domingo, 30 de octubre de 2016

El Fabulante


—Es peligroso mirarte a los ojos —dijiste luego del largo, y pretendidamente eterno, atardecer, mientras la noche avanzaba ocultando las estrellas—. Quizá mi cordura no lo resista.
            Sonreí sin entender, sin intentar comprender de lo que hablabas. Sonreí. Creía que de ese modo sería más fácil proponerte algunas de las miles de ideas en las que pensaba sin utilizar las tan gastadas palabras de siempre. Un gesto, o cualquier otra cosa, podría ser más que suficiente. Claro que no podía saberlo si haberlo hablado antes.
            Tarde acabé percatándome que, esa frase, que simulaba tanto azar, formaba parte de un cálculo sumamente complejo, encontrándose dentro de un plan tan maestro como siniestro del cual ambos formábamos parte. Un plan por el cual pretendías hacerme creer que era quien tomaba las decisiones cuando, en verdad, en todas las cuestiones siempre contaba con tu aprobación o tu rechazo; tácito, implícito, directo o por aproximación, lo mismo daba. Nada de cuanto sucedía escapaba a tu control. Incluso los más minúsculos detalles estaban calculados.
            Ni siquiera mis propias palabras eran, lo sé ahora, mías.
            Lo demás, todo lo demás (y cuando digo todo lo demás me refiero, precisamente, a todo lo demás) llegó luego de ese primer encuentro en que pronunciaste las palabras exactas para llevarme a pensar que era posible, que podría convertirse en realidad. Lograste que creyera que éramos capaces de construir un universo nuevo, único e irrepetible; sin uso, y sólo para nosotros. ¿O era consumir? Los verbos, la mayor parte del tiempo, se me confunden.
            Claro que, para ese entonces, era tarde. Nada tenía que ver el que tu cordura hubiera sido incapaz de resistir a mis ojos, sino que, bien al contrario, eran mis ojos los que se habían perdido en tu locura. Tal vez para siempre, si es que tal cosa existe, claro.

14 comentarios:

José A. García dijo...

Ciertas palabras nunca deben de ser pronunciadas.

Saludos,

J.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Una forma muy astuta de manipular.
Y que depresivo que no siquiera la manipulación haya podido crear algo especial, por la perdida de la locura.
Bien escrito.

José A. García dijo...

Gracias, como siempre, Demiurgo. Ahora, tu última afirmación no sé si será siquiera cierta en parte.

Suerte,

J.

Dyhego dijo...

Hay que buscar las palabras adecuadas. Con un diccionario a mano es más fácil.

jfbmurcia dijo...

Ese consumo desaforado nos ha captado a todos. Somos miembros de la secta más grande jamás creada. Me voy a comprar....Saludos.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Quizá por eso dicen que los ojos son abismos...

Amapola Azzul dijo...

Claro que existe. Besos.

Celia dijo...

No sabes cómo te entiendo...
Un abrazo.

Recomenzar dijo...

me deleito con tu forma de escribir

mariarosa dijo...


Hay personas que hacen del camelo o chamuyo, como mejor te guste, un arte, el tema es darse cuenta a tiempo.

mariarosa

Recomenzar dijo...

escribes maravilloso

Frodo dijo...

Lo leí con ritmo de poema. Casi como que repartí la prosa del relato en versos, y creo que al releerlo me di cuenta que tiene bastante de eso, por las sensaciones que me dejó: los ojos como espejos, la cordura que no resiste, lo que nos excede, lo que nos consume, lo que nos manipula, todas sensaciones.
Me gusta que en el final se da vuelta.
Muy bonito


Abrazo

taty dijo...

Muy inteligente; mire cómo sabe manipular el texto y venderlo como una historia de amor ;)

Saludos, siempre un placer pasar por aquí a leer.

José A. García dijo...

Gracias por las visitas y comentarios, como siempre, resultan lo más interesante del blog.

Nos estamos leyendo.

Saludos,

J.