La vernissage se había extendido demasiado tiempo, el alcohol
había fluido con demasiada… fluidez. Y la noche, pegajosa de humedad y diálogos
plagados de referencias pseudoculturales, series de moda, escándalos de la farándula
y alusiones que no comprendía del todo, se tornaba insoportaba a medida que los
minutos se aplastaban uno sobre otro.
Esperé
lo que me pareció un tiempo prudencial para desaparecer sin que mi ausencia
fuera tenida en cuenta y que el dialogo, tan insípido como insulso, continuara
sin más. Dos horas. Podría haber huido antes, pero se parecería demasiado a una
estampida de búfalos huyendo de cazadores inexpertos en las planicies; como la
que se produjo con la llegada de las bandejas del catering y las copas de sidra
disimulada como si de champagne se tratara, reforzando el estereotipo de que
todo artistas es, en un porcentaje medianamente indecente, un muerto de hambre
(¿metafóricamente hablando?). Regalé más de mi tiempo de lo que en cualquier
otra situación hubiera aceptado para algo semejante.
Claro
que acceder a la invitación había sido el primero de los errores. Acercarme al
lugar el segundo. Llegar antes del inicio, el tercero. Y la lista se tornaba
cada vez más extensa a medida que transcurrían los segundos.
Pero,
¿para qué mentir?, al menos algunos de los bocadillos tenían buen sabor.
El
problema era otro.
¿Por
qué había aceptado ir? Aun sabiendo que ese tipo de espectáculos resultaba,
como mínimo, aburrido, como máximo, demoledor para el humor y la cordura.
Tal
vez por eso, luego de empalagarme con algo que tomé de una de las bandejas sin
saber su nombre, ni poder establecer tampoco una descripción medianamente
coherente para señalar su filiación, si pertenecía al mundo de lo dulce o lo
salado, o a ese otro espacio de lo agridulce, descubrí la mejor ruta de escape:
los baños se encontraban en la misma dirección que la puerta de salida.
Ni
siquiera fue necesario el que me despidiera.
Tan
pronto como salí a la calle, hice señas a un taxi vacío. Me encontraba en una
de las avenidas del centro donde el barrio se abre paso por sobre la ciudad y
el mantener un “Centro Cultural”, o un “Espacio de arte”, o alguna denominación
similar, resulta más económico; allí comenzó la segunda parte de mi aventura.
Si, todo lo
anterior no era más que el prólogo para comprender cómo había llegado a subir a
ese taxi, a saludar al chofer con el habitual gesto de cabeza y decirle que
avanzara sin más, que se alejara tan rápido como había cerrado la puerta que ya
pensaría hacia dónde ir.
Pasaron
varias calles, creo que alguna avenida, o algo así, mientras esperaba que las
burbujas del falso champagne se calmaran en mi cabeza, hasta que escuché la
áspera voz del taxista, sin dudas habituado al trabajo nocturno, pero no por
ello menos cansado, menos necesitado de sueño(s), descanso, ver el sol
dorándole la piel y vaya uno a saber cuántas cosas más.
—¿Dónde
lo llevo jefe? —preguntó. Ignoro realmente qué era lo que más le molestaba de
la situación. El taxímetro estaba funcionando y pagaría lo que fuera a
consumir; ¿por qué tanto apuro?
—En
la próxima calle gire hacia el siguiente universo —respondí aún con los ojos
cerrados.
El
silencio que provocaran mis palabras me obligó a abrir los ojos y descubrir al
taxista mirándome por el espejo retrovisor. No había odio en su mirada, ni
resignación por ser el objeto de innumerables bromas mal dirigidas y de pésima
calidad, ni por la infinidad de pasajeros que no sabía cómo mantener un diálogo
de situación. No, no había nada de eso sino que, al contrario, lo que en ellos
vi resultó por completo diferente.
Ese
brillo tan fuera de lugar en unas pupilas tan marrones como comunes en esta
parte del mundo, ¿era de júbilo?
—¿Qué…?
—comencé sin saber muy bien qué decirle.
—Llevo
años esperando a que sucediera algo así —dijo interrumpiéndome—. Será mejor que
se ajuste el cinturón y se coloque el casco.
—¿Casco?
—pregunté mientras veía como él mismo hacía lo que acababa de recomendarme sin
poder decir de dónde había sacado el casco que ahora se colocaba. Me hizo un
gesto con una mano señalando hacia atrás, allí me di cuenta que llevaba guantes
sumamente gruesos y de aspecto pesado (de seguro eran muy caros, en la lógica
de los 90s). Detrás del asiento que ocupaba había, efectivamente, un casco
similar al suyo. ¿Cómo no lo había visto cuando subí al taxi? ¿Cómo es que no
llamó mi atención antes?
Giró
en la siguiente calle, no me fijé si lo hacía en la dirección correcta, tampoco
me importaba tanto. Comenzó a aumentar la velocidad más y más, mucho más que ochenta
y ocho millas por hora en un lugar que no estaba preparado para algo semejante.
—¿Qué
está haciendo? —le pregunté.
—¡Póngase
el casco! —gritó.
Con
movimientos torpes, de quien nunca utilizó nada semejante, me coloqué esa cosa
sobre mi cabeza, el vidrio estaba espejado, era tan negro que apenas sí podía
ver. Las ruedas delanteras golpearon contra algo que parecía ser un reductor de
velocidad y el salto me hizo golpear contra el techo de la cabina, pues no
había llegado a ajustarme el cinturón de seguridad.
—¡Más
despacio animal! —grité.
—Pero…
—respondió más tranquilo el chofer—, era la velocidad de escape necesaria.
—¿De
qué rayos (no usé la palabra rayos, sino otra que deberán imaginarse) está
hablando? —dije mirando hacia el frente luego de acomodarme una vez más en el
asiento.
Contemplé
ya sin estupor, porque por esa noche había superado la cantidad de emociones a
las que podía recurrir para una descripción, el vacío y las estrellas. Una
galaxia en la lejanía, un planeta que pasaba a nuestro lado, un puesto de venta
callejera de artesanías sobre un asteroide, y tanta negrura que parecía
tragárselo todo.
Mi
mandíbula se abrió de tal manera que, de no ser por el casco, habría golpeado
contra mi pecho.
—¿Qué
es eso…? —pregunté sin saber muy bien a qué parte de cuanto me encontraba
mirando, me refería.
—El
siguiente universo —respondió el chofer—, dos horitas, más o menos, si no hay
mucho tráfico, llegamos.
Miré
los números que no dejaban de crecer en el taxímetro junto con otros símbolos
extraños y por completo desconocidos para mí. Lo que más me preocupaba en ese
momento no era el valor realmente astronómico del viaje, sino la remota posibilidad
de encontrar, en algún momento del trayecto, un baño en el cual liberar a mi
vejiga de tanto champagne sabiendo que aquella sería la última vez que tomara
un taxi al salir de una maldita vernissage.
10 comentarios:
Aclaración innecesaria.
La fotografía es solamente ilustrativa de la situación.
Nos leemos!
J.
Me pides que te prepare café .¿Pensás viajar?
:) :)
Me gusta el diálogo del taxi..muy porteño muy tuyo
¿A dónde llegaste...?
En la próxima entrada, relata el final del viaje, llegaron a un punto especifico o sólo fue un paseo espacial?
Muy bueno Jasé.
mariarosa
Buenas tardes, José:
Excelente tu relato. Está narrado de una manera muy ágil y resuleto con ingenio.
Un abrazo, José.
Muy buen relato Jose!
me encanta leerte, tus letras son amenas, ágiles,como dice Nino aquí arriba. No es tarea fácil lograr imprimir un ritmo que no decaiga y que el lector se quede pegado a las letras.
Un abrazo!
Yo quiero falso champagne de ese y fugarme al último de los universos y no volver.
Muy bueno.
jajaj Buenísimo J.! Este relato merece un muy bien diez, felicitaciones.
Si los aviones se llaman flybondi, porque un taxi no puede hacer viajes astronómicos.
Ojo, según la imagen (que con razón aclarás que solo es ilustrativa), estabas en otra galaxia, viajando hacia la nuestra.
He tomado taxis que parecen alcanzar la velocidad de escape del planeta Tierra, por suerte he sobrevivido. Y más de un tachero era algo marciano... o lienígena. Eso sí, casi todos ultraconservadores y fachos, un poquito a la derecha de Trump.
Abrazo grande, con la esperanza de que tus relatos sigan por estos caminos
dime que te inyectas, yo quiero lo mismo!
voy a tener que empezar a crearme universos paralelos
besos
Emocionante! ya me apunto al viaje.
Saludos, lo comparto en facebook
Leyendote por segunda vez.....es sábado y afuera llueve...la nostalgia de un momento
Me gustó el texto hoy mas que ayer
Ando con la fiaca del verano pegada a mi piel recorro blogs escribo poco
saludos
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