Era fácil percatarse que el sombrero era ajeno.
Su tamaño excedía con creces las necesidades de su cabeza, tanto que llegaba a
ocultarle la mitad de los ojos, quizás un poco más, haciendo que sus orejas
desaparecieran. Apenas podía reconocérsele la barbilla debajo de la sombra que
proyectaba.
Aún
así, era por completo identificable; al menos para mí, claro, que podía
reconocerla, creía, en cualquier contexto. El que se vistiera con ese sombrero,
aún encontrándose por completo desnuda en medio de la oficina, señalaba que
buscaba evitar ser recordada. Índice de que si decidía pasar a su lado para
llegar más allá de donde ella se encontraba, debía evitar el saludo que tenía
en mente. Podría mirarla, pero no hablarle, como tantas veces antes.
La
pregunta sobre la razón de sus acciones tendría que esperar otro momento. Claro
que, el que prefiriera que nuestras miradas se desencontraran dolía muy dentro
de mi pecho, en una parte de mi anatomía que hubiera jurado muerta, o al menos
vacía, desde hacía mucho más tiempo del que estoy dispuesto a reconocer. Sí, así
lo había estado, muerta, olvidada, oculta, pero su cercanía ayudaba a negar tal
realidad; y, ahora, revivía las mismas sensaciones de aquella primera vez en
que mi corazón sufriera sin motivos aparentes.
¿Qué
más podía hacer sino continuar como si nada?
Negar
mi dolor y continuar, como tantas veces antes de este día; como otras que
vendrán en el futuro. Mis pasos continuarán marcando el mismo ritmo aún cuando
el dolor me embriagara. Debía continuar, respirar hondo y hacer lo necesario
para continuar, como si nada de lo que sentía en mi interior sucediera
realmente.
Cuando
me encontré junto a ella, que continuaba en la misma posición, de pié, firme,
con el sombrero calado ocultando su rostro, desnuda, sin haberse movido en lo
más mínimo desde el instante en que la descubrí, intenté pasar lo más
rápidamente posible. Pasar y olvidar, como sabía que podía hacer; en ese mismo
instante, todo se descalabró.
—Hola,
J. — susurró sin mover los labios.
—¿Cómo
sabes que soy yo? No puedes verme —pregunté.
—Tus
pasos son inconfundibles —respondió.
Sonreí
para mí, porque era el único de cuantos estábamos en la oficina que había
escuchado sus palabras. En ese instante, el pasado y el futuro me importaban un
comino. Prefería, por sobre todas las cosas, el presente, ese presente, por
siempre, para siempre.
10 comentarios:
Ciertos sueños mejor convertirlos en literatura antes de olvidarlos.
Claro que, en este caso, desconozco si logré hacer entendible algo tan irracional.
Nos leemos,
J.
El ser reconocido por los pasos parece compensar que el haber evitado las miradas.
Se nota la emoción de lo que contás.
Tiene un toque surrealista que me ha gustado mucho.
Saludos, José.
Un presente con esa señora es un infinito.
ella sabía que la iba a reconocer, por eso lo esperaba, para hacer realidad ese presente...
besos.
Eras importante para ella, si con tus pasos, nada más te reconoció. Cosas de los sueños, tal vez en el próximo se quite el sombrero.
mariarosa
Y estaba así en la oficina... Bueno, leo que es un sueño. Es un sueño estupendo y muy bien relatado.
Saludos.
Hola, sí resultó entendible, aunque todo recurso estilistico es válido para transmitir relatos o poesía; de hecho me gustó. Te leeré.
Gracias por sus visitas y comentarios, como siempre lo más interesante de la página. En cuanto me haga de un tiempo libre devolveré todas las visitas.
Gracias!
Nos leemos,
J.
El presente es eterno. Buena elección.
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