domingo, 23 de abril de 2017

El rostro sobre la máscara

Mirarme al espejo al despertar cada mañana es un castigo. Lo sé, pero soy incapaz de evitarlo. Y es así que  vuelvo a mirarme una vez más al amanecer, sin siquiera recordar cuál es mi rostro, o si llevo alguna de mis máscaras debajo de éste. Si mi rostro es una máscara, o si la máscara es mi rostro.
            Ignoro la verdad, he sido tantos a lo largo del día, a lo largo de la noche, que al despertar, solitario, refugiado dentro del silencio, debería ser capaz de recordar algo. Al menos poder identificar alguno de mis antiguos rasgos. Pero ello no ocurre. Por supuesto, sería por demás extraño el poder hacerlo.
            Nada. Cero. Soy sin ser. Ven mi cuerpo, creen comprender mis gestos, mis emociones; pero ni siquiera me encuentro allí. Al contrario, hace tiempo que me he retirado, que me he ido, que partí hacia otro destino, sin que nadie se percatara de que lo único que dejé atrás es, apenas, un reemplazo. Un destino tan interior, tan profundo, tan lejano que apenas sí he adivinado parte del camino.
            Un compañero de trabajo, un transeúnte, una persona de confianza, alguien para contarle una broma —o hacérsela—, un comentador de las últimas noticias, un desconocido en el transporte público, la persona que se llevó el último ejemplar de la revista, el maestro, el que quizá tenga la respuesta para el problema, ese que no hace falta escuchar, el que cree que tiene algo para decir que no sea sabido de antemano, el que puede ser ignorado sin dificultad, el amante secreto, el que sufre en silencio o dando grandes voces, el que es amado pero no responde, el que finge que le interesa aquello que se le cuenta en confidencia por alguien de quien apenas sabe el nombre. El que se crea una lista de intereses para distraer a los otros.
La mirada perdida, desenfocada, como preocupado por algo más, siempre dispuesto a escuchar y a dar una respuesta inventada, a intentar una palabra de aliento en la que ni siquiera se cree.
            La lista es infinita, como también lo son las máscaras.
            Tal vez sería diferente si hubiera dolor, o algo similar, algo para sentir, con tanto cambio, con tanto ser y no ser, con tanto ser sin ser. Pero ni siquiera. Continúa, el día se termina y luego viene la noche, claro, y, en el sueño, se repite lo mismo.
            Otras máscaras. Las clásicas, el que cae, el que corre sin descanso, el que vuela, el que olvidó estudiar, el desnudo en medio de la multitud, el que no es visto, el ignorado —aunque también lo sea durante la vigilia—. Así como aquellas que, al parecer, resultan ser un poco más personales, pero que se relacionan unos con otros como el resto de ellos; las vidas perdidas, lo que pudo haber sido pero no es, lo que se perdió, lo que se desperdició. Lo que ni siquiera puede llorarse. Lo que nunca se repetirá y, en el recuerdo, se perderá sin más.
            Máscaras. Remedo de rostros que se han ido. Remedo de rostros que jamás hemos conocido. Remedo de remedos anteriores.
            Soy incapaz de reconocerme en el reflejo de cada mañana, en esa imagen, ese hombre que me mira sin saber quién es él, quién soy yo. El despertar es el castigo.
            Un castigo repetitivo al estilo de los antiguos dioses griegos que nos negamos a dejar en el camino; pero continúo haciéndolo, sin poder sustraerme a ello, cada mañana, al desperar. Hasta que, por supuesto, un día ya no lo haga.

14 comentarios:

José A. García dijo...

Una de esas aclaraciones innecesarias pero para nada superfluas, el personaje de éste texto no soy yo.

No. Para nada. No soy yo.

Nos leemos,

J.

mariarosa dijo...


Todos somos un poco ese personaje de tu historia. Y el que diga que no; le digo; "Piedra libre"

mariaosa

serafin p g dijo...

Muy bueno el relato José!
No se porque se me vino la imagen del corso de pueblo y el candoroso paso de las mascaritas suelta al ritmo alucinado de la murga.

nos leemos!
sera

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

El personaje podría ser alguno de tus lectores.
Entiendo eso de verse en el espejo, luego de despertar, para no reconocerme.
Bien escrito, colega demiurgo.

jfbmurcia dijo...

Desde tiempos inmemoriales hemos echado mano de las máscaras con las más inconfesables intenciones. Saludos

vodka dijo...

sabías que hay un fenómeno psiquiátrico que se llama despersonalización donde uno no se reconoce en el espejo? No hay nada mas siniestro (no es necesario estar muy loco para que te pase) que pasar rapidamente por un espejo y no reconocerse.
Igual el espejo-con el paso de los años- te devuelve una imagen que no es exactamente la que uno tiene de si. Como en el retrato de Dorian Grey.
no me miro casi en el espejo: Debería hacerlo. Tal vez el espejo es el comentario de los mios Nilda, esa ropa no pega o sacate el pelo de adentro del tapado... Es un espejo bondadoso, o mejor cuidador.
un cariño

AdolfO ReltiH dijo...

ESTA FACETA LA HEMOS CONVERTIDO EN ALGO COTIDIANO, PORQUE LA FALSEDAD PRIMA. MUY REFLEXIVO TU TEXTO.
ABRAZOS

Mara dijo...


Pienso que hay otro "despertar" detrás de las máscaras. Ése despertar no cambia tu vida, pero sientes que todo ha cambiado.no te da más poder, pero descubres el poder que tienes. Haces pensar. Saludos.

Frodo dijo...

Está claro que no sos vos, sino Borges o tal vez Patricio Santos Fontanet
https://www.youtube.com/watch?v=fikLzgOlqbM

Abrazo!

gla. dijo...

Me encantó leerte
Claro que puede ser cualquiera...yo por ejemplo
Muy bueno
Abrazos

taty dijo...

Podría decirte, eres Jung poeta.

Podría decirte que es bueno no sentirse tan solo.

Pero sólo te voy a decir, gracias por el espejo.

A pesar de su condena.

Abrazos.

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

tú al menos es máscara, yo he sido degradada a usar careta... porque la vida se descojona de mi...
besos.

José A. García dijo...

Gracias por las visitas y comentarios... Y eso de compararme con Jung... Sin palabras.

Nos leemos,

J.

la MaLquEridA dijo...

Entre el espejo y yo hay algo personal. No nos podemos ver.


Un abrazo José