La nave se acercó lo más posible al
magnetar que debíamos inspeccionar; a partir de allí debíamos continuar con
nuestra cuenta y riesgo.
Los
cinco —dudo en saber
quiénes eran los otros cuatro—
salimos al espacio sin usar trajes especiales, sino como si fuéramos de pic-nic
por el vacío, abrir la puerta y salir. O tal vez la tecnología era tan avanzada
que no hacía falta nada semejante. Como fuera, todo parecía ir bien. Los
instrumentos funcionaban, estábamos cumpliendo nuestra tarea —¿Mediciones? ¿Atrapar la energía que
expulsaba la estrella? ¿Tostarnos la piel? No estoy seguro de porqué estábamos
allí, pero allí estábamos.
Sólo
podría haber una única complicación, y era que llegaran los otros, los que no
eran como nosotros; porque estábamos en medio de una carrera y quien lograra
descifrar cómo utilizar toda aquella energía ganaría —¿La guerra? ¿Un trofeo? ¿Vacaciones en
Bahamas?
Y,
claro, ellos también llegaron justo después que nosotros. El encargado de la
protección del grupo debía atacar, defender a los nuestros, derrotar a los
otros y asegurar nuestro triunfo. Era la pieza más importante del equipo, la
más necesaria, la que no podía fallar en ningún caso.
Sería
mucho más fácil de no haberme olvidado las armas en la nave.
2 comentarios:
Olvido muchas cosas últimamente... Algunas de ellas de verdadera importancia.
Saludos,
J.
¡Hasta en el espacio hay peleas!
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