domingo, 12 de marzo de 2017

El Dilema


Era fácil percatarse que el sombrero era ajeno. Su tamaño excedía con creces las necesidades de su cabeza, tanto que llegaba a ocultarle la mitad de los ojos, quizás un poco más, haciendo que sus orejas desaparecieran. Apenas podía reconocérsele la barbilla debajo de la sombra que proyectaba.
            Aún así, era por completo identificable; al menos para mí, claro, que podía reconocerla, creía, en cualquier contexto. El que se vistiera con ese sombrero, aún encontrándose por completo desnuda en medio de la oficina, señalaba que buscaba evitar ser recordada. Índice de que si decidía pasar a su lado para llegar más allá de donde ella se encontraba, debía evitar el saludo que tenía en mente. Podría mirarla, pero no hablarle, como tantas veces antes.
            La pregunta sobre la razón de sus acciones tendría que esperar otro momento. Claro que, el que prefiriera que nuestras miradas se desencontraran dolía muy dentro de mi pecho, en una parte de mi anatomía que hubiera jurado muerta, o al menos vacía, desde hacía mucho más tiempo del que estoy dispuesto a reconocer. Sí, así lo había estado, muerta, olvidada, oculta, pero su cercanía ayudaba a negar tal realidad; y, ahora, revivía las mismas sensaciones de aquella primera vez en que mi corazón sufriera sin motivos aparentes.
            ¿Qué más podía hacer sino continuar como si nada?
            Negar mi dolor y continuar, como tantas veces antes de este día; como otras que vendrán en el futuro. Mis pasos continuarán marcando el mismo ritmo aún cuando el dolor me embriagara. Debía continuar, respirar hondo y hacer lo necesario para continuar, como si nada de lo que sentía en mi interior sucediera realmente.
            Cuando me encontré junto a ella, que continuaba en la misma posición, de pié, firme, con el sombrero calado ocultando su rostro, desnuda, sin haberse movido en lo más mínimo desde el instante en que la descubrí, intenté pasar lo más rápidamente posible. Pasar y olvidar, como sabía que podía hacer; en ese mismo instante, todo se descalabró.
            —Hola, J. — susurró sin mover los labios.
            —¿Cómo sabes que soy yo? No puedes verme —pregunté.
            —Tus pasos son inconfundibles —respondió.
            Sonreí para mí, porque era el único de cuantos estábamos en la oficina que había escuchado sus palabras. En ese instante, el pasado y el futuro me importaban un comino. Prefería, por sobre todas las cosas, el presente, ese presente, por siempre, para siempre.

10 comentarios:

José A. García dijo...

Ciertos sueños mejor convertirlos en literatura antes de olvidarlos.

Claro que, en este caso, desconozco si logré hacer entendible algo tan irracional.

Nos leemos,

J.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

El ser reconocido por los pasos parece compensar que el haber evitado las miradas.
Se nota la emoción de lo que contás.

Mirella S. dijo...

Tiene un toque surrealista que me ha gustado mucho.
Saludos, José.

Dyhego dijo...

Un presente con esa señora es un infinito.

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

ella sabía que la iba a reconocer, por eso lo esperaba, para hacer realidad ese presente...
besos.

mariarosa dijo...


Eras importante para ella, si con tus pasos, nada más te reconoció. Cosas de los sueños, tal vez en el próximo se quite el sombrero.

mariarosa

Celia dijo...

Y estaba así en la oficina... Bueno, leo que es un sueño. Es un sueño estupendo y muy bien relatado.
Saludos.

Sophie dijo...

Hola, sí resultó entendible, aunque todo recurso estilistico es válido para transmitir relatos o poesía; de hecho me gustó. Te leeré.

José A. García dijo...

Gracias por sus visitas y comentarios, como siempre lo más interesante de la página. En cuanto me haga de un tiempo libre devolveré todas las visitas.

Gracias!

Nos leemos,

J.

Bubo dijo...

El presente es eterno. Buena elección.