Me invade esa sensación de tener demasiadas
cosas en la cabeza al mismo; demasiado en qué pensar; demasiados planes;
demasiadas ideas que no llegan a suceder. Todo en demasía, en infinitas
proporciones, pero en un tiempo finito en comparación de los deseos de aquello
que se pretende realizar. Pensar demasiado, pensar y pensar; sin nunca darse
tiempo a descansar. Ni, tampoco, tiempo para hablar con nadie, de nada, porque
carece de importancia aquello que puede ser dicho pero no pensado, sentido pero
no racionalizado. Es peligroso, imprevisible y, por lo tanto, quizá, también,
dañino. Mejor, en ese caso, como lo ha sido siempre, evitarlo.
Una
fábrica de sueños, de historias, de pensamientos tan disímiles que a lo largo
de los anos se convierten en cuentos, en novelas frustradas, en oscuridades en
el fondo de los ojos que comienzan a crecer, a devorarse la luz, la imaginación
y a opacar cuanto se ve con esos ojos enfermos. Una fábrica en constante
funcionamiento, a cada segundo de mi existir, en cada instante, que no sabe
cuándo descansar pero que, aunque lo supiera, ignoraría cómo hacerlo.
Pero
resulta imposible dejar de pensar, el pensar nos define, el ser nos provoca
continuos pensamientos sobre detalles de la existencia que antes no habíamos
tenido en cuenta, o sí, pero en menor medida. Como si cada segundo de la
existencia tuviera la misma importancia, como si, en definitiva, todo careciera
de valor intrínseco más allá de lo que pretendemos darle en ese momento. Así
como el oro carece de valor en sí mismo, una persona no es valiosa por lo que
es, sino por lo que los demás esperan de ella. ¿Sería más feliz si pensara
menos? Seguramente no me estaría preguntando esto mismo porque no hubiera sido
capaz de percatarme de dicho dilema, por lo que el contrafáctico aquí planteado
(como sería si…) carece de espacio válido en este momento, en este lugar, en
este texto, en esta lectura. Soy lo que soy, como dicen que dijo el que lo dijo;
pero eso se puede cambiar, seguro que sí, es solo que demora demasiado tiempo y
requiere, por otro lado, demasiado esfuerzo.
Mis
ideas no son válidas en la medida en que sea el único que cree en ellas. El
mercado es rey, el mercado gobierna, el mercado es dios, y he sido, desde la
fecha en que prefiero recordar/me (y no lo que estaba antes a ese momento), un incrédulo.
Pero,
eso sí, continúo pensando, sin saber, ni querer saber, cómo dejar de hacerlo.
6 comentarios:
Mucho ruido en estos días, demasiado diría si no lo hubiera dicho ya.
Saludos
J.
Creo que te entiendo. Y algunas cosas en que tengo que pensar no fueron elegidas por mí. Y siento que el tiempo no me es suficiente.
No, yo no sería feliz y además me estaría perdiendo algo. Así que sería menos feliz todavía.
Saludos.
Dos planteamientos interesantes.
Ser, dejar de ser, cómo definir cada estado, dónde está el limite que los separa, ¿es siquiera posible hablar de esos estados?
"Mis ideas no son válidas en la medida en que sea el único que cree en ellas." ¿Qué le da validez a la idea, el mero hecho de existir en una cabeza (o en muchas) o el hecho de que la idea sea comunicada, debatida, aceptada, rechazada? ¿O es asunto de trascendencia?
Bueno, es que ando en ánimo de preguntas :)
Abrazos.
Es un verdadero martirio el tener siempre la cabeza ocupada, es como tener una olla a presión permanente sobre los hombros.
El caso es que cuanto más sentido crítico posee el cerebro coherente -porque hay cerebros muy brillantes en cualquier materia pero que son dogmáticos y críticos solamente con los demás- más acelerados e intensos son los pensamientos, tal vez porque se trata de buscar entre líneas aquella parte de certeza que se oculta en todo lo afirmado. Es una batalla campal entre la incredulidad de la realidad que nos establecen y las ganas de saber...
En fin, seguiremos siendo incrédulos sin posible solución :)))
Un beso.
Interesante. Me gusta más sobre el final cuando mencionás las ideas no válidas frente al mercado, creo que todos los artistas suelen sentir eso cuando no son reconocidos. Pero ojo, porque a veces son reconocidos pero nadie comprende sus ideas, con la consecuencia de volver a invalidarlas o al menos ponerlas en jaque.
Dejar de pensar no se puede, pero a veces el buscar más la sensación sin tanta razón (por ejemplo hacer lo que nos gusta, por que sí, porque nos gusta y nada más) suele ayudar
Abrazo!
¡Siempre es bueno pensar!
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