domingo, 3 de septiembre de 2017

Hacedores de caminos

Como tantas otras veces, la situación se había vuelto insostenible de una manera tan difícil de describir que, aún queriéndolo, pocos serían los interesados en dar una explicación, una justificación, para ello. Nada podía continuar como hasta entonces, algo debía cambiar y, sabido es, cambiar uno mismo es la acción más compleja a la que puede enfrentarse el ser humano. Por ello es que pretendimos cambiarlo todo menos a nosotros. Eso pensábamos mientras derribábamos los antiguos edificios de la ciudad para no construir otros nuevos a partir de sus ruinas. Eso creíamos cuando destruíamos los puentes que unían nuestras islas interiores con las demás sin pretender levantar nuevas vías de comunicación.
            Eso decíamos cuando, siguiendo las modas de los últimos milenios, reformulábamos las leyes sociales porque no pretendíamos enfrentarnos a las naturales. Discutíamos los cómo pero no los por qué. Poníamos en entre dicho los para qué pero nunca los para quién. Como si la sacralizad de ciertos ítems, de algunos símbolos, no pudiera ser replanteada junto con el resto de las cosas. Teníamos la voluntad de cambiar, pero tampoco queríamos hacerlo tanto.
            Eso quiere decir que lo cambiamos todo para no cambiar nosotros.
            Sin embargo, la cuestión última, la insatisfacción que nos invadía, no remitía. Al contrario, continuaba allí. Algunos días, como esas noches en las que la Luna carece de sombra, los cuestionamientos parecían tener más fuerza. En otros momentos, ni siquiera nos percatábamos de su existencia; pero allí estaban. Eran como una sensación de desasosiego oculta detrás de las mascaras de felicidad, como ese hambre que se siente en lo profundo del estómago luego de haber acabado de comer, como esa falta de placer después del sexo o la masturbación. Adivinábamos ese sentir en el reflejo del apagado brillo de nuestros ojos en cada espejo.
            Algo debía cambiar. Alguien debía comenzar. Algo, alguien. Alguien, algo.
            Fue entonces cuando, uno a uno, a plena luz del día, para que todos pudiéramos ver lo que hacían los demás, comenzamos a partir, siguiendo las treinta y dos direcciones del viento, dejándonos llevar por un impulso mucho más instrumental que instintivo. Más calculado que azaroso.
            Abandonamos cuanto aún perduraba y nos internamos en la espesura, que siempre nos había rodeado. Penetramos en ella allí donde nos parecía ser más oscura, donde tal vez nadie hubiera puesto un pie en siglos, allí donde los caminos no se adivinaban. Y partimos.
            Para perdernos.
            Y morir.
            Uno tras otro.
            En silencio.
            A los gritos.
            En soledad.
            Solos.
            En soledad.

9 comentarios:

José A. García dijo...

"En soledad."
Relato cargado de simbolismos al estilo de Joseph Campbell.

Dedicado al amigo Frodo, y si manía por el fin del mundo. ¿O era mía esa manía?

Saludos.

J.

Frodo dijo...

¡Muchas gracias J.! Pero creo que esa es tu manía, y esta vez si que no hay esperanzas. Felicitaciones
Mi manía es leerte y relacionarte enseguida con Bradbury u Orwell.

Ya que entramos en confianza, voy a confesarte un evento de ayer que se relaciona con tu relato, perdón por el lenguaje académico: fui a pasear (en realidad mi perro necesitaba correr un rato largo... era eso o buscarle una perra). Digo, fui a pasear a los bosques de Ezeiza, pero no la parte linda, la parte abandonada. Ayer era un día gris, que a las 19 hs ya estaba medio oscurelli.
En un momento me alejé un poco para mear (he aquí el academicismo), en soledad. Te juro que me vi solo con la naturaleza, un poco perseguido por la aparición de algún bicho otro poco sorprendido por el silencio, y no se si es la falta de costumbre o la necesidad de compañía humana, pero me alegré de escuchar el ruido de un avión. Así de idiota es uno.

Abrazo!

José A. García dijo...

Bueno, como sea, a alguien le gusta los finales del mundo.

¿En Ezeiza queda algo que puede denominarse bosque? Qué suerte la tuya...

Nos leemos,

J.

Recomenzar dijo...

tenes moderación de comentarios
por ahi publicás el mio jajajaja
Algun dia serás feliz
te cuento compañero no sabés lo que te perdés...ser feliz y hacer chistes alarga la vida
Besitos

unjubilado dijo...

Todos tendremos nuestro particular fin del mundo, quizás a algunos les de tiempo a enterarse, posiblemente a otros ni se enterarán ni querrán hacerlo.
Saludos

vodka dijo...

si, es un clima muy bradbury, solo falta la lluvia.
hace unos años volvi a los bosques de ezeiza (si, hay bosque y muy cerrado) y recordé cuando todo eso era una fiesta de la primavera.
huí presto.

Nino dijo...

Hola, José:
Enhorabuena por tu relato (confío en que no se revele como profecía).
La sociedad occidental se articula en base a leyes sociales deshumanizadas en las que la masa sustituye a los individuos (creo que la muestra más sencilla de colaborar su acierto deshumanizador es reparar en lo mala afección que se le da a la palabra “individualista”)
Y sí, creo que en ella el cambio es una mera apariencia, un juego de espejos y humos en el que se da por cantado que los tiempos están cambiando, cuando en realidad están pasando. Al igual que Las modas vuelven y quien cuenta con un armario espacioso siempre vestirá según los modismos, y los cambios acaban mostrando como recambio al desasosiego actual lo que fue cambiado por la sociedad en el pasado (quien tiene una vida longeva, nunca se sorprende del signo de los tiempos)
En estos tiempos que se presentan como nuevos –pero son sólo salvajes, como los anteriores– el ostracismo social vuelve a no ser una condena, sino una respuesta. Vivir en soledad puede ser pronto la única defensa frente a una sociedad que cambia de aspecto, pero no de espíritu.
Un abrazo, José.

Dyhego dijo...

Queremos dominar el entorno para sentirnos más seguros.
Cuesta mucho cambiar, o conocerse.
Lo difícil es hacer lo que realmente quiere uno. Son tantas las presiones...
Salu2, José.

TORO SALVAJE dijo...

La soledad es el preludio de lo que vendrá.
Con los años se va incrementando.
Es como un entrenamiento para el adiós definitivo.
Por cierto y en relación al relato he de decir que cada vez estoy más de acuerdo con lo de "Descansa en paz"...

Saludos.