domingo, 10 de junio de 2018

Hacia el siguiente universo

La vernissage se había extendido demasiado tiempo, el alcohol había fluido con demasiada… fluidez. Y la noche, pegajosa de humedad y diálogos plagados de referencias pseudoculturales, series de moda, escándalos de la farándula y alusiones que no comprendía del todo, se tornaba insoportaba a medida que los minutos se aplastaban uno sobre otro.
            Esperé lo que me pareció un tiempo prudencial para desaparecer sin que mi ausencia fuera tenida en cuenta y que el dialogo, tan insípido como insulso, continuara sin más. Dos horas. Podría haber huido antes, pero se parecería demasiado a una estampida de búfalos huyendo de cazadores inexpertos en las planicies; como la que se produjo con la llegada de las bandejas del catering y las copas de sidra disimulada como si de champagne se tratara, reforzando el estereotipo de que todo artistas es, en un porcentaje medianamente indecente, un muerto de hambre (¿metafóricamente hablando?). Regalé más de mi tiempo de lo que en cualquier otra situación hubiera aceptado para algo semejante.
            Claro que acceder a la invitación había sido el primero de los errores. Acercarme al lugar el segundo. Llegar antes del inicio, el tercero. Y la lista se tornaba cada vez más extensa a medida que transcurrían los segundos.
            Pero, ¿para qué mentir?, al menos algunos de los bocadillos tenían buen sabor.
            El problema era otro.
            ¿Por qué había aceptado ir? Aun sabiendo que ese tipo de espectáculos resultaba, como mínimo, aburrido, como máximo, demoledor para el humor y la cordura.
            Tal vez por eso, luego de empalagarme con algo que tomé de una de las bandejas sin saber su nombre, ni poder establecer tampoco una descripción medianamente coherente para señalar su filiación, si pertenecía al mundo de lo dulce o lo salado, o a ese otro espacio de lo agridulce, descubrí la mejor ruta de escape: los baños se encontraban en la misma dirección que la puerta de salida.
            Ni siquiera fue necesario el que me despidiera.
            Tan pronto como salí a la calle, hice señas a un taxi vacío. Me encontraba en una de las avenidas del centro donde el barrio se abre paso por sobre la ciudad y el mantener un “Centro Cultural”, o un “Espacio de arte”, o alguna denominación similar, resulta más económico; allí comenzó la segunda parte de mi aventura.
Si, todo lo anterior no era más que el prólogo para comprender cómo había llegado a subir a ese taxi, a saludar al chofer con el habitual gesto de cabeza y decirle que avanzara sin más, que se alejara tan rápido como había cerrado la puerta que ya pensaría hacia dónde ir.
            Pasaron varias calles, creo que alguna avenida, o algo así, mientras esperaba que las burbujas del falso champagne se calmaran en mi cabeza, hasta que escuché la áspera voz del taxista, sin dudas habituado al trabajo nocturno, pero no por ello menos cansado, menos necesitado de sueño(s), descanso, ver el sol dorándole la piel y vaya uno a saber cuántas cosas más.
            —¿Dónde lo llevo jefe? —preguntó. Ignoro realmente qué era lo que más le molestaba de la situación. El taxímetro estaba funcionando y pagaría lo que fuera a consumir; ¿por qué tanto apuro?
            —En la próxima calle gire hacia el siguiente universo —respondí aún con los ojos cerrados.
            El silencio que provocaran mis palabras me obligó a abrir los ojos y descubrir al taxista mirándome por el espejo retrovisor. No había odio en su mirada, ni resignación por ser el objeto de innumerables bromas mal dirigidas y de pésima calidad, ni por la infinidad de pasajeros que no sabía cómo mantener un diálogo de situación. No, no había nada de eso sino que, al contrario, lo que en ellos vi resultó por completo diferente.
            Ese brillo tan fuera de lugar en unas pupilas tan marrones como comunes en esta parte del mundo, ¿era de júbilo?
            —¿Qué…? —comencé sin saber muy bien qué decirle.
            —Llevo años esperando a que sucediera algo así —dijo interrumpiéndome—. Será mejor que se ajuste el cinturón y se coloque el casco.
            —¿Casco? —pregunté mientras veía como él mismo hacía lo que acababa de recomendarme sin poder decir de dónde había sacado el casco que ahora se colocaba. Me hizo un gesto con una mano señalando hacia atrás, allí me di cuenta que llevaba guantes sumamente gruesos y de aspecto pesado (de seguro eran muy caros, en la lógica de los 90s). Detrás del asiento que ocupaba había, efectivamente, un casco similar al suyo. ¿Cómo no lo había visto cuando subí al taxi? ¿Cómo es que no llamó mi atención antes?
            Giró en la siguiente calle, no me fijé si lo hacía en la dirección correcta, tampoco me importaba tanto. Comenzó a aumentar la velocidad más y más, mucho más que ochenta y ocho millas por hora en un lugar que no estaba preparado para algo semejante.
            —¿Qué está haciendo? —le pregunté.
            —¡Póngase el casco! —gritó.
            Con movimientos torpes, de quien nunca utilizó nada semejante, me coloqué esa cosa sobre mi cabeza, el vidrio estaba espejado, era tan negro que apenas sí podía ver. Las ruedas delanteras golpearon contra algo que parecía ser un reductor de velocidad y el salto me hizo golpear contra el techo de la cabina, pues no había llegado a ajustarme el cinturón de seguridad.
            —¡Más despacio animal! —grité.
            —Pero… —respondió más tranquilo el chofer—, era la velocidad de escape necesaria.
            —¿De qué rayos (no usé la palabra rayos, sino otra que deberán imaginarse) está hablando? —dije mirando hacia el frente luego de acomodarme una vez más en el asiento.
            Contemplé ya sin estupor, porque por esa noche había superado la cantidad de emociones a las que podía recurrir para una descripción, el vacío y las estrellas. Una galaxia en la lejanía, un planeta que pasaba a nuestro lado, un puesto de venta callejera de artesanías sobre un asteroide, y tanta negrura que parecía tragárselo todo.
            Mi mandíbula se abrió de tal manera que, de no ser por el casco, habría golpeado contra mi pecho.
            —¿Qué es eso…? —pregunté sin saber muy bien a qué parte de cuanto me encontraba mirando, me refería.
            —El siguiente universo —respondió el chofer—, dos horitas, más o menos, si no hay mucho tráfico, llegamos.
            Miré los números que no dejaban de crecer en el taxímetro junto con otros símbolos extraños y por completo desconocidos para mí. Lo que más me preocupaba en ese momento no era el valor realmente astronómico del viaje, sino la remota posibilidad de encontrar, en algún momento del trayecto, un baño en el cual liberar a mi vejiga de tanto champagne sabiendo que aquella sería la última vez que tomara un taxi al salir de una maldita vernissage.

10 comentarios:

José A. García dijo...

Aclaración innecesaria.
La fotografía es solamente ilustrativa de la situación.

Nos leemos!

J.

Mi nombre es Mucha dijo...

Me pides que te prepare café .¿Pensás viajar?
:) :)

Me gusta el diálogo del taxi..muy porteño muy tuyo

mariarosa dijo...


¿A dónde llegaste...?

En la próxima entrada, relata el final del viaje, llegaron a un punto especifico o sólo fue un paseo espacial?

Muy bueno Jasé.

mariarosa

Nino dijo...

Buenas tardes, José:
Excelente tu relato. Está narrado de una manera muy ágil y resuleto con ingenio.
Un abrazo, José.

lunaroja dijo...

Muy buen relato Jose!
me encanta leerte, tus letras son amenas, ágiles,como dice Nino aquí arriba. No es tarea fácil lograr imprimir un ritmo que no decaiga y que el lector se quede pegado a las letras.
Un abrazo!

TORO SALVAJE dijo...

Yo quiero falso champagne de ese y fugarme al último de los universos y no volver.
Muy bueno.

Frodo dijo...

jajaj Buenísimo J.! Este relato merece un muy bien diez, felicitaciones.
Si los aviones se llaman flybondi, porque un taxi no puede hacer viajes astronómicos.

Ojo, según la imagen (que con razón aclarás que solo es ilustrativa), estabas en otra galaxia, viajando hacia la nuestra.

He tomado taxis que parecen alcanzar la velocidad de escape del planeta Tierra, por suerte he sobrevivido. Y más de un tachero era algo marciano... o lienígena. Eso sí, casi todos ultraconservadores y fachos, un poquito a la derecha de Trump.

Abrazo grande, con la esperanza de que tus relatos sigan por estos caminos

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

dime que te inyectas, yo quiero lo mismo!
voy a tener que empezar a crearme universos paralelos
besos

BEATRIZ dijo...

Emocionante! ya me apunto al viaje.

Saludos, lo comparto en facebook

Recomenzar dijo...

Leyendote por segunda vez.....es sábado y afuera llueve...la nostalgia de un momento

Me gustó el texto hoy mas que ayer

Ando con la fiaca del verano pegada a mi piel recorro blogs escribo poco
saludos