En la puerta de una inmensa librería
habían colgado un cartel que decía: Se
regala Libro. Por lo que no pude evitar ingresar al comercio y descubrir
que se me habían adelantado una media docena de personas, más o menos, que
miraban con caras en diferentes grados de desesperación las estanterías
cargadas hasta rebosar de libros.
—¿Regalan libros? —pregunté al
ingresar sin siquiera saludar al vendedor que allí me esperaba. Su rostro,
vagamente familiar, no me resultó fuera de lugar.
—Si —respondió sonriendo de tal
manera que parecía mostrar más dientes de los que efectivamente tenía.
—Pero
los regalan. Me los puedo llevar a mi casa y no devolverlos nunca…
—Sólo
uno por cliente —dijo el vendedor.
—¿Sólo
uno? —pregunté repitiendo sus palabras.
—Así
es. Además, el libro que se lleve de aquí será el último libro que usted tendrá
derecho a leer por el resto de su vida. Ya no podrá cambiarlo, ni adquirir
ningún otro. Por otro lado, en el mismo momento en que se decida, su biblioteca
personal será confiscada y ninguno de sus libros le serán devueltos jamás —dijo
sin perder la sonrisa—. Por último, no puede abandonar el local sin un libro. Son
las reglas.
—¿Cómo…?
—pregunté sin comprender.
El
vendedor se limitó a continuar sonriéndome.
Me
dispuse, pues, a mirar uno por uno los lomos de los libros que allí se
encontraba. Tal vez algún día, alguna noche, en algún momento, lograra finalmente
decidirme.
2 comentarios:
Sigo pensando por cuál ne hubiera decidido de haber durado un poco más el mismo sueño...
¿Ustedes saben qué se habrían llevado?
Saludos,
J.
Yo lo tengo clarísimo.
Prefiero comprar libros.
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