Convivimos con el alambrado hace generaciones. Tantas
que los más recientes de entre los nuestros lo ven como algo que siempre se
había encontrado en el mismo lugar, como algo que forma parte de la misma realidad,
de cada uno de nosotros y nuestros recuerdos. Fuimos, somos, incapaces de
concebir al mundo sin el alambrado.
Nadie
sabe explicar cuál es su verdadera función, ni el motivo por el cual rodea la
extensión completa de nuestras tierras; un tabú inscripto en nuestra sangre nos
impide hacernos demasiadas preguntas sobre este tema. Conocemos su existencia,
lo intuimos en la lejanía cuando nos internamos en nuestras tierras, lo vemos
crecer a medida que llegamos a la frontera para los intercambios anuales, y
luego nadie piensa, demasiado, en el alambrado. Al menos nadie reconocería que así
lo hace.
Evitamos
las preguntas pero tenemos las historias de los mayores, los que vivieran antes
que los ancianos, en las que se cuentan diferentes versiones sobre el origen
del alambrado. Se dice que apareció en sólo una noche, levantado por gigantescas
manos que, sin más herramientas que la fuerza de sus dedos, allí lo dejaron. Se
mencionan las prohibiciones de antaño sobre acercarse a él, cuando incluso la
hierba evitaba crecer en su cercanía; pero la hierba ahora crece a uno y a otro
lado del alambrado sin preocuparse por los peligros que puedan acecharla.
Miles
de castigos diferentes aguardaban para quien ose acercarse al alambrado y a la
tierra de nadie, así como una muerte segura y definitiva aguarda para quien,
desoyendo las advertencias, se aventure del otro lado. Eso decían los mayores.
El alambrado nos aislaba, nos separaba, cuidaba de nosotros, nos protegía al
prohibirnos atravesarlo separándonos de lo que hubiera más allá.
Pero, en lo profundo de nuestro
entendimiento, sabíamos que sólo eran historias. Conocemos la verdad, la que no
se menciona en esos cuentos. Sabemos que a pesar de los cuatrocientos quince
castigos diferentes enumerados por las leyendas y al contrario del dolor que
pudieran despertar en nuestra carne tales castigos, el alambrado es una
protección. El mundo ha sido simétrico desde su origen, no puede ser de otro
modo. Por ello nuestra intuición nos señala que una prohibición semejante pende
del otro lado del alambrado. Ninguno de los nuestros puede salir de estas
tierras, es cierto; pero tampoco ningún extraño puede penetrar en ellas.
Nunca
nadie se preguntará cómo podría protegernos si, con el paso del tiempo, de los
años, de los siglos, de las vidas de nuestra gente, se ve cada vez más endeble,
más abandonado, como una flor perdida en medio del desierto, sin sombra ni
agua, languideciendo durante el día para desfallecer en la noche. Endebles las
maderas que lo sostienen, carcomidas por la humedad, el sol, la lluvia y la sal
cuando el viento sopla en la dirección correcta. Si algo debía protegernos no
sería ese alambrado, no serían esas maderas, no serían nuestras historias, ni
nuestros miedos.
Lo
que se encuentra del otro lado puede ser tan aterrador que el día en que por
fin llegue la noticia de que en algún lugar de nuestro país, en alguno de los
extremos más alejados de nuestras tierras, el alambrado ha caído sin que nos
percatáramos de ello, sin saber cómo había sido posible y dudando, como siempre
lo hemos hecho, de la existencia de las supuestas y gigantescas manos que allí
los habían colocado, el miedo que albergamos en nuestros corazones por fin será
libre.
Es
por eso mismo que, en el más absoluto de los secretos, envueltos en la noche,
en la oscuridad, el secreto y la mentira, juntos con otros como yo mismo, que
no creen en leyendas, en historias, en mentiras susurradas por las viejas en
las noches de tormenta, recorremos las fronteras.
Sí, eso hacemos, recorremos palmo a
palmo las fronteras de nuestras tierras cuidando al alambrado que nos protege,
reparándolo allí donde sea necesario hacerlo, colocando maderos nuevos donde
los viejos no se sostienen, reemplazando los alambres cortados por el rayo y la
tormenta y desalojando a la hierba de allí donde no debería de encontrarse.
Nadie
nos ve, nadie sabe lo que hacemos, no encontrarás menciones sobre nosotros en
las leyendas ni en los rumores que se escuchan en las tabernas más oscuras.
Somos el secreto mismo, la razón por la que nuestro pueblo continúa en pie y
más. Y ahora te proponemos, te invitamos, pero nunca te lo suplicaremos, a que
vengas con nosotros dejando de lado tus actuales e inútiles miedos, dejando de
lado la comodidad de este sitio y sabiendo que solo te espera el frío de la
noche, la humedad de la lluvia y el hambre rugiendo en las tripas durante días;
pero con la certeza de estar haciendo algo de verdadero valor en lugar de
apenas dedicarte a escribir y leer lo que otros escriben.
Piénsalo,
siempre son bienvenidas un par de manos nuevas.
11 comentarios:
Seguro. Termino de leer esto y me voy con ustedes.
Saludos,
J.
El alambrado, un fuerte símbolo de la propiedad privada de primera hora. Frívolo enemigo de la libertad. Sin duda, una invención de orden infernal, por su simple construcción y alta eficiencia.
Lindo texto José!
salute!
Sera
Tremendo análisis Sera!
Muy bueno, no me esperaba, pero sí apuntaba a algo similar.
Gracias por la visita, el comentario y las palabras siempre tan atinadas.
Nos leemos,
J.
Un alambrado equivale a un muro de concreto. Ambos son un símbolo separatista y hasta de odio. Y pensar que en pleno siglo XXI todavía están vigentes como quienes los construyen o amenazan con construirnos con las mismas manos de los afectados.
supongo que es intrínseco del ser humano, poner barreras y delimitar las propiedad
besos
Hay demasiados alambrados/as en todo el mundo, separan las naciones, impiden que los migrantes se puedan mover libremente por el mundo tratando de buscar algo de paz y trabajo para ellos y sus familiares.
Esos alambrados también llamados muros, proliferan cual setas en septiembre después de unas lluvias, como daño colateral impiden que los animales que cada vez tienen menos terreno para su subsistencia vean recortados sus territorios y estén abocados a una prematura extinción.
Saludos
Muy bueno. ¿Qué significará el alambrado?
Una protección o el negarnos abrir nuevos caminos a pesar de lo peligroso que podamos encontrar del otro lado.
Enigmático texto, que me deja pensando en tantas cosas...
Puede ser para bien salir o no, pero al menos al salir y ver que hay del otro lado nos queda la satisfacción de que buscamos algo mejor.
mariarosa
Los lìmites que nos ponemos los humanos, a veces son de alambre, a veces de cualquier otra cosa.
Feliz Martes.
Queremos adueñarnos de todo, marcar territorio...
un texto interesante lleno de limites y vida
Es un relato al que no nos tenés acostumbrado. Insisto con eso de la esperanza del final, extraño en Ud. J.
Pero me interesa que se hable de alambrados como algo que limita un cautiverio que se puede romper, una libertad que se ve ahí nomás. Creo que no solo se puede adaptar a los blogs, sino también a las bibliotecas de las casas (o de los negocios o ferias). Muchas gente pasa cerca y ni las mira, tienen sus límites y la lectura está más allá de ellos. Hasta que un día meten mano al... Adán Buenosayres por ejemplo, o al Conde de Montecristo, o al Viejo Testamento ¡y ahí se rompen los alambrados!
Abrazo!
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