Pedaleaba dando su máximo esfuerzo,
imprimiéndole a la bicicleta cuanta velocidad era capaz de generar con sus
enclenques piernas. Era mentira lo que le decía la psiquiatra cuando le contaba
de sus salidas a recorrer el barrio a alta velocidad sobre esas dos ruedas, no
intentaba escaparle a los problemas; él no tenía problemas, eran los demás
quienes lo tenían con él. Era mentira lo que decían en su casa, de que carecía
por completo de contacto con la realidad; si se encontraba allí mismo, en el
barrio, recorriéndolo mientras ellos continuaban encerrados en la casa
discutiendo sobre el futuro que desperdiciaba, según los otros, pensando
únicamente en el presente. Un futuro que nunca sería suyo sino dejaba de
preocuparse por cosas innecesarias y sin sentido —libros, películas, música,
esas cosas que nada valen—. No era asocial, eso lo decían los demás, los que no
comprendían que era posible relacionarse con la realidad de otro modo, de una
manera diferente.
Pero
nada de eso importa su único interés era sentir el viento sobre la piel de su
rostro, sentir el desplazamiento que él mismo creaba, entrecerrando los ojos,
creyendo que el mundo se difuminaba a su alrededor, que aquellos que por alguna
razón aparente estaba mal, carecía de valor. En esos instantes sólo quedaba él,
la bicicleta, el viento ensordeciéndolo —eso le gustaba creer—, entonces podía
pensar, podía imaginar, podía jugar con las palabras, con las ideas, con lo que
podría ser y aún no era, con lo que no era ni nunca lo sería. Montando la
bicicleta podía ser él y nadie más que él.
Claro
que, para tener ese nada más habría que descontar el resto del tránsito, las
señales lumínicas y sonoras que no siempre eran atendidas con la debida
precaución, así como esas pequeñas figuras que aparecían de vez en vez en medio
de la calle moviéndose delante de su camino agitando sus extremidades. El
estado de las calles y las veredas, en algunos tramos, también dejaba mucho que
desear, como lo sabría de la cantidad de veces que acabara en el suelo por no
atender debidamente a su camino. El casco que lo había salvado infinidad de
veces se había quedado esa tarde sobre su cama. Poco importaba ahora.
Lo
importante era el viento y pensar en todas esas historias que crecían en su
cabeza, que se ramificaban en sus venas, en su sangre, hacia sus dedos, que
luego serían transcriptas en los cuadernos que escondía debajo de la cama y que
nadie era capaz de leer. Porque lo que hacía estaba mal, escribir era un arte
casi extinto que nadie pretendía recuperar. Por eso es que algo andaba mal con
él, algo atávico se había manifestado en su gestación, algo que no debía de
encontrarse allí. Algo que las pastillas adecuadas, y el tratamiento indicado,
podrían remediar.
Sabía
que, mientras pudiera pedalear, mientras pudiera sentir el viento sobre su
rostro, lo único que importaba era lo que quisiera pensar.
Quizá
fuera esa la razón por la que apenas notó cuando la rueda delantera mordió el
cordón de la vereda haciéndolo caer golpeando la cabeza, de costado y sin el
casco olvidado en casa, contra el duro suelo de concreto en el instante mismo
en que un portal dimensional se abriera allí donde estaba a punto de caer.
Porque, como muy pocas personas en el mundo lo reconocen, ese tipo de portales
existen, y resultan tan volubles como inesperados.
Inmediatamente
se vio transportado a un mundo el cual los dinosaurios continuaban existiendo
y, por ende, los mamíferos no habían podido evolucionar. Se dio cuenta de ello
al ver que un gigantesco monstruo prehistórico, claramente vivo, se acercaba
hacia él sin darle tiempo a averiguar si se trataba de una criatura carnívora,
herbívora, vegetariana, ovolactovegetariana o vegana; sus mandíbulas abiertas y
babeantes no dejaban mucho a la imaginación entre tantos enormes dientes. Su
aspecto terrible, terrorífico, desalentaba cualquier tipo de especulación;
debía huir, cuánto antes, de allí. Debía correr y…
—Nene,
¿estás bien? ¿La bicicleta es tuya? —preguntó el policía ayudándolo a ponerse
de pie —. ¿Te golpeaste fuerte?
Miró
a los costados sin responder, buscando a la enorme bestia que un segundo antes
amenazara su integridad. Si efectivamente allí estaba, a unos pocos pasos de
él, de este lado del portal interdimensional. Pero la realidad lo había
afectado, lo había transformado de manera inesperada. No, el dinosaurio no se
había convertido en policía, si bien se lo podría asociar con algo tan arcaico.
La transfiguración había resultado catastrófica para la bestia que descansaba,
en ese momento, en la vidriera de la juguetería del barrio, mirándolo aún con
ojos desafiantes sabedores de la verdad.
Ojos
de plástico y pintura, ojos de fantasía.
12 comentarios:
Pero no, la imaginación no es un error. Eso ya lo sé.
Nos leemos,
J.
Sin lugar a dudas este es uno de los relatos que ihiciste "viera" todo lo que contabas. Que lo imagines es bueno pero que otros imaginen lo mismo que tú es un gran mérito. Te felicito.
Un abrazo José
Bendita imaginación. Que triste que algunos no entiendan esta pasión por las letras.
Te vengo a traer azúcar dorada y marrón la que a mi me gusta y mientras te leo me endulzo
Creo que debes de hacerle caso al psiquiatra, la chistera la tiene un poco averiada
besos
Te felicito!! A través de tu escrito he viajado pedaleando, con los cabellos revueltos y el viento en mi cara... Me ha encantado leerte.
Buen fin de semana, besos
Que buena historia, me encanto. Es el tipo de cuento fantástico que me gusta leer, una fusión de Bradbury y Stephen King.
mariarosa
Apa, creí que ya te había calado el estilo ¡y me salís con ese final! Desconcertante. Un párrafo antes hubiese jurado que el relato terminaba hacia donde iba encaminado.
Felicitaciones. Vd tiene mucha imaginación.
Ahora, ¿es algo autobiográfico?
Abrazo!
Me ha gustado el relato imaginativo que nos acabas de describir.
Un saludo.
La Modernidad es una cosa que nadie quiere entender, incluso los que se dicen modernistas
A veces algo nos devuelve a la realidad.
Un beso.
Gracias a tod@s por las visitas y sus comentarios. Tal vez no los responda a todos, pero continúo visitando sus lugares.
Y, sólo para confirmarlo, no, no es plenamente autobiográfico.
Nos leemos,
J.
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