Como sucede con cada cosa de verdadera
importancia, la información con la que se contaba era escasa. Demasiado escasa,
dirían algunos. Como si se tratara de algo organizado para que nada se supiera,
para que los fanáticos de las conspiraciones pusieran en funcionamiento sus
mejores recursos en la elaboración de las teorías más ingeniosas sobre lo que
sucedía con el aire.
Lo
que sucedía con la atmósfera, para ser más exactos. Porque aquello que comenzó
como un simple fenómeno matutino, una neblina que no parecía querer disiparse,
se transformó, poco a poco, con el correr de las horas, como les gustaba
repetir a los periodistas carentes de imaginación, en otra cosa. Esa niebla,
ese humo, como también se especuló que podría ser, parecía brotar de los mismos
objetos. De casas y otras construcciones, de automóviles y unidades de remoción
de restos patológicos de la vía pública, de árboles y plantas en macetas colgantes
de balcones, de la población económicamente activa y jubilados. De todos
parecía emanar esa suerte de vapor, un hálito inexplicable que se acumulaba
formando pequeñas nubes en las esquinas de las ciudades.
Al
principio, en medio del desconcierto general de, por ejemplo, encontrarse en
uno de los últimos parques públicos leyendo en voz alta La conquista del pan y ver que de las páginas, las letras, los
signos de puntuación, emanaban aquel mismo vapor, siguió una suerte de euforia.
Algo que, rápidamente, dio paso al miedo, al terror y los desmanes en contra de
la casta política que demostraba, una vez más, su despreocupación hacía todo lo
que no fuera redituable en las próximas elecciones. Como aquello que sucedía
carecía aún de explicación, de nada les servía ya que carecían de cualquier
posible respuesta.
Se especuló sobre un posible caso de
fiebre terrestre, en el sentido de que el planeta mismo estuviera levantando
temperatura. Pero eso no explicaba, por completo, cómo era posible que
nosotros, que no formábamos parte de la Tierra, también nos estuviéramos
evaporando. Otros científicos intentaron respuestas disímiles a partir de los
pocos datos que disponían, pero sus teorías no dejaban de ser meras
especulaciones. También desde los hospitales parapsiquiátricos se habló de una situación
de corte milenarista —que no milenial—, pero nadie atendió a lo que allí se decía.
Incluso en algunas radios entrevistaron a escritores de ciencia ficción con el
fin de darle un toque más realista a lo que sucedía. Pero, como no podía ser de
otro modo, todo fue en vano.
Semanas
más tarde continuábamos sin tener respuestas sobre lo que ocurría, salvo por el
detalle de que sentía la piel cada vez más seca y tirante, viendo como
comenzaba a descamarse en la zona de las uñas y en las articulaciones, la vida
parecía comenzar a adaptarse a la nueva situación. Al menos la mayoría de
nosotros lo hacíamos y ya ni nos preocupábamos por lo que sucedía.
Esas
nubes, que comenzaran en cada esquina de cada ciudad, se unieron entre sí
formando una gran nube que llegó a ocultar ciudades enteras. El vapor se elevó formando
una nube inmensa, inconmensurable, difícil de describir con palabras de menos
sílabas, ocupando el espacio entero.
Sabiendo
que sería, como mínimo, un espectáculo interesante, subí a lo más alto de un
cerro cercano al pueblo y miré, desde allí, una gran extensión de nada que se
extendía en la dirección en la que decidiera mirar. A lo lejos, en las alturas,
intentando sostener de algún modo su preeminencia en un cielo, el sol,
empequeñecido entre tanta nube, continuaba brillando aunque nosotros no
podíamos verlo.
11 comentarios:
¿Es más inquietante el fenomeno tan extraño o la adaptación a todo eso?
Bien planteado como algo inquietante.
Saludos, colega demiurgo.
No te habías dado cuenta... estabas en Buenos Aires.
hola José, he regresado después de varias semanas, sin Internet y hasta sin blog,lo había perdido, debió ser la niebla que me cubrió también a mi.
mariarosa
Yo el día que haya un cataclismo, quiero morir la primera, no me siento con fuerzas para seguir luchando y más en un mundo donde todo sería tan difícil
un beso
Al final el miedo lo tenemos al alcance de la mano.
me gusta tu texto de hoy
me siento plena al leerte
A veces da gusto ver brillsr el sol entra tanta nube o niebla.
Besos.
Toda una atmósfera, real y ficticia. Linda imagen.
Saludos
A diferencia de otros relatos tuyos, este me deja algo de esperanza.
Claro, nuestro presente es una bazofia, pero la esperanza necesita tan poco para crecer... tan poco...
Abrazo!
Gracias a tod@s por sus visitas y comentarios.
Frodo: es cierto, no voy a volver a cometer ese error.
Nos leemos,
J.
La nada de Bastian Baltasar? :v
Pekejimenez:
No lo había pensado.
Podría ser. ¿Y después de la nada qué?
Saludos,
J.
Publicar un comentario