domingo, 12 de junio de 2016

Año Dieciséis, Semana Cuarenta y Siete

Me invade esa sensación de tener demasiadas cosas en la cabeza al mismo; demasiado en qué pensar; demasiados planes; demasiadas ideas que no llegan a suceder. Todo en demasía, en infinitas proporciones, pero en un tiempo finito en comparación de los deseos de aquello que se pretende realizar. Pensar demasiado, pensar y pensar; sin nunca darse tiempo a descansar. Ni, tampoco, tiempo para hablar con nadie, de nada, porque carece de importancia aquello que puede ser dicho pero no pensado, sentido pero no racionalizado. Es peligroso, imprevisible y, por lo tanto, quizá, también, dañino. Mejor, en ese caso, como lo ha sido siempre, evitarlo.
            Una fábrica de sueños, de historias, de pensamientos tan disímiles que a lo largo de los anos se convierten en cuentos, en novelas frustradas, en oscuridades en el fondo de los ojos que comienzan a crecer, a devorarse la luz, la imaginación y a opacar cuanto se ve con esos ojos enfermos. Una fábrica en constante funcionamiento, a cada segundo de mi existir, en cada instante, que no sabe cuándo descansar pero que, aunque lo supiera, ignoraría cómo hacerlo.
            Pero resulta imposible dejar de pensar, el pensar nos define, el ser nos provoca continuos pensamientos sobre detalles de la existencia que antes no habíamos tenido en cuenta, o sí, pero en menor medida. Como si cada segundo de la existencia tuviera la misma importancia, como si, en definitiva, todo careciera de valor intrínseco más allá de lo que pretendemos darle en ese momento. Así como el oro carece de valor en sí mismo, una persona no es valiosa por lo que es, sino por lo que los demás esperan de ella. ¿Sería más feliz si pensara menos? Seguramente no me estaría preguntando esto mismo porque no hubiera sido capaz de percatarme de dicho dilema, por lo que el contrafáctico aquí planteado (como sería si…) carece de espacio válido en este momento, en este lugar, en este texto, en esta lectura. Soy lo que soy, como dicen que dijo el que lo dijo; pero eso se puede cambiar, seguro que sí, es solo que demora demasiado tiempo y requiere, por otro lado, demasiado esfuerzo.
            Mis ideas no son válidas en la medida en que sea el único que cree en ellas. El mercado es rey, el mercado gobierna, el mercado es dios, y he sido, desde la fecha en que prefiero recordar/me (y no lo que estaba antes a ese momento), un incrédulo.
            Pero, eso sí, continúo pensando, sin saber, ni querer saber, cómo dejar de hacerlo.

6 comentarios:

José A. García dijo...

Mucho ruido en estos días, demasiado diría si no lo hubiera dicho ya.

Saludos

J.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Creo que te entiendo. Y algunas cosas en que tengo que pensar no fueron elegidas por mí. Y siento que el tiempo no me es suficiente.
No, yo no sería feliz y además me estaría perdiendo algo. Así que sería menos feliz todavía.
Saludos.

taty dijo...

Dos planteamientos interesantes.

Ser, dejar de ser, cómo definir cada estado, dónde está el limite que los separa, ¿es siquiera posible hablar de esos estados?

"Mis ideas no son válidas en la medida en que sea el único que cree en ellas." ¿Qué le da validez a la idea, el mero hecho de existir en una cabeza (o en muchas) o el hecho de que la idea sea comunicada, debatida, aceptada, rechazada? ¿O es asunto de trascendencia?

Bueno, es que ando en ánimo de preguntas :)

Abrazos.

censurasigloXXI dijo...

Es un verdadero martirio el tener siempre la cabeza ocupada, es como tener una olla a presión permanente sobre los hombros.
El caso es que cuanto más sentido crítico posee el cerebro coherente -porque hay cerebros muy brillantes en cualquier materia pero que son dogmáticos y críticos solamente con los demás- más acelerados e intensos son los pensamientos, tal vez porque se trata de buscar entre líneas aquella parte de certeza que se oculta en todo lo afirmado. Es una batalla campal entre la incredulidad de la realidad que nos establecen y las ganas de saber...

En fin, seguiremos siendo incrédulos sin posible solución :)))

Un beso.

Frodo dijo...

Interesante. Me gusta más sobre el final cuando mencionás las ideas no válidas frente al mercado, creo que todos los artistas suelen sentir eso cuando no son reconocidos. Pero ojo, porque a veces son reconocidos pero nadie comprende sus ideas, con la consecuencia de volver a invalidarlas o al menos ponerlas en jaque.
Dejar de pensar no se puede, pero a veces el buscar más la sensación sin tanta razón (por ejemplo hacer lo que nos gusta, por que sí, porque nos gusta y nada más) suele ayudar

Abrazo!

Dyhego dijo...

¡Siempre es bueno pensar!