Me encontraba frente a un
depósito enorme, como uno de esos tinglados donde guardan los trenes en la
noche; largo, alto y con mucho espacio. La puerta estaba cerrada, con un
candado viejo y oxidado pero que, aún así, parecía en uso frecuente.
Alguien
me había hecho llegar la llave por correo, por lo que pude entrar sin problemas
y ver los anaqueles cubiertos de cajas, bolsas que ocultaban algo en su
interior e infinidad de objetos que me resultaban familiares.
Sumamente
familiares.
Caminé
lentamente por uno de los pasillos y vi cómo se apilaban sin un orden lógico aparente,
libros y revistas que recordaba haber leído, tenido en mis manos y luego
perdido —vendido, o
cambiado o regalado, lo que fuera—. Ropa usada, desgastada, en algunos casos llena de agujeros y
manchas. Hojas escritas, borradas y vueltas a escribir; comienzos de cuentos sin
continuar, poesías desechadas, recuerdos que prefería olvidar.
Continué
caminando porque una curiosidad rayana en lo morboso me impulsaba a ver qué
había más allá. Encontré las casas en las que viví, no sólo las fotografías que
en ellas me tomara, sino las casas mismas reconstruidas al detalle, estaban allí
dentro. Discos, películas en VHS, dvd falsificados, tarros de pintura y
desodorantes vacíos. Lápices de colores a medio gastar, temperas y óleos secos.
La
enumeración no tendría fin, porque todo lo que alguna vez consideré mío, de mi
propiedad, mis pertenencias más pequeñas, así como las más grandes, se
encontraban en ese depósito. Algo me decía que no era nadie más que yo mismo
quien las había colocado en ese caos aparente —y nada normal—, donde comenzaban a cubrirse con una
fina pátina de recuerdo mal disimulado, como cuando se mira al pasado con los
ojos empañados por las lágrimas.
Me
detuve antes de llegar al final del depósito, donde una luz cenital alumbraba
lo que parecían ser refrigeradores. Pensé que quizá hubiera comida, o algo para
beber en ellos. Cuando por fin pude distinguir lo que era fui incapaz de continuar.
Había
personas allí, dentro de aquellos aparatos, en animación suspendida. A pesar de
haber reconocido a algunas de ellas, cuya ausencia generaba más dolor que
cualquier otra cosa, me detuve.
Fui incapaz de
continuar avanzando. Di media vuelta y huí, lo más rápido que fui capaz de
hacerlo, intentando no tropezar con ningún otro recuerdo.
2 comentarios:
Toda la escena, el ambiente, el lugar, los ruidos, sumamente siniestro.
Por suerte no llegué a ver quiénes eran todas esas personas. Pero sigo pensando en ello.
Saludos y Suerte,
J.
Una verdadera pesadilla
Abrazo
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