Nadie dice que hacer lo correcto la mayor parte
del tiempo resulte sencillo. La estructura de lo políticamente correcto nos
lleva a confundir las vivencias individuales y mutuas en un cúmulo de acciones
en donde la jerarquización se torna, como mínimo, impracticable. Pero si cada
aspecto del mundo es igual de importante que el resto, nada lo es. La
incoherencia continúa; y hay quienes dicen que se extiende hasta el infinito y
más allá.
Es
una suerte, entonces, que algunos seamos capaces de poner en práctica una
habilidad que en todos se encuentra disponible pero la mayoría no sabría de qué
manera utilizarla adecuadamente. Me refiero, claro, al fingimiento. Pero, ¿por
qué esa cara de sorpresa? Vamos, si todos lo hemos hecho alguna vez en la vida
y lo utilizamos, en mayor o menor medida, casi todo el tiempo. De nada sirve
negarlo e, incluso creo, aceptarlo podría traernos beneficios adicionales.
Los
ejemplos se suceden: Un/a compañero/a de trabajo/estudio nos relata por enésima
vez sus aventuras de sábados por la noche y en nuestra mente suena una melodía
similar a la música de los ascensores que nos permite sustraernos de tan insulso
diálogo con una sonrisa en los labios (o una expresión de preocupación si el
relato así lo requiere, claro). Fingimos interés sabiendo que ese/a otro/a esta
muerto/a por dentro desde hace mucho tiempo.
Segundo
ejemplo. En el noticiario permanente se habla de un atentado, de un desastre
natural, del impacto de un asteroide en Yucatán, de la muerte de miles de
adictos por el consumo de cocaína mezclada con harina leudante, o que el
representante legal de alguna religión indeterminada ha realizado alguna clase
de acto altruista sin igual que mañana nadie recordará. Fingimos mirando la información,
como si aquello nos afectara de manera directa, sabiendo y recordado que la
ultima vez que algo nos sucedió a nosotros, nadie se preocupó por saber
siquiera si nos encontrábamos bien. Pero es necesario demostrar empatía frente
al sufrimiento de otros seres humanos como lo somos nosotros —al menos eso
dicen.
Ejemplo
tercero. El hijo del hermano del tío del abuelo del sobrino del vecino que vive
el séptimo piso del edificio de habitaciones unipersonales donde vive el
repartidor de periódicos digitales, se encuentra en coma por haber cruzado
caminando una avenida sin atender a que el semáforo se encontraba en rojo,
prohibiéndole el paso como es universalmente sabido, por caminar mirando su
teléfono celular en lugar de atender al entorno. Oh, sí. ¡Qué horror! ¿Puedo ahora continuar con lo que me
encontraba haciendo antes de tan innecesaria interrupción?
Una
expresión superficial es más que suficiente.
Por
eso: fingir, fingir y fingir.
Hasta
el hartazgo.
Hasta descubrir en nosotros, o en
los demás, una sensación, un sentir, imposible de fingir. Entonces, sólo
entonces y no antes, sabremos que aún seguimos vivos y que tenemos, en algún
rincón oscuro y olvidado de nuestro ser, un espacio en el que aún no hemos sido
completamente colonizados por lo exterior. Un espacio que aún no ha sido
tergiversado por las costumbre de lo que debe hacerse pero somos incapaces de
comprender el por qué dicha acciones.
Ese
espacio, ese reducto, es algo que realmente vale la pena defender a capa y
espada, o con lo que resulte más útil.
16 comentarios:
Está bien esto de fingir, incluso tal vez sea necesario fingir el hartazgo, el estar hartos. Porque sería molesto andar con la verdad todo el tiempo, además que puede tratarse de algo cambiante.
No se puede sentir preocupación por cada drama del mundo, agotaría toda la fuerza vital.
Y a la vez, es necesario defender ese reducto no invadido.
Bien planteado, colega demiurgo
a veces es mejor fingir
a veces es imposible fingir.
Es que, si no fingiéramos, la realidad sería insoportable. A veces ocurro lo contrario, nos afecta mucho algo de alguien que no conocemos. Somos muy raros, los humanos.
Me gustò tu post.
Besos.
Un texto complejo y si lo complejo es inteligente vos lo sos. Si pudiera reducir a pocas palabras lo que escribiste no podría. Fingir o ser de verdad????.Yo soy de verdad y eso no le gusta a la gente .Nadie sin fingir te ha dicho que tus textos son buenos pero
complejos. Poner en contexto el poder de pocas palabras no es fácil . No puedo resumir lo leído debo de ser torpe ....ya que me gustaría entenderte....No te juzgo ni te critico me gustaria charlar con una persona como vos sobre la felicidad en pocas palabras...un abrazo grande te valoro eso sí y mucho
Defendiendo ese espacio, ese reducto, espero haberlo encontrado. Saludos.
yo distinguiría el fingir, de los convencionalismos.Estos son también, de algún modo, fingimiento, pero contribuyen a la convivencia y los buenos modales. En cambio me repugna fingir que soy quien no soy, o que creo en lo que no creo, pues en esto siempre hay turbios intereses y manifiesto engaño.Solo en la ficción literaria se justifica el fingimiento, al situarse el escritor en el lugar del otro.
Me ha gustado esta invitación a pensar en qué medida somos fingidores.
Un afectuoso saludo.
Todo un dilema. Vivimos entre fingimientos y cambiando caretas según cada circunstancia. A veces es inevitable, otras innecesario.
Lo que es muy difícil, cuando se ha adquirido conciencia, es mentirse a uno mismo.
Muy interesante planteo, José.
Saludos.
A veces es necesario sonreír y no prestar atención a lo que nos dicen, cuando eso que nos dicen no nos importa y sólo sirve para hacernos hacer "mala sangre". No se que es hacerse mala sangre, pero queda lindo.
mariarosa
POR ESO LOS SUEÑOS SON MÁS IMPORTANTES QUE LA REALIDAD. COHERENTE TU PLANTEAMIENTO.
ABRAZOS
Un tema mas que interesante...se finge como defensa, como adaptación...lo que realmente nos importa se cuenta con los dedos de una mano...beso!!!
No me gusta fingir, aunque reconozco que en ocasiones es bueno hacerlo, sin embargo en mi caso se me nota demasiado y por ello procuro no hacerlo.
Saludos
En el equilibrio entre ese colonizado que se hace el desinteresado en la evangelización, y el colonizador que a veces somos se encuentra nuestra forma de ser. Un Moctezuma muriendo por lapidación o un Hernán Cortés en plena expedición de conquista, serían los extremos... o tal vez hay más allá.
Abrazo!
Tu post de hoy me ha recordado a cuando esos clientes que llegan no sólo con la necesidad de comer, sino con la necesidad de descargarse de historias que en casa no lo van a oír... y yo me quedo con la extraña sensación de si vendo bocadillos o soy un puesto de Psicología ambulante
besos
Bueno, la verdad es que a veces las cosas se complican y nos toca fingir un poco, pero eso no nos hace malos, ni vacíos, ni hipócritas, ni nada de eso: es una cuestión de educación, de cortesía. Fíjate que yo cuando me echo a la cara a gente que me dice que son cien por cien sinceros y que no fingen jamás y como esto otras mil cosas, me da un poco de susto y me planteo si no serán autómatas. Creo que las cosas vienen como vienen y a veces mentir no es malo ni fingir tampoco, depende de las circunstancias, y eso no nos hace peores, ni mejores.
Somos tantos yos según la circunstancia y quien nos rodea que la contradicción más que el fingimiento no necesita de máscara alguna y ya cumple su papel mientras transcurren las horas del día.
Un abrazo, José.
Interesante reflexión.
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