Este tocón, en el que ahora me
encuentro, supo ser un fresno.
—El
árbol favorito de Odín —repetía el abuelo cuando nos encontrábamos cerca de
él—, y el mío también, renacuajo. ¿Sabes por qué?
—No
abuelo… ¿Por qué? —preguntaba siendo el niño de mi recuerdo que ni siquiera
sabía lo que era un renacuajo o quién era el Señor Odín ni por qué mi abuelo
tenía su árbol en el jardín de la casa.
—Porque
un día seré como Odín —respondía sin dar explicaciones.
Varias
veces a lo largo de los veranos de mi infancia escuché la misma respuesta. El
terreno de casa era extenso, y había otros árboles en él, pero al abuelo sólo
parecía interesarle ese árbol, ese fresno, y ningún otro.
—Algún
día seré como Odín —repetía el abuelo.
Antes
de que todo sucediera, tuvo lugar mi adolescencia y, por supuesto, el desprecio,
el horror, hacia todo lo viejo, hacia todo lo vetusto, lo familiar e
innecesario. También crecí, estudié, intenté hacer algo con el arte, pero el
arte no estuvo de acuerdo, trabajé e hice muchas otras cosas antes de
finalmente regresar a la casa de los abuelos en un momento que nada tenía en
común con los días de la infancia (aunque al crecer nunca nada tiene algo en
común con lo que fuera en la infancia, me quedó en claro en esos días).
El
abuelo acababa de morir, la abuela lloraba cuando creía que nadie atendía a lo
que hacía, que nadie estaba allí para verla, pero nos dábamos cuenta. Nos
mirábamos sin saber qué hacer, cómo reaccionar, qué decirle a esa mujer que, a
partir de ese momento, estaría sola por el resto de su vida (y si uso ese verbo
es porque sé que, en parte, es lo que iba a suceder).
Me
escabullí de la situación hacia el exterior, hacia el jardín detrás de la casa,
quería respirar algo más que lamentos y palabras carentes de lugar. Rodeé la
casa mirando el descuidado césped que comenzaba a perder su color, su
vitalidad; cuando por fin llegué del otro lado lo vi.
Habían
talado el fresno.
Yacía
en el suelo en señal de su reciente caída en desgracia. El hacha se encontraba
aún calvaba en medio del tocón mientras las ramas de aplastaban contra la
tierra. Me acerqué con un sentimiento imposible de descifrar, algo más que
miedo, algo diferente, extraño, que hacía su presentación en ese momento tan
particular de nuestras vidas, al menos de la mía.
Años
después, cuando alguien me habló de los sacrificios que debía realizar el dios
de los pueblos nórdicos Odín para obtener la sabiduría, el conocimiento, el
poder y la gloria para sí mismo, volví a sentir algo similar, aunque con mucha
menos intensidad. Una sensación de vacío en la boca del estómago que no me
abandonó en todo el día.
Comprendí,
entonces y no al ver el fresno caído, qué era lo que hacía esa soga amarrada de
una de las ramas más altas, por qué parecía que hubiera sido cortada con
premura y sin cuidado antes de arrojarla al extremo opuesto del patio.
No había sangre, solo desesperación en
aquel gesto.
Sabes
abuelo, pienso ahora, aquí, sentado luego de ver llorar una vez más a la
abuela, nunca serás como Odín; jamás hubieras podido.
Así como este tocón jamás volverá a
ser un fresno ya nunca más.
11 comentarios:
Sí que era grande el patio de la casa...
Saludos,
J.
Que alegria que pasaste por mi blog! pense que te habias olvidado de mi pequeño hogar virtual...ando sensible...jajaja
Querer ser como un dios tiene su peligro...los viejos suelen obsesionarse con algun tema...
Patios eran los de antes y abuelos eran los de antes, no estos que ahora andan con camisetas de fútbol haciéndose los pibes cancheros por la calle.
Abrazo!
cuando tomamos una decisión tan drástica, jamás vuelve nada a ser lo mismo.. que digo yo, que más que un patio, era una finca...
besos.
Yo también despreciaba lo viejo, lo antiguo...
Qué ciego estaba.
Saludos conmovidos.
Cuanto sentimiento en tu escrito. Me emocionaste.
mariarosa
Está muy bueno el relato y el clima que transmite, me sacó una risa la frase "...intenté hacer algo con el arte, pero el arte no estuvo de acuerdo".
Nos leemos. Saludos
Sera
Un relato muy bien escrito,con la proporción justa de intriga y de ternura pero también con la justa porción de dureza ante los hechos humanos sin sentido.
Saludos
Soy abuela. Los veo los beso
No los crío
Tienen un madre maravillosa
y un padre increíble
Mi vida es mía
saludos muchacho...
Te traje azúcar dorada como siempre
para
endulzar tus momentos
Gracias por los comentarios. Como siempre, son lo más interesante que puede encontrarse en el blog.
Impulsan a seguir haciéndolo.
Saludos y Suerte,
J.
Eñ renacuajo supo convencer al arte de que escribir sabe hacerlo muy bien.
Un abrazo
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