En la habitación, blanca, impoluta,
desinfectada y con olor a nada, el intervenido descansaba lo mejor que le era
posible entre los restos de la anestesia que comenzaba a desvanecerse y las primeras
puntadas del nuevo dolor. Lo habían depositado sobre una de esas camas
sumamente incómodas que sólo se encuentran en los hospitales o en las
habitaciones de alquiler para dormir por horas. Ambos lugares de paso, al menos
la mayoría de las veces.
—Mi
pierna duele —susurró.
Por
la expresión del médico que utilizaba la cartilla de temperaturas para hacer
dibujos obscenos cada vez que descubría un error en su sudoku, no era la
primera vez que el intervenido decía algo similar.
—Ya
lo hemos hablado —respondió sin mirarlo, pero no había otra cosa que hacer allí
dentro.
—Mi
pierna duele —repitió el intervenido.
—Es
una sensación. El cuerpo tardará un tiempo más en adaptarse. El dolor es
residual, se le pasará, usted lo sabía desde antes de la intervención.
—¿Qué
hago mientras tanto? —preguntó, con un tono de voz más lastimero aún, el
intervenido.
—Pruebe
haciéndose hombre —respondió el médico, con fastidio, consultando una vez más
su reloj, faltaba poco para que pudiera salir del hospital sin ser sancionado
por retirarse otra vez antes de hora—. Espere a que se le pase. Al menos usted
sobrevivió.
—Es
fácil decirlo, es mi pierna…
—Era
su pierna —interrumpió el médico apoyando una mano sobre la sábana que cubría
el espacio vacío donde debería de encontrarse la extremidad mencionada—, ya no
lo es más.
El
intervenido, con los últimos resabios de la anestesia diluyéndose en su sangre
miró la mano del médico, miró su cuerpo, miró el techo de la habitación, sintió
su dolor, real como la ausencia, reconoció el desinterés del médico en su
situación, y la forma en que debería reacomodar su vida a partir de mañana.
Esperó
hasta que la bata blanca enfiló hacia la puerta antes de volver a hablar.
—Pero…
—murmuró cerrando los ojos y apoyando la cabeza sobre la almohada para
disimular las lágrimas—, era mía.
12 comentarios:
Pero qué molesta sensación...
Saludos,
J.
Obvio al médico no le duele porque no era la suya. Insensibilidad de los batas blancas fastidiados como muchor por la vida vacía que llevan. Así la vida, muchos como él.
Un abrazo
José:
¡qué médico más falto de sentimientos!
Ese maldito médico, no todos son así, sabe que el paciente siempre va a sentir su pierna, aunque ya no la tenga.
Es un relato doloroso, lo viví con mi viejo y te puedo garantizar que el paciente no se acostumbra nunca a que su pierna ya no está.
Le pica, le duele, pero es sólo una sensación.
mariarosa
Que médico tan desagradable. Y carente de empatía o sea un psicopata.
Saludos, colega demiurgo
Debe haber sido un médico militar. Yo he conocido en mi vida bastantes doctores civiles y no tratan así a los pacientes, pero en realidad, desde un punto de vista es un relato bien hecho, aunque deja muchas preguntas para muchos otros relatos ¿va?
Saludos.
Es fortísimo. Muy buen relato, estremece.
Un abrazo.
muy descriptivo, pienso en mi pierna,,,algo escuché alguna vez acerca del miembro fantasma...buena semana!
El famoso miembro fantasma.
Fuerte relato, crudo. Y me pregunto cuál es el dolor más grave que uno puede sentir. Tal vez saber que hay cosas que son para siempre, irreversibles. El dolor de saberse mortal.
Escena digna de La Montaña Mágica
Abrazo!
perder algo nuestro es difícil, si es aún más de nuestro cuerpo, debe ser horroroso
besos.
Ese médico no sabía dorar la píldora. Aunque también los hay que no saben hacer más que eso. La fatalidad de caer en sus manos y no siempre poder salir corriendo.
Salud (nunca mejor dicho).
Gracias por los comentarios de tod@s, enriquecen mucho un texto que quedó demasiado flaco, demasiado sin explicación...
Nos leemos,
J.
Publicar un comentario