Al inicio eran apenas unos pocos,
algunas docenas, quizá menos. Sabían multiplicarse y lo hicieron, con
insistencia, con constancia, a lo largo del tiempo que se sucedería hasta el
mismo final del universo. Llegaron a ocupar hasta el más mínimo de los
rincones, los minúsculos y microscópicos junto con los inmensamente grandes.
Allí estaban, llenando el espacio, invadiéndolo dirían otros. Necesarios para
algunos, molestos para otros, ignorados por la mayoría.
Su
número no dejaba de crecer llenando los rincones multiplicándose exponencialmente.
Morían unos pocos y miles los reemplazaban; al menos, por un largo período
indeterminado de tiempo, así fue. Pero, sabido es, los límites siempre existen,
aun para aquellos que ignoran el por qué de su existencia, la razón del ser o
el sentido que han de tener en el mundo físico.
El tiempo,
tirano entre tiranos, asesino entre asesinos, nunca dejó de correr. Y si en un
primer momento les permitió medrar a lo largo y lo ancho, a lo alto y lo bajo,
en las treinta y dos direcciones del viento, por los sesenta y cuatro
hexagramas, los ciento veintiocho bits y en los rincones del hiperespacio, les
quitó, luego, esa posibilidad. Así pues, del mismo modo en que comenzaran a
hacerlo, dejaron de multiplicarse y comenzaron, poco a poco, a menguar, a
decaer.
A
lo largo de un espiral cuasi infinito se deslizaron hacia la desaparición. Nadie
se molestaba en notar la ausencia de unos pocos si allí donde se los buscara
podría encontrárselos, tan alto era su número que nadie se percataba de que ya
no eran tantos como parecían. Si bien morían poco a poco, nunca dejaron de
hacerlo.
Hasta
que llegó el inevitable momento en que ellos, que lo habían ocupado todo, se
extinguían sin remedio. Abandonaron sus posesiones ancestrales, las que creían la
cuna de su existencia, los lugares que amaban como profanos pero también como
sagrados. Lo abandonaron todo sabiéndose condenando a la extinción.
Ellos,
que llegaron a creerse el centro de la existencia, el pilar de la creación, el
sentido de la vida, los únicos entre los únicos, al final de cuentas, como el
resto de los otros seres que descubrieran a lo largo de su existencia,
perecerían. Un duro golpe para su ego, para sus vidas, para lo que ellos mismos
eran. Un golpe. Duro, muy duro.
Durante
años debía mirarse con suma atención, y sólo en ciertos lugares específicos,
para encontrar a uno de ellos. Solitarios heresiarcas lamentándose siempre por
lo perdido, ignorando cómo soñar por un nuevo futuro.
Porque
no había futuro, decían, pensaban, repetían y creían.
Pronto
llegó la noticia de que sólo subsistían dos de ellos, en rincones alejados,
casi opuestos, del universo. Ancianos, vetustos, olvidados por el resto de la
creación, solo sabían el uno del otro. Por eso se odiaban hasta el extremo de
desearse la muerte mutuamente. Ambos eran del mismo género, no podrían pues jamás,
ni aunque así lo quisieran, reproducirse. Se odiaban el uno al otro odiándose a
sí mismos por lo que eran, lo que supieran poseer y por lo que habían perdido;
aun cuando de ellos sólo quedaran antiguas leyendas semiolvidadas en sus
memorias.
Estaban
condenados a que, por los siglos de los siglos, y por el resto de la eternidad,
su nombre cayera, irremediablemente, en el olvido. Entonces, ellos, que lo fueron
todo, no serían, al final nada.
8 comentarios:
La cuestión siempre es el después...
Saludos a tod@s,
J.
Al final todo queda en nada. Hasta el más basto de los imperios. Hasta el más fuerte de los hombres queda reducido a cenizas. Lo bueno es que, pese a todo, la tierra nos vuelve a acoger con generosidad. Saludos.
Me recuerda a una novela de Asimov, titulada El fin de la Eternidad.
Inquietante planteo, colega demiurgo.
Saludos
La cuestión es el después
Sin embargo al final qué...es solo la nada y...mientras tanto...podrían unirse a esperar la muerte
Digo yo
Abrazos
Ni un hilo de esperanza nos deja tu historia... llegará ese fin...?
mariarosa
y tanto esfuerzo para qué?
besos
MUY INTERESANTE TU PREMONICIÓN.
ABRAZOS
Si hay alguna enseñanza que me dejó Jurassic Park es que "la vida siempre se abre caminos", y que en el momento menos esperado uno de esos dos se da cuenta que fue conformado con ADN de sapo de no se qué región del África, y en el momento de desesperación cambia de sexo (como alguno de esos sapos), dejando apenas cáscaras de huevos rotos y unas cuantas huellas en miniatura.
Buen relato apocalíptico, J.!
Abrazo!
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