Días atrás, encontrándome en un bar donde
esperaba a que fuera la hora en la que tendría lugar una reunión de trabajo que
nunca sucedió, me topé, arrojado como al descuido en el suelo, junto a una de
las patas de la silla en la que me sentara, un papel doblado con suma
prolijidad. Como no podía ser de otro modo lo levanté y lo desdoblé; lo que
encontré en su interior resultó en algo tan inesperado que lo único que se me
ocurre en estos momentos es compartirlo con ustedes de tan perplejo que me dejó
su lectura. En ese papel, quizás olvidado por azar, quizá dejado allí adrede,
se leía:
La inmediatez de la nada:
Podría, con un tono sumamente profético, decir
que tuve una revelación que modificó mi forma habitual de relacionarme con el
mundo. Pero ello no sería del todo cierto. Fue diferente a una revelación, porque
carecía de cualquier condimento de fe y mucho de realidad. Aun cuando existen
aquellos que sostienen que creer en la realidad es, en definitiva, una muestra
de fe, ese nunca ha sido mi caso.
La
cuestión es que me percaté de que no existo. A pesar de que ahora mismo me
encuentro sentado en mi casa, rodeado de mis libros (míos por propiedad y míos
por autoria), con el ambiente que creé para que me sea más cómodo desarrollar
mis historias, rodeado de cuanto necesito. Así y todo, no existo. Aun cuando
muchos lean éstas líneas y lo nieguen, ya que me conocen o creen hacerlo, debo
decirles que es cierto, no estoy, no soy, no fui. No. Nada. Nunca.
Los
quince minutos de fama a los que todo el mundo aspira llegar son una maldición.
Tanto para quienes los aceptan porque los han logrado, como para aquellos que
los ansían y se desesperan por conseguirlos sin preocuparles en lo más mínimo
el método al que deban recurrir para lograrlos. Para el resto del mundo apenas
sí queda nada. Porque si digo que no existo no se trata de una metáfora, es
algo más que una expresión de deseo, es la verdad. Sabiendo entonces que la
verdad no se niega con la mentira, sino con más verdad, y que una verdad no crea
otra verdad sino que abre un camino a
una realidad específica que modifica la relación de uno mismo con el mundo, con
la humanidad y el universo, el relativismo inunda la vida por completo.
Les
repito, entonces, no existo. Sabrán qué hacer con el mundo que se abre frente a
ustedes. O quizá no lo sepan en lo absoluto. Sea como sea, en poco me afecta,
porque no estaré allí. Estarán solamente ustedes.
El
mundo es suyo, la realidad siempre es ajena y, para peor, responde a poderes
fuera de nuestro alcance y de cualquier posibilidad de comprensión.
La
afirmo y lo repito, no existo, lo sé y lo acepto. ¿Pueden ustedes decir lo
mismo?
7 comentarios:
¿Por qué será que los bares de la ciudad se prestan tanto para las crisis existenciales? ¿Será el café...?
Saludos,
J.
¿No es la frase en si misma una contradicción? Creo que podría ser refutada por Pienso, luego existo.
Las cafeterías me gustan, ya estén llenas o vacías de gente, nada me molesta, un café, una pastita y la prensa bien fresca del día y pueden olvidarse de mí, al menos por media hora.
Las crisis existenciales me llegan cuando pienso en las frustraciones que conlleva el no pertenecer ni congeniar en nada con la sociedad que me rodea. Ni pensarlo quiero.
Abrazos y nos vemos en la cafetería.
o los tragos, como sea es inquietante lo que has encontrado, y envidio poder entrar a un bar de ciudad, hace tiempo que no paso por allí asi que puedo decir con seguridad, desde el punto de vista de la relatividad, que no existo.
¿Qué tal y no le contestamos nada porque nosotros tampoco existimos?
Yo no se si existo.
Besos.
Imagino que sí.
Que tengas unos libdos días
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!Quizá seamos hologramas!!!Martha
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