
Esa tarde,
luego de pasar algunos minutos retirando mis pocas pertenencias del cubículo,
borrando archivos de la computadora y respondiendo algunos correos personales,
entre ellos uno al gerente con el que había tenido tan amena charla unas horas
antes, y a quien envié una fotografía de mi flamante descubrimiento. Una de las
tantas minivengazas que cometía ese día (para no mencionar las monedas fuera de
circulación y fichas del parquímetro, que usaba para atacar la máquina de café
al menos una vez a la semana.
Me fui sin
saludar, como la mayoría de los días, camino
del correo, para enviar mi telegrama de renuncia, comencé a sonreír.
Para quienes quedaron intrigados
sobre lo que me encontré en el baño:
14 comentarios:
Ojalá fuera tan fácil tomar este tipo de decisiones...
Nos leemos!
Suerte,
J.
Por mucho que odiemos al jefe, ellos siempre tienen razon. Gracias por tu mensaje, cuando llegue a casa lo voy a corregir. Reconozco que estaba equivocada y que nunca es tarde para aprender.
Un abrazo.
mariarosa
El gerente no se hará cargo, lo mismo que el Sr. Burns cuando ve volar realmente el cerdo que se le escapó a Homero (todavía sirve todavía sirve).
Gran hallazgo el suyo, yo por lo general encuentro los clásicos dibujos o frases obscenas junto a números de teléfonos.
¡qué feas son las caminatas desde nuestro cubículo hasta la oficina del gerente! Yo creo que al llegar a una entrevista laboral hay que preguntar cuán largo es el pasillo que unirá nuestro cubículo con la gerencia, he ahí la respuesta de cuánto duraremos en ese trabajo
Abrazo
Para ser felices sólo necesitamos una guitarra y una muchacha...mmm
dos muchachas.
La guitarra para tocar y las muchachas...
para cantar.
Pero no hay madera para hacer guitarras
¿Por qué no hay madera para hacer guitarras? Porque talan los árboles
¿Y por qué, por qué talan los árboles? Para hacer guitarras.
Muy buen relato José, sé como decís que a veces no es fácil tomar ese tipo de decisiones,pero, por lo menos,que podamos hacerlo a través de un relato!
Me ha encantado.
Es cierto, la vida se vive para delante.
Es mas posible que los cerdos vuelen que tener una vida satisfactoria haciendo lo que no nos gusta.
Me ha encantado,las respuestas al gerente muy originales,no se está preparado para la originalidad,porque que hubiera pasado si le hubieras contestado ...me quedé dormido o perdí el autobús...lo que él hubiera esperado, alomejor no hubiera dicho lo de los cerdos, quizás el que hubiera asentido hubiera sido el gerente.Y es que la vida es así efímera y fugaz.Y las utopías no siempre tienen que ser imposibles.
No puedo con los cubículos... son prisiones en miniatura... este mundo está cada vez más loco.
Qué sentido tiene la palabra libertad hoy en día.
Cuando los cerdos vuelen seremos libres.
Hola te encontré en el blog de Mucha ( recomenzar ) y me gusta tu forma de escribir.
Tendremos que esperar a que los cerdos vuelen para que seamos felices tomar decisiones como las de tu protagonista que por otro lado ese si que fue valiente.
Nos leemos
Un saludo
Puri
Necesitamos que los cerdos vuelen. O, por lo menos, ver alguno volar de vez en cuando.
Salu2.
Muy bueno!
Avanti piu ancora!!!
Saludos desde Mundo Aquilante
Ojalá fuera fácil tomar cualquier decisión
Desde el punto de vista de la fidelidad hacia nosotros mismo
Abrazos
Gracias por todos los comentarios, así como por sus visitas.
No me canso de decir que resultan lo más interesante de éste blog.
Nos leemos.
Saludos y Suerte,
J.
Buenos relatos,
amerita volver!!
Gracias!
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