La pared de la oficina estaba pintada de rojo.
Fue
lo primero que notó al ingresar. Luego se percató de que la pintura no era del
todo homogénea, perfecta; más allá de las evidentes marcas de las pinceladas, habían
pintado directamente sobre los restos de colores anteriores. En algunos
sectores el rojo parecía más desvaído, mientras que en otros había comenzado a
levantarse y descascararse. Eso para no mencionar aquellos rincones en donde el
pincel, o tal vez el rodillo, ni siquiera se había acercado.
Los
detalles podrían pasar por insignificantes para cualquier otra persona. Pero
era incapaz de desprender de ellos su mirada, de lo que se encontraba más allá,
de lo que significaban.
Su
mente funcionaba en otro nivel. Sabía que debía escuchar con extrema atención lo
que se le decía en aquella reunión; ya que todo cuanto ocurriera a partir de
allí, definiría su continuidad laboral, su salario, su estilo de vida. Y, si es
que era posible, alguna que otra cosa más en las que no podía detenerse a
pensar porque las marcas en la pintura lo ocupaban todo.
Sus
ojos no querían separarse de la pared mal pintada y ese rojo tan fuera de lugar
en aquel sitio como en cualquier otro. Sus oídos le reclamaban que atendiera a
los sonidos que captaban desde que la puerta se cerrara y aquellas dos personas
comenzaran a hablarle. Su cerebro gritaba para que dejara de recurrir a las
respuestas mecánicas y de situación en las que siempre caía cuando algo con un
interés mayor, ocupaba su campo visual; gritaba para que se diera cuenta que,
en ese instante, nada había más importante. Sin embargo, su atención se
concentraba solamente en algo más.
En
esa pared.
En esa pintura.
En ese rojo.
¿Por
qué ese color? ¿Quién demonios pinta el interior de una oficina sin ventanas de
ese color? ¿Cuál era el motivo o el sentido de ello? ¿Sobrante de pintura?
¿Nuevos diseños escandinavos? ¿Monocromía?
Sentía
que algo se le escapaba. Algo que, de notarlo, podría darle sentido a cuanto
sucedía desde el instante en que decidiera aceptar semejante reunión.
Cada
cosa que sucedía parecía ser adrede. Escuchaba un diálogo en el que él mismo participaba,
escuchaba sus propias respuestas como si alguien más las estuviera
pronunciando, como si fuera un espectador de sí mismo, como si fuera un sueño. Era
su voz. Sonaba como algo que él mismo diría. Pero sabía, sentía, que no era él
quien hablaba mientras miraba la pared descuidada, el rojo imperfecto que
dibujaba falsos patrones sobre las capas de pinturas anteriores detrás de esas
dos figuras que también le hablaban y esperaban sus respuestas.
Había
olvidado el porqué de su presencia en tan odiosa oficina, tenía una vaga idea
de cuál podría ser el motivo, pero le resultaba tan irreal como la maldita
pared mal pintada de rojo que en pocos minutos logró borrar de su mente cualquier
otro pensamiento. No tenía la mente en blanco, su mente era una mancha roja. Y
ni siquiera era un rojo absoluto, sino que algunos de los trazos más
descoloridos podrían llegar a confundirse con naranja.
—Entonces
tenemos un acuerdo —escuchó decir a uno de los entrevistadores, quizá por
segunda vez.
Se
obligó a separar su atención de la pared mal pintada y mirar, realmente, a los
dos hombres que se encontraban escritorio de por medio. Con un poco de suerte,
su falta de respuesta inicial sería tomada como una leve vacilación de quien
duda antes de decidirse.
Lo
miraban con una fijeza similar con la que él mirara la pared hasta un instante
antes. Sonreían como quienes proponen tratos imposibles de rechazar, negocios
con ganancias incalculables, premios literarios amañados de antemano o ingresar
en una estafa piramidal mal disimulada.
—Eh…
Sí, claro —respondió intentando sonar convencido y como alguien que sabe de lo
que se le está hablando y que a pesar de sus dudas cumplirá con su parte de lo
acordado por extraño que esto pudiera resultarle.
—Es
sólo cuestión de tener en claro los detalles aquí conversados para que el
proyecto salga de la manera que esperamos —dijo el otro entrevistador—, lo cual
es lo más importante. Pretendemos que no haya sorpresas ni variación alguna.
—Por
supuesto —respondió poniéndose de pie al igual que los otros.
Lo
acompañaron hasta la puerta, uno de ellos incluso le palmeó el hombro sonriendo
con suficiencia; sintiendo aquella mano sobre su ropa, acompañando sus
movimientos hacia la salida, intentó recordar qué era lo que acababa de pactar
con ellos. Ahora mismo eso parecía más relevante que el saber quiénes eran
realmente.
Antes
de salir volvió a mirar atrás, sus ojos buscaron, como era incapaz de evitarlo,
la mal pintada pared. Rojo, ¿quién elije ese color para una oficina?
La pared en cuestión:
7 comentarios:
Hola, un microrrelato muy realista, me encanta!
Un beso
Quizás era la oficina de un bar o un burdel. No se sabe.
Un abrazo José
Hola, José:
Enhorabuena por tu relato.
Si el infierno está en los detalles, quizá fuera el Diablo quien había elegido ese color para su oficina en la que tu protagonista acaba entregando su alma laboral en un acuerdo mefistotélico.
Un abrazo, José.
Gracias por tus bellos comentarios
Que difícil concentrarse asi, me recuerda a El Resplandor, y a esta canción
https://youtu.be/qffmLVng3oE
He tenido de esos cuelgues en entrevistas, quizás, tal vez fue por eso... Que me tomaron y laburo en un bunker que no tiene nada que envidiarle a aquel donde dicen que Adolfo se voló la sesera
Abrazo!
yo también tengo pintadas las paredes del color que en cada momento me ha dado un palpito....
mi vecina tiene la cocina pintada de negro.... no te digo más
Debería haber huido nada más ver el rojo.
Son monstruos.
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