Mi mundo es cada vez más pequeño.
Al menos así lo parece y se siente en estos momentos en los que me resulta
imposible verlo de otro modo.
Será cuestión
de los años que han ido sucediéndose, de los últimos cambios sucedidos o que
quizá crecer signifique también un poco eso, que las fronteras se encuentran cada
día más cerca. Sea como fuere, el mundo se ha vuelto más pequeño y lo que
hubiera querido disimular ya carece de verdadera importancia. Las cosas han sucedido
de ese modo y el tiempo continúa avanzando pero es imposible hacerlo
retroceder.
Las amistades
menguan hasta desaparecer, esfumándose en la rutina y los planes siempre
postergados, los horarios desfasados, los trabajos por entregar, las fechas que
cumplir, y obligaciones que se imponen como el primer objetivo. Después de
tanto tiempo estoy dispuesto a aceptar que Stepehn King tenía algo de razón
cuando dio a entender en su cuento El
Cuerpo, del libro Las Cuatro
Estaciones (en base al cual después hicieron la majestuosa Cuenta Conmigo) que nunca volveríamos a
tener amigos como los que tuvimos a los doce años de edad. La amistad no está
pensada para los adultos; la diversión siempre la vemos desde afuera. Como en
esas películas norteamericanas en las que la gente se la pasa de fiesta en
fiesta, de cóctel en cóctel y nunca se los ve hacer nada productivo.
La familia es
un reflejo difuminado en un espejo desconchado. Se la tiene cerca todo el
tiempo menos cuando realmente se la necesita para saberse vivo y sobreviviendo
al vacío de la existencia sin éxito que nos tocó por culpa de la frasecita
mediocre de Andy Warhol, que no era más que una mentira de alguien que se
acostumbrara a vender eso mismo porque había gente dispuesta a creerle.
Los ocasionales
compañeros de trabajo que pocas veces aceptan salirse de ese lugar, incluso encontrándonos
fuera de horario y que de lo único que saben hablar es de trabajo, trabajo y
más trabajo. El horario de trabajo ya terminó, cambien de tema, hablen de otra
cosa, vuélvanse interesante, sino no sirven, están demasiado incrustados en el
sistema, demasiado asimilados. En el trabajo no hay pasión, solo cansancio.
Hagan algo más o mueran, sin pena ni gloria, pero con mucho dolor, eso sí.
Las vacaciones
no son ya el espacio para disfrutar algo que allí no se encuentra. La playa
siempre esta sobrepoblada de gente necesitada de miradas ajenas (cuando no
obscenas) y la montaña cubierta de basura abandonada por gente de mierda que se
cree mejor que la naturaleza que le rodea. Un recuerdo brillante de un pasado
idílico es lo que nos queda por recuperar, pero no nos encontramos en una
ciudad en tinieblas ni cosa parecida, la ciudad no ha cambiado más que de
fachada, nosotros hemos cambiado de raíz.
Nos cuestionamos
para qué seguir, pero no dejamos de hacerlo. Para quién hacerlo cuando sentimos
que nosotros mismos no somos suficientes ni siquiera para mantener un diálogo
silencioso sobre el sentido de la vida, el universo y todo lo demás, el sexo,
la literatura y la música, entre otras cosas. Es entonces cuando nada parece
tener sentido. Pero, por las dudas, continuamos, porque quizá el panorama se
aclare en algún momento el camino (pero lo dudamos).
Entonces el
silencio hace su dramática entrada, el pasajero que miraba nuestro acontecer por
sobre nuestros hombros no tan disimuladamente nota que su presencia es
requerida. El silencio en el que voz alguna se escucha, porque nadie hay que nos
recuerde, ningún deseo reprimido perdura, ningún latido de corazón cercano se
deja sentir. Será que allí donde yace nuestro cuerpo no significa que realmente
nos encontremos nosotros mismos.
O quizá sea
que deba conseguirme un globo terráqueo más grande.
Sí, esta foto también es mía.
8 comentarios:
Tanto buscar amigos, perseguir objetivos para que cuando todo acabe nada haya tenido sentido. Un abrazo (si encuentras fallos de escritura habrás de disculpar, el celular y sus letras pequeñísimas).
Es preferible quedarse rumiando pensamientos que salir en busca de un amigo con el cual la conversación gira por los mismos tópicos como disco rayado.
Saludos
Entiendo eso de sentir que se ve la diversión desde afuera, cuando se la ve.
Lo de Stephen King tiene sentido pero no es necesariamente cierto. Tal vez se pueda tener nuevos amigos como esos.
Puede ser muy cierto lo que planteas de la familia.
Saludos.
José , escribís como si tuvieras los años que yo tengo .todo lo que pensás también yo lo pienso, pero , como te dije en otras ocasiones,finalmente,cuando nos bajemos de este mundo ,espero y quiero creer que aterrizaremos en alguna parte para seguir con nuestra evolución .bueno es un consuelo si no es así...ya lo sabremos.cariños Martha...(te espero en mi blog)
En realidad, el mundo solo existe como percepción...
El silencio a veces se hace grito. Besos.
Todos continuamos y escribimos en nuestros espacios, buscando a los otros náufragos, tal vez esprando que nos suceda el milagro:
Walked out this morning
Don't believe what I saw
A hundred billion bottles
Washed up on the shore
Seems I'm not alone at being alone
A hundred billion castaways
Looking for a home
¿No es irónico?
Abrazos!
Malquerida: Pocas, muy pocas, son las cosas que al final parecen haber tenido sentido.
Chaly Vera: La peor parte es darse cuenta de eso, de que somos, un poco al menos, un disco rayado.
Demiurgo de Hurlingham: Después de cierta edad, la amistad es un problema, no una facilidad.
Martha: Quizá lleguemos a algún lugar mejor, nunca se sabe.
Pedro Ojeda: Es cierto, por ello cada individuo lo ve y lo entiende a su manera. De allí que sea tan difícil entenderse con cualquier otro.
Amapola: Y el grito, otras veces, es silencioso.
Taty: Creo que la de Náufragos es la definición acertada para todo esto.
Gracias por las visitas y los comentarios.
Nos leemos,
J.
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