domingo, 23 de julio de 2017

Pequeño, pero triunfo al fin


Era necesario armarse de valor, paciencia y tiempo para visitarle. Pero era, también necesario, asegurarse que continuaba con vida y bien, o tan sólo con vida. Era eso lo que en parte nos importaba. De un modo u otro, todo se reducía a que continuara allí, sin molestar, si alterar nuestras rutinas más allá de nuestras ocasionales visitas de control. Esta vez, era a mí a quien le había tocado la suerte.
Se necesitaba tiempo porque los caminos que conducían a su hogar llevaban décadas abandonados a la buena de la naturaleza y no siempre era posible transitar por ellos. El camino se volvía tan tortuoso como el sólo pensar en recorrerlo y en las implicancias que pudiera tener esa visita. Aun cuando la distancia real no fuera tanta como pudiera llegar a creerse. Lo que nos separaba era más un distanciamiento emocional antes que físico, si quisiéramos explicarlo de forma que suene con algo de lógica.
La paciencia, por otro lado, no se refería a los caminos mencionados, sino por su modo cansino, extremadamente lento y achacosamente fingido de hablar cuando alguien se encontraba cerca. También por su insistencia en evitar responder lo que se le preguntara. Y, en definitiva, porque era su hogar en donde nos encontrábamos, lo que tornaba imperioso respetar las reglas que allí se impusieran, sin importar el por qué de las mismas ni lo ridículas que resultaran.
El valor, finalmente, se volvía necesario porque la nostalgia que destilaban sus palabras, sus gestos, sus formas de vestir y relacionarse con el mundo se encontraba un paso más allá. Era una nostalgia se percibida más que como el aroma del pasado, que era lo decía que pretendía lograr, como el tufo que se desprende de las flores mustias olvidadas en los antiguos cementerios. Lo sabía, al igual que el resto de los que continuábamos realizando ese peregrinaje hasta su hogar, pero nada hacía para remediarlo.
Vivía apartado, solitario pero no en soledad, como solía decir, sin molestar para no ser molestado, para vivir y dejar vivir; como si fuera necesario agregar más frases hechas a su destino. Frases que, al menos en su exclusivo caso, tenían parte de razón.
Y el camino que se presentaba interminable pero, por supuesto, no lo era, porque tampoco puede extenderse más allá del lugar al que se pretende llegar. Se demora, mucho, es cierto, pero en las veces que lo hemos recorrido, conocemos por dónde pasar así como por dónde no aventurarnos.
Respiré profundamente varias veces, como cada vez que me tocaba realizar ese recorrido; conté hasta diez, hasta cien, hasta doscientos, o más, antes de girar en el último recodo del camino preparándome para lo sucedería a lo largo de todo aquel día. Avancé los últimos pasos suspirando interminablemente mientras contemplaba la misma casa bajo los mismos árboles de siempre.
Me acompañaban un nudo en el estómago, la garganta seca y las palabras que no encontraban un orden adecuado para dejarse pronunciar cuando una campana sonó en el aire llamando a su puerta.
El silencio fue la única respuesta.
Un silencio que servía para señalar que luego de tantas quejas, reclamos y disgustos, aquella sería, por fin, mi última visita.

14 comentarios:

José A. García dijo...

Una tarea menos para realizar el próximo año, sin dudas.

Saludos,

J.

mariarosa dijo...


Hay personas que visitarlas es un disgusto, pero, siempre hay un pero, debemos cumplir por obligación. Y cuando parten al destino final nos dejan un alivio. Soy cruel, pero es real.

mariarosa

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

Por aquí hay un refrán que dice:
"el pescado y las visitas al tercer día huelen"
besos

censurasigloXXI dijo...

Ha sido tan real que parecía dedicado a mí, hasta en las curvas has acertado. Muy triste, mucho.
Un abrazo desde tierras mediterráneas, compañero.

Tu cafelito y un helado de chocolate.

unjubilado dijo...

Hay visitas que nunca nos gustaría hacer y sin embargo es obligación que debemos a esas personas que estuvieron con nosotros y que sin querer nos han dejado.
Quizás no tengamos palabras para expresar lo que sentimos, pero nunca debemos de echarnos atrás ante la total indiferencia de la persona a la que visitamos.
Saludos

fany sinrimas dijo...

José A., ¡qué tremendo relato: realista, sí, pero triste! Percibo el desapego familiar, la visita obligada para acallar la mala conciencia, la falta de afecto,la falta de empatía.

Hoy "tu proyecto azúcar" me sabe amargo.

Feliz verano y un abrazo.

Recomenzar dijo...

Amo el silencio cuando me siento confundida

Dyhego dijo...

José:
hay visitas que son más un suplicio que un placer.
No termino de entender el relato, sobre todo al final. ¿Se trata de una metáfora de la vida y la muerte? ¿La visita a un pariente escasamente apreciado?
En cualquier caso, está muy bien escrita ese pesar.
Salu2.

Nino dijo...

Hola, José:
Enhorabuena por tu relato, está escrito con un ritmo ágil y con un lenguaje que atrapa la atención y despierta la imaginación.
Como bien escribes, la vida es un camino “solitario pero no en soledad”; camino que yo convierto ocasionalmente en rutinario al recorrerlo acompañado por personas que hacen que no se me vea solo pero que me hacen sentir en soledad. Me es difícil irme, salirme del camino afectivo que me lleva a casas que ya no son hogar para mi afecto pero donde me lleva la rutina. Creo que el saber alejarse de donde no queremos ir, es toda un pequeño triunfo. A diferencia del personaje de tu relato, mis últimas visitas no corren de manera premeditada, sino que de manera abrupta.
Un abrazo, José.

Guillermo Castillo dijo...

"Óigame compay que yo no soy mentiroso..." su excelsa imaginación obliga al lector a no soltar la respiración hasta no llegar al final de este relato. Ágil, dinámico y premeditado, pero sin ser solidario con quien disfruta de la soledad.
Buen relato.
Saludos a todos.

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

yo hace mucho que decidí no haber visitas de compromiso, mi paz mental es mucho más importante
besos

BEATRIZ dijo...

El silencio es un arma de dos filos, y es un líquido vital que puede saciar cualquier sed, pero también ahogar con su falta de aire.

Saludos.

Frodo dijo...

Lo que a veces puede ser un dolor, a veces es un alivio infinito.
Lo peor de todo debe ser saber que alguien pueda detestar tanto tener que visitarnos. Y que no hayamos hecho nada para modificar eso.
(Hay un capitulo de ALf acerca del Tío Alberto, que pinta a la perfección lo que estoy tratando de decir y no me sale bien)

Pero no hay dudas que Todo tiene un final, todo termina...
(perdón, ayer fui a Vox Dei y me fue inevitable)

Abrazo grande J!

José A. García dijo...

Gracias por las visitas y comentarios sobre el texto.

Queda abierto a la interpretación, como siempre. La mayoría de las veces no sé muy bien por qué escribo lo que escribo.

Suerte!

J.