domingo, 15 de octubre de 2017

Error # 23 (Concentración)

La pared de la oficina estaba pintada de rojo.
            Fue lo primero que notó al ingresar. Luego se percató de que la pintura no era del todo homogénea, perfecta; más allá de las evidentes marcas de las pinceladas, habían pintado directamente sobre los restos de colores anteriores. En algunos sectores el rojo parecía más desvaído, mientras que en otros había comenzado a levantarse y descascararse. Eso para no mencionar aquellos rincones en donde el pincel, o tal vez el rodillo, ni siquiera se había acercado.
            Los detalles podrían pasar por insignificantes para cualquier otra persona. Pero era incapaz de desprender de ellos su mirada, de lo que se encontraba más allá, de lo que significaban.
            Su mente funcionaba en otro nivel. Sabía que debía escuchar con extrema atención lo que se le decía en aquella reunión; ya que todo cuanto ocurriera a partir de allí, definiría su continuidad laboral, su salario, su estilo de vida. Y, si es que era posible, alguna que otra cosa más en las que no podía detenerse a pensar porque las marcas en la pintura lo ocupaban todo.
            Sus ojos no querían separarse de la pared mal pintada y ese rojo tan fuera de lugar en aquel sitio como en cualquier otro. Sus oídos le reclamaban que atendiera a los sonidos que captaban desde que la puerta se cerrara y aquellas dos personas comenzaran a hablarle. Su cerebro gritaba para que dejara de recurrir a las respuestas mecánicas y de situación en las que siempre caía cuando algo con un interés mayor, ocupaba su campo visual; gritaba para que se diera cuenta que, en ese instante, nada había más importante. Sin embargo, su atención se concentraba solamente en algo más.
            En esa pared.
En esa pintura.
En ese rojo.
            ¿Por qué ese color? ¿Quién demonios pinta el interior de una oficina sin ventanas de ese color? ¿Cuál era el motivo o el sentido de ello? ¿Sobrante de pintura? ¿Nuevos diseños escandinavos? ¿Monocromía?
            Sentía que algo se le escapaba. Algo que, de notarlo, podría darle sentido a cuanto sucedía desde el instante en que decidiera aceptar semejante reunión.
            Cada cosa que sucedía parecía ser adrede. Escuchaba un diálogo en el que él mismo participaba, escuchaba sus propias respuestas como si alguien más las estuviera pronunciando, como si fuera un espectador de sí mismo, como si fuera un sueño. Era su voz. Sonaba como algo que él mismo diría. Pero sabía, sentía, que no era él quien hablaba mientras miraba la pared descuidada, el rojo imperfecto que dibujaba falsos patrones sobre las capas de pinturas anteriores detrás de esas dos figuras que también le hablaban y esperaban sus respuestas.
            Había olvidado el porqué de su presencia en tan odiosa oficina, tenía una vaga idea de cuál podría ser el motivo, pero le resultaba tan irreal como la maldita pared mal pintada de rojo que en pocos minutos logró borrar de su mente cualquier otro pensamiento. No tenía la mente en blanco, su mente era una mancha roja. Y ni siquiera era un rojo absoluto, sino que algunos de los trazos más descoloridos podrían llegar a confundirse con naranja.
            —Entonces tenemos un acuerdo —escuchó decir a uno de los entrevistadores, quizá por segunda vez.
            Se obligó a separar su atención de la pared mal pintada y mirar, realmente, a los dos hombres que se encontraban escritorio de por medio. Con un poco de suerte, su falta de respuesta inicial sería tomada como una leve vacilación de quien duda antes de decidirse.
            Lo miraban con una fijeza similar con la que él mirara la pared hasta un instante antes. Sonreían como quienes proponen tratos imposibles de rechazar, negocios con ganancias incalculables, premios literarios amañados de antemano o ingresar en una estafa piramidal mal disimulada.
            —Eh… Sí, claro —respondió intentando sonar convencido y como alguien que sabe de lo que se le está hablando y que a pesar de sus dudas cumplirá con su parte de lo acordado por extraño que esto pudiera resultarle.
            —Es sólo cuestión de tener en claro los detalles aquí conversados para que el proyecto salga de la manera que esperamos —dijo el otro entrevistador—, lo cual es lo más importante. Pretendemos que no haya sorpresas ni variación alguna.
            —Por supuesto —respondió poniéndose de pie al igual que los otros.
            Lo acompañaron hasta la puerta, uno de ellos incluso le palmeó el hombro sonriendo con suficiencia; sintiendo aquella mano sobre su ropa, acompañando sus movimientos hacia la salida, intentó recordar qué era lo que acababa de pactar con ellos. Ahora mismo eso parecía más relevante que el saber quiénes eran realmente.
            Antes de salir volvió a mirar atrás, sus ojos buscaron, como era incapaz de evitarlo, la mal pintada pared. Rojo, ¿quién elije ese color para una oficina?

La pared en cuestión:

7 comentarios:

EvaBSanZ dijo...

Hola, un microrrelato muy realista, me encanta!

Un beso

la MaLquEridA dijo...

Quizás era la oficina de un bar o un burdel. No se sabe.


Un abrazo José

Nino dijo...

Hola, José:
Enhorabuena por tu relato.
Si el infierno está en los detalles, quizá fuera el Diablo quien había elegido ese color para su oficina en la que tu protagonista acaba entregando su alma laboral en un acuerdo mefistotélico.
Un abrazo, José.

Mi nombre es Mucha dijo...

Gracias por tus bellos comentarios

Frodo dijo...

Que difícil concentrarse asi, me recuerda a El Resplandor, y a esta canción
https://youtu.be/qffmLVng3oE

He tenido de esos cuelgues en entrevistas, quizás, tal vez fue por eso... Que me tomaron y laburo en un bunker que no tiene nada que envidiarle a aquel donde dicen que Adolfo se voló la sesera

Abrazo!

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

yo también tengo pintadas las paredes del color que en cada momento me ha dado un palpito....
mi vecina tiene la cocina pintada de negro.... no te digo más

TORO SALVAJE dijo...

Debería haber huido nada más ver el rojo.
Son monstruos.