La vi regresar desde el baño del
restaurante hacia la mesa que ocupáramos ese mediodía. En su rostro se
adivinaba una mezcla de emociones difíciles de identificar, algo por demás
complejo para mi poca práctica con eso de la empatía; más aún teniendo en
cuenta la forma precipitada en la que partiera hacia el baño instantes antes.
Pensé
en todo lo que podría haberle afectado el diálogo inmediatamente precedente.
Pensé en lo que podría haber sucedido en el camino hacia el baño, la
posibilidad de alguna falta de respeto por otro cliente, o por algún empleado.
Pensé que podría haber recepcionado algún mensaje intempestivo en sus implantes
de comunicación inmediata. Pensé en otras treinta y dos posibilidades en los
pocos segundos que demoró en llegar a la mesa y quedarse allí, de pie, como
esperando alguna cosa.
Con la mirada
perdida en algún sitio más allá de la mesa, de mí, de nosotros, del universo,
permaneció esperando quién sabe qué.
Dudé en
interrumpir su ensimismamiento pero, como los minutos nunca dudan en continuar
sucediéndose como siempre lo han hecho, no tuve más opción que hacerlo.
—¿Te
encuentras bien? —pregunté.
Como escapando
de un ensueño, de una realidad que se encontraba en cualquier otra dimensión,
en otro plano de la existencia, pero no allí mismo, volvió su mirada hacia mí. Tuve
la fugaz sensación de que era incapaz de reconocerme aún cuando era a mí y no a
cualquier otra persona a quien se había acercado.
—Sí…
—respondió luego de parpadear varias veces.
—¿Sucedió
algo?
—No sabría cómo
explicarlo… —respondió.
—¿Qué tal si
lo intentas con palabras?
—Algunas cosas
—dijo como si le costara encontrar la expresión adecuada—, no pueden ser
descriptas fácilmente.
Guardé
silencio, dándole el espacio que parecía necesitar, para que terminara de
encontrar la forma adecuada para expresarse.
—Más que nada
algunas cosas que se ven en los baños públicos…
Comprendí que
su expresión de desagrado, de repulsión y asco, antes que alguna otra cosa,
nada tenía nada que ver conmigo. Me relajé, pero sólo en parte, porque sabía
que todo puede cambiar rápidamente en lo que se refiere al humor. Algo que,
después de todo, no es una ciencia exacta.
—La gente es
demasiado desconsiderada —dije, creyendo que mis palabras resultarían
reconfortantes.
—Algunas
personas no deberían de ser consideradas gente —respondió.
Sonreí
reconociendo parte de mis palabras en su respuesta. Después de todo, eso de la
empatía no resultaba tan difícil. Quizá, con un poco más de práctica nadie
notaría el escaso tiempo trascurrido desde mi huida de los campos de
incubación.
20 comentarios:
¡¡Mamá mía!!
¿Quién era el ser extraño en esa mesa de restaurante?
Venía bien y me gustaba el dialogo, pero al hablar de los campos de incubación, me desarmaste.Extraño e interesante relato, sólo que lo leí dos veces y todavía me lo sigo replanteando.
mariarosa
María Rosa:
Gracias por la visita.
Mejor dejar planteado algunos misterios para los lectores... Las teorías que surjan pueden ser más que interesantes.
Nos leemos,
J.
Hay varios misterios en ese relato. Como la identidad del narrador personaje.
También lo es la relación con esa mujer. ¿Es una mujer que conquistó, luego de su huida del lugar de origen? ¿O será la mujer que hizo que escapará, con algún motivo no revelado?
Interesantes misterios, colega demiurgo.
Saludos.
José:
me gusta mucho este relato porque alguna vez nos ha pasado algo parecido. Estar con alguien, ver que su semblante cambia y pensamos que hemos sido nosotros los culpables por haber hecho algo mal...
Salu2.
Jose Garcia
Tú dices que eres escritor ....sonrio
Jamas entiendo tus respuesta le faltan magia a tus palabras para sentirte feliz y libre
un abrazo de alegria
No se empatiza con todo el mundo.
Besos.
Factores emocionales intervienen.
yo soy de empatizar, es mi superpoder. Si fuera la señora, hubiera relacionado el huevo roto,lleno de mucosidad que estaba en el retrete (?) y el protagonista del cuento
Sin embargo,hubiera desestimado mi descubrimiento, y me hubiera sentado junto al íncubo.Porque la racionalidad o la empatía no desarman la boludez.
Pensé en alguien con síndrome de Asperger, pero al final eso de la incubación no cuadra. Igual, y va para una invasión extraterrestre?
Saludos.
Cuántos enigmas: mujer de piel azul con implantes, pero no los habituales, un hombre incubado que huye y no sabe nada de empatía... espero que transcurra en un futuro no demasiado cercano.
Saludos.
Jose
un abrazo inmenso para vos
Pes a mi con el tema ese de los campos de incubación me ha venido a la cabeza esa gran novela -y película- de Los ladrones de cuerpos de Jack Finney. En fin, supongo que lo que habrá visto la chica-vaina habrá sido a dos "animales" copulando como posesos. No sé si le he pillado el punto del todo, pero en mi cabeza me he montado mi propia historia y me gusta igual. Vuelvo pronto. Saludos.
Un texto donde lo inesperado no se deja entrever sino cuando se ha llegado al sorprendente final.
Saludo colombiano va.
Un incubado final lleno de sorpresa. Texto bien logrado.
Saludo colombiano va a todos tus lectores.
www.venitecuento.blogspot.com
Un incubado y sorprendente final.
Saludo desde Guadalajara de Buga, Colombia.
www.venitecuento.blogspot.com
UNA ESCENA PARA UNA CINTA DE WOODY ALLEN.
ABRAZOS
Primero, intentar comprender a una mujer siendo hombre, es una misión casi imposible
Segundo, yo que regento un local de hostelería, te puedo decir que la gente es sumamente desconsiderada cuando no se trata del baño de su casa
A lo largo del relato fui empatizando con uno y otro personaje, pensando en alguna inscripción obscena en las paredes del baño, o en la mirada del mozo o de algún tercero en otra mesa... y el final es brillante, ¡salta de mundo! ¡cambia de paradigma! Descoloca para bien.
Abrazo grande J!
Gracias por las visitas, comentarios e interpretaciones sobre tan pequeño cuento.
Siempre resultan más interesante que lo que presento.
Nos leemos,
J.
Pd. No me gustan las películas de Allen.
La mujer le teme a cualquier contagio, 'tonces se guarda en su funda azul para estar a salvo sin imaginar que el tipo que es un virus nuevo va por ella.
Saluditos
Dos paseantes de universos paralelos que acaban hasta por empatizar gracias al mal estado de los aseos de un restaurante, puede que ni sea un fenómeno extraño...
Un abrazo, José.
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