Me encuentro en un campo
arrasado, no como si hubieran preparado la tierra para la próxima siembra, sino
como si todo lo que allí hubiera habido alguna vez, hubiera sido arrancado de
cuajo. La tierra lucía removida y arruinada. Intentaba caminar sin tropezar
cuando noté, no muy lejos del sitio donde me encontraba, a un caballo que
masticaba los últimos restos de algo que parecía una planta, pero no puedo
estar seguro de qué era.
Masticaba
mirándome con esos grandes y vacuos ojos negros típicos de los caballos; esos
ojos que es imposible saber si te están mirando o te analizan hasta la fibra
más profunda del ser.
Intento
avanzar, pero no dejo de tropezarme con los terrones mal desarmados de la
tierra apelmazada. El caballo, sin mover la cabeza, o moviéndolo
imperceptiblemente a medida que también me muevo, continúa mirándome. Me
estudia, me analiza, saca sus propias conclusiones que nunca sabré de qué forma
utilizará.
Quién sabe lo
que estará pensando, pero no deja de mirarme.
2 comentarios:
¿Sueñan los caballos con banquetes de alfalfa?
Saludos,
J.
Más que un caballo creo que era una yegua negra
Abrazo
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