Muchos años después (nunca en bueno aclarar
cuántos), por una de esas casualidades de la vida, volvimos a cruzarnos. La
situación era por completo diferente; incluso comenzaba a olvidar todo lo que
había significado el conocernos.
Enamoramiento
es, tal vez, la palabra que mejor se ajusta a esa situación; sobre todo si
tenemos en cuenta la poca edad de ambos en esa época, mi atroz incapacidad para
comunicarme con otro ser humano sin quedar en ridículo, la forma en que había
sublimado cuanto a ella se refería y la necesidad intrínseca de hacérselo saber
recurriendo a las estrategias más inverosímiles y ajenas por completo a la
realidad. Y eso que ni siquiera había alcanzado la adolescencia.
Pero
esto es bastante diferente a una típica historia de superación, redención y
triunfo final como las que nos acostumbramos a ver en las películas porque sus
realizadores no se atreven a contarnos sobre el fracaso, el odio y el resentimiento
sin más. Las insalvables diferencias entre populares, deportistas, animadoras,
estudiosos y otros segregados, que compramos desde cualquier ficción
cinematográfica y televisiva del gran país del norte no son más que eso,
ficciones que resultan evidentes cuando crecemos. Sin embargo, las diferencias
existían. Aún cuando perteneciéramos al mismo grupo y pasáramos horas y horas
en un mismo salón de clases; claro que estar en un mismo lugar con alguien no implica
estar efectivamente con ese alguien.
Y
el dolor, siempre presente, acompañando cada rechazo, cada situación de
ridículo intolerable en la que me colocaba intentando agradarle a fuerza de ser
lo que suponía que ella esperaba que fuera y no ser uno mismo, intentando saber
si al menos le caía bien o si, simplemente, su ignorancia sobre mi persona
resultaba tan supina como lo era para las matemáticas. Años de esa sensación
que me causaba malestar, generaba risas en quienes me veían intentarlo una y
otra vez, y en ella algo cercano al desprecio.
Es
una suerte que la adolescencia termine, por decirlo de algún modo, al igual que
los años de educación más o menos formal en una escuela y la vida se encargue
de separar aquello que en un primer momento no debería de haberse unido pero
que la incapacidad de la sociedad por comprender la diversidad une en un
intento feroz por generar cierta normalidad, cierta línea de mediocridad en la
que nadie resalte demasiado para que los demás no nos percatemos de que tan mal
nos encontramos. Porque finalmente todos somos descartables por igual cuando
dejamos de ser útil a esa misma sociedad que tal vez sobreviviría mejor organizándose
y aprovechándonos de otro modo.
Superada
la digresión, el tiempo pasó, el recuerdo quedó. La vida siguió, la memoria
finge olvidar cosas que en verdad permanecen para mostrarlas en el momento
menos esperado. Lo digo por pura experiencia.
Acabó
sucediendo, de manera irremediable en medio de la tarde, cuando esperaba en la
fila de la caja del supermercado, cuando un algo que sería incapaz de
identificar, me llevó a mirar hacia un costado, hacia la caja siguiente y la
vi. La vida había pasado sobre ella de manera similar a la que, intuyo,
pensarán aquellos quienes me vean ahora. Aún así, esa maldita memoria mía que
nunca se decide por olvidar me hizo saber que era ella cuando sus ojos cargados
de desazón, hartazgo y desdén mal disimulados ante una vida que podría ser
diferente, se cruzaron con los míos.
Deseché
instintivamente cualquier intento de aproximación mientras los versos finales
del tango Mano a mano de Julio Sosa, volvían, también, a mi
memoria. Claro que, en el mundo real, en el mundo en que me tocó vivir, el
mundo en que las cosas que cantaba el tango no ocurren, por lo que el final fue
diferente.
Sin
diálogo, sin consejos para descolados muebles viejos, sin charlas rememorando
el pasado de amigos que nunca fuimos, sin risas fingidas, sin deseos de seguir
en contacto agregándonos como falsos amigos en las redes antisociales, sin intención
de nada, pagué mi compra y me fui.
12 comentarios:
Las incontinencias de la memoria y los problemas que genera...
Saludos,
J.
Esa memoria que a veces se queda sorda.
Un beso.
Hola saludos Jose
hace mucho tiempo que no venía...
Me encantó tu comentario en mi blog
siempre tan galante y amoroso......
Un abrazo compatriota
SOS divino
Jose, es sencillamente la vida misma. Mientras te leía me sentí muy identificada porque cuando suceden esas cosas uno no tiene nada previsto,actúa según lo que en ese momento el inconsciente le "dicte" ya sea acercarse,o no.
A veces es mejor dejar las cosas como están, quedarse con ese recuerdo que permanece alli en un rinconcito de la memoria.
Y nada más.
Yo habría hecho lo mismo!
Un abrazo!
Cómo dice cierto tango, "...también sabe que los años, se morfan cualquier pintura."
¡muy buen texto José!
saludos
Sera
Proyectamos recuerdos en escenarios futuros.
Son imposibles que nos empeñamos en creer.
Saludos.
Dejaste los recuerdos en su sitio después de sacarlos a pasear. Gracias por la invitación. Saludos.
El final perfecto en esta vida que sobrevivimos
Creo que los recuerdos van mejorando con el pasar del tiempo y la realidad es aplastante y cruel
Abrazos
Muy buen relato, pero me quedó claro que si precisa una ayuda, o un consejo vos no vas a ser el amigo que ha de jugarse el pellejo pa`ayudarla en lo que fuera, si se pinta la ocasión.
Todos cambiamos y no nos damos cuenta.
mariarosa
Buen relato. Pega un salto en el final como un fortísimo CHAN CHAN (SOL-DO).
Me hizo recordar una canción de los caballeros de la Quema que dice "dice un tango sabio que hay que saber olvidar..."
y el final a una canción del Indio que se llama "La Piba de Blockbuster"
Mis comentarios, mucho menor a la calidad del texto
Abrazo!
Hiciste bien en pasar de la situación. Si se repitiera quizás... Nada es lo que fue por más que intentemos traerlo al presente. Saludos.
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