domingo, 4 de junio de 2017

Fingir hasta el hartazgo

Nadie dice que hacer lo correcto la mayor parte del tiempo resulte sencillo. La estructura de lo políticamente correcto nos lleva a confundir las vivencias individuales y mutuas en un cúmulo de acciones en donde la jerarquización se torna, como mínimo, impracticable. Pero si cada aspecto del mundo es igual de importante que el resto, nada lo es. La incoherencia continúa; y hay quienes dicen que se extiende hasta el infinito y más allá.
Es una suerte, entonces, que algunos seamos capaces de poner en práctica una habilidad que en todos se encuentra disponible pero la mayoría no sabría de qué manera utilizarla adecuadamente. Me refiero, claro, al fingimiento. Pero, ¿por qué esa cara de sorpresa? Vamos, si todos lo hemos hecho alguna vez en la vida y lo utilizamos, en mayor o menor medida, casi todo el tiempo. De nada sirve negarlo e, incluso creo, aceptarlo podría traernos beneficios adicionales.
Los ejemplos se suceden: Un/a compañero/a de trabajo/estudio nos relata por enésima vez sus aventuras de sábados por la noche y en nuestra mente suena una melodía similar a la música de los ascensores que nos permite sustraernos de tan insulso diálogo con una sonrisa en los labios (o una expresión de preocupación si el relato así lo requiere, claro). Fingimos interés sabiendo que ese/a otro/a esta muerto/a por dentro desde hace mucho tiempo.
Segundo ejemplo. En el noticiario permanente se habla de un atentado, de un desastre natural, del impacto de un asteroide en Yucatán, de la muerte de miles de adictos por el consumo de cocaína mezclada con harina leudante, o que el representante legal de alguna religión indeterminada ha realizado alguna clase de acto altruista sin igual que mañana nadie recordará. Fingimos mirando la información, como si aquello nos afectara de manera directa, sabiendo y recordado que la ultima vez que algo nos sucedió a nosotros, nadie se preocupó por saber siquiera si nos encontrábamos bien. Pero es necesario demostrar empatía frente al sufrimiento de otros seres humanos como lo somos nosotros —al menos eso dicen.
Ejemplo tercero. El hijo del hermano del tío del abuelo del sobrino del vecino que vive el séptimo piso del edificio de habitaciones unipersonales donde vive el repartidor de periódicos digitales, se encuentra en coma por haber cruzado caminando una avenida sin atender a que el semáforo se encontraba en rojo, prohibiéndole el paso como es universalmente sabido, por caminar mirando su teléfono celular en lugar de atender al entorno. Oh, sí. ¡Qué horror! ¿Puedo ahora continuar con lo que me encontraba haciendo antes de tan innecesaria interrupción?
Una expresión superficial es más que suficiente.
Por eso: fingir, fingir y fingir.
Hasta el hartazgo.
Hasta descubrir en nosotros, o en los demás, una sensación, un sentir, imposible de fingir. Entonces, sólo entonces y no antes, sabremos que aún seguimos vivos y que tenemos, en algún rincón oscuro y olvidado de nuestro ser, un espacio en el que aún no hemos sido completamente colonizados por lo exterior. Un espacio que aún no ha sido tergiversado por las costumbre de lo que debe hacerse pero somos incapaces de comprender el por qué dicha acciones.
Ese espacio, ese reducto, es algo que realmente vale la pena defender a capa y espada, o con lo que resulte más útil.

16 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Está bien esto de fingir, incluso tal vez sea necesario fingir el hartazgo, el estar hartos. Porque sería molesto andar con la verdad todo el tiempo, además que puede tratarse de algo cambiante.
No se puede sentir preocupación por cada drama del mundo, agotaría toda la fuerza vital.
Y a la vez, es necesario defender ese reducto no invadido.

Bien planteado, colega demiurgo

vodka dijo...

a veces es mejor fingir
a veces es imposible fingir.

Dyhego dijo...

Es que, si no fingiéramos, la realidad sería insoportable. A veces ocurro lo contrario, nos afecta mucho algo de alguien que no conocemos. Somos muy raros, los humanos.

Amapola Azzul dijo...

Me gustò tu post.
Besos.

Mi nombre es Mucha dijo...

Un texto complejo y si lo complejo es inteligente vos lo sos. Si pudiera reducir a pocas palabras lo que escribiste no podría. Fingir o ser de verdad????.Yo soy de verdad y eso no le gusta a la gente .Nadie sin fingir te ha dicho que tus textos son buenos pero
complejos. Poner en contexto el poder de pocas palabras no es fácil . No puedo resumir lo leído debo de ser torpe ....ya que me gustaría entenderte....No te juzgo ni te critico me gustaria charlar con una persona como vos sobre la felicidad en pocas palabras...un abrazo grande te valoro eso sí y mucho

Mara dijo...


Defendiendo ese espacio, ese reducto, espero haberlo encontrado. Saludos.

fany sinrimas dijo...

yo distinguiría el fingir, de los convencionalismos.Estos son también, de algún modo, fingimiento, pero contribuyen a la convivencia y los buenos modales. En cambio me repugna fingir que soy quien no soy, o que creo en lo que no creo, pues en esto siempre hay turbios intereses y manifiesto engaño.Solo en la ficción literaria se justifica el fingimiento, al situarse el escritor en el lugar del otro.

Me ha gustado esta invitación a pensar en qué medida somos fingidores.

Un afectuoso saludo.

Mirella S. dijo...

Todo un dilema. Vivimos entre fingimientos y cambiando caretas según cada circunstancia. A veces es inevitable, otras innecesario.
Lo que es muy difícil, cuando se ha adquirido conciencia, es mentirse a uno mismo.
Muy interesante planteo, José.
Saludos.

mariarosa dijo...


A veces es necesario sonreír y no prestar atención a lo que nos dicen, cuando eso que nos dicen no nos importa y sólo sirve para hacernos hacer "mala sangre". No se que es hacerse mala sangre, pero queda lindo.

mariarosa

AdolfO ReltiH dijo...

POR ESO LOS SUEÑOS SON MÁS IMPORTANTES QUE LA REALIDAD. COHERENTE TU PLANTEAMIENTO.
ABRAZOS

Geraldine, dijo...

Un tema mas que interesante...se finge como defensa, como adaptación...lo que realmente nos importa se cuenta con los dedos de una mano...beso!!!

unjubilado dijo...

No me gusta fingir, aunque reconozco que en ocasiones es bueno hacerlo, sin embargo en mi caso se me nota demasiado y por ello procuro no hacerlo.
Saludos

Frodo dijo...

En el equilibrio entre ese colonizado que se hace el desinteresado en la evangelización, y el colonizador que a veces somos se encuentra nuestra forma de ser. Un Moctezuma muriendo por lapidación o un Hernán Cortés en plena expedición de conquista, serían los extremos... o tal vez hay más allá.

Abrazo!

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

Tu post de hoy me ha recordado a cuando esos clientes que llegan no sólo con la necesidad de comer, sino con la necesidad de descargarse de historias que en casa no lo van a oír... y yo me quedo con la extraña sensación de si vendo bocadillos o soy un puesto de Psicología ambulante
besos

Elena Beatriz Viterbo dijo...

Bueno, la verdad es que a veces las cosas se complican y nos toca fingir un poco, pero eso no nos hace malos, ni vacíos, ni hipócritas, ni nada de eso: es una cuestión de educación, de cortesía. Fíjate que yo cuando me echo a la cara a gente que me dice que son cien por cien sinceros y que no fingen jamás y como esto otras mil cosas, me da un poco de susto y me planteo si no serán autómatas. Creo que las cosas vienen como vienen y a veces mentir no es malo ni fingir tampoco, depende de las circunstancias, y eso no nos hace peores, ni mejores.

LA ZARZAMORA dijo...

Somos tantos yos según la circunstancia y quien nos rodea que la contradicción más que el fingimiento no necesita de máscara alguna y ya cumple su papel mientras transcurren las horas del día.

Un abrazo, José.
Interesante reflexión.