Cada tradición contiene un cierto
porcentaje de veracidad entremezclada con una cantidad indefinida de inexactitud;
es lo que la transforma en algo sumamente atrayente e imposible de dejar de
lado, aun cuando se intenten ingentes esfuerzos por lograr algo semejante.
Descubrir
el lugar exacto en el que comienza a forjarse una nueva tradición, una nueva idea
sobre la historia universal, una nueva concepción del mundo, resulta de suma
importancia porque, encontrándose en el momento adecuado, en el lugar justo y
con las herramientas precisas, es posible evitarlo. Para eso se nos paga. Para
mantener un único orden posible por sobre la multiplicidad del caos. Para
destruir las raíces del pensamiento individual, para señalar los límites del
círculo del cual no debemos, bajo ninguna consideración, escapar. Porque fuera
de él no hay nada.
Claro
que no siempre es fácil percatarse de las señales imperceptibles que indican el
inicio de los cambios. En las pocas oportunidades en las que hemos llegado
demasiado tarde las raíces de la creación han temblado, en grado sumo, para
lograr mantener el estado de equilibrio entre lo que es y lo que nunca podrá
ser. El orden entre los que tienen poder y aquellos que sólo pueden anhelarlo.
La
enumeración de nuestros triunfos carece de sentido. La mayoría de los nombres que
podría mencionar ni siquiera forman parte del recuerdo. Tras nuestro paso no
permanece roca sobre roca, ni grano de arena sobre grano de arena, sólo queda
el aroma de la frustración que desaparece poco a poco confundiéndose con el
miedo y la continuación de lo cotidiano.
Si
tienes suerte lo único que percibes ante nuestro paso es una extraña sensación
de deja vu cuando se reescribe la realidad. Si no la tienes, tu existencia
quizá haya sido borrada, de seguro por innecesaria, por los tiempos de los tiempos
y más allá.
Nunca
fracasamos.
Porque
si llegara a suceder algo semejante ese fracaso se convertiría en la nueva
medida de la realidad. En el nuevo sentido de nuestra labor, al que
defenderemos con cuanto recurso podamos poner en juego. Esa realidad será el
omphalo sobre el cual girará nuestra existencia, el centro del universo, el
centro de la vida, un nuevo círculo perfecto en su perfección momentánea.
Y,
lo más probable, tú ni siquiera te darías cuenta. Seguirías con tu vida como si
nada, con los mismos problemas, las mismas miserias y carencias, los mismos
pequeños deseos y mezquinos anhelos que siempre.
Después de todo, los minúsculos
seres que forman tú y los tuyos, nunca se percatan de nada, ni siquiera cuando
se encuentran en el centro mismo de la creación.
12 comentarios:
Me ha interesado mucho tu artículo, porque de verdad,nunca me había hecho ese planteo..
Cuales son esas pequeñas señales que indican el cambio? Porque siempre hay referencias a hechos trascendentes,pero,el inicio no es ese...es mucho más sutil.
Muy interesante!
Las cosas cambian y casi nunca nos damos cuenta...
Saludos y suerte,
J.
Todo cambia mientras, a nuestro alrededor, parece que todo sigue igual. Los árboles no nos dejan ver el bosque. Los árboles cambian y el bosque también. Saludos.
Me encantó tu escrito
Me gusta la palabra ingentes...tanto que lo busqué en el diccionario
Un ambrazo
yo me doy cuenta y preferiria no darme..un texto profundo tal cual SOS vos
Un articulo inquietante pero,me temo,que más real de lo que suponemos.
En un mundo cada día más globalizado,alguien maneja los hilos para que las individualidades de todo tipo se vayan oscureciendo y dando paso a un mundo uniforme gobernado por unos supuestos elegidos que nos llevaran por los caminos ya diseñados por ellos de antemano hasta anular nuestras personalidades.Está ocurriendo ya,basta con mirar a nuestro alrededor.
Interesante. Saludos.
La vida cambia
nosotros cambiamos
crecemos envejecemos vivimos amamos
muy buen texto
Es que resulta imposible, dada la longevidad humana, ser consciente de ello.
En realidad tampoco me quita el sueño.
Si que me hubiera gustado saber antes de morir cuál es el sentido de la vida humana, el universo y sus preguntas trascendentales... pero acepto que moriré y no lo sabré.
Quizás en otra vida.
Saludos.
Somos un pedazo de terracota arrojado a una roca con agua que gira atada a una bola de fuego que baila una danza cósmica, entre otras bolas de fuego que viajan vaya uno a saber a dónde.
¿Y todavía nos creemos el centro del Universo?
Galileo, Darwin, Einstein, Freud... y tal vez Pedro Romaniuk, se revolcarían en su tumba ante tal precepto.
Abrazo
Me quedé pensando en esa idea de conocer para modificar vs desconocer para repetir. Temo que no basta con solo conocer, para modificar hay que accionar y para eso querer y poder... sigo pensando...aparte de eso, muy buen texto José!
saludos
Sera
Todo cambia, pero no percibimos el cambio porque es un proceso lento y no reconocemos el cambio hasta que se consolida.
Interesante, como siempre, José A.
Saludos.
Todos quisiéramos ser un poco el centro de algo, al menos el centro de nuestra propia existencia.
Pocos logran algo semejante.
Saludos,
J.
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