Vive, por definirlo de algún modo, junto a
nosotros. Aún cuando sea cierto que la mayoría está impedida de verlo, él nos
ronda, nos persigue y asecha. Posee la capacidad de distinguir a quien peor se
encuentra (anímica y emocionalmente hablando), y atiende a cada uno de sus
gestos con sumo cuidado, aguardando, sabiendo esperar, por la llegada del
último suspiro.
Pero
no es el encargado de darnos muerte ni mucho menos. Pero tampoco mucho más. Esto
para nada quiere decir que ansíe nuestro verdadero último suspiro.
Principalmente porque estaría compitiendo con alguien más grande que él mismo,
alguien que también siempre se encuentra al asecho de nuestro final.
Busca
otra cosa, el último suspiro, sí; ese último suspiro cuando por fin nos damos
por vencidos, cuando aceptamos nuestra derrota y abandonamos nuestros anhelos. Cuando
suspiramos porque nos damos cuenta que la casa de nuestros sueños se encuentro
fuera del alcance de nuestros magros salarios; cuando sabemos que ella (o él)
jamás se fijará en nosotros; cuando la aplicación para el mejor trabajo al que
podemos aspirar es rechazada; cuando la editorial devuelve el manuscrito sin
apenas haberlo ojeado (tanto que ni siquiera se tomaron el trabajo de abrir el
sobre en el que lo enviamos para disimular la falta de interés), así como una lista
infinita de posibilidades que inútil sería numerar aquí y ahora (o allá y
después), allí se encuentra él.
Llevo
años, muchos, queriendo averiguar qué diablos hace con esos suspiros que
acapara. Respuesta alguna he podido encontrar luego de tanto tiempo. No los
vende en el mercado negro, no los regala a las viudas e hijos de nadie, ni los
convierte en objetos de futuras extorsiones. Al parecer, simplemente, se los
queda para sí mismo, como un verdadero coleccionista de instantes pasados. Por
eso me lo imagino con una casa enorme, las paredes cubiertas de estanterías con
los suspiros robados embotellados en pequeñas piezas de vidrio de colores
tallados y esmerilados; todo debidamente catalogados con el día y la hora en
los que los tomó, la situación y el nombre de quien lo creó, detalles que le
ayuden a recordar el por qué de todo aquello.
Lo
imagino extasiado contemplando su colección sin emitir palabra, con lágrimas en
los ojos y las mejillas encendidas por la alegría, pensando únicamente, en
aumentar su colección, en continuar acumulando suspiros. Con la idea de poseer,
al menos, un suspiro de cada uno de nosotros, los que estamos vivos, los que lo
estuvieron y los que lo estarán. Porque solamente así, y de ninguna otra forma,
será feliz.
También
es posible que lo haya inventado todo.
6 comentarios:
Podría ser alguna clase de demiurgo.
O alguno de seres seres que solo puede existir mientras se dan ciertas condiciones, como ser que crean en su existencia. Ente caso sería, existir mientras haya esa clase de suspiros. Si es así, tiene una larga expectativa de vida.
Saludos.
Aah, que buena forma de mantener la memoria, esa a veces advenediza que se escapa por la puerta trasera.
Un texto creativo, en definitiva del lado de los coleccionistas.
Saludos.
Tu imaginación es prodigiosa. Me hiciste recordar a un abuelo que le enseñaba a su nieto a envasar los aire y perfumes del verano y llegado el invierno era la gran alegría, abrir las botellas y encontrarse con esos aromas. El libro era "El vino del estío" y su autor Ray Bradbury. Mira con quien te estoy comparando; felicitaciones.
mariarosa
(los suspiros son aire que van al aire ......)Dijo el poeta Gustavo A.B,,,,Cariños Martha
Vive con esa ilusión, con la esperanza de no tener que usar el recipiente reservado para sí mismo.
Aaaah, como los coleccionistas de profecías, que solamente puede leer a quien van dirigidas. Estoy segura y me siento temerosa, porque seguro que las utilizará en nuestra contra para decirnos: "Tú fuiste la que rediste, si no lo hubieras hecho...."
Mala gente estos recolectores, no te fíes de ellos, ya me lo decía una anciana: "Trágate los suspiros claudicados, por tu bien".
Un abrazo, compañero :)
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