Como sucede con las verdaderas tragedias, al
principio, no creímos en nada de cuanto se nos contaba. Acostumbrados a las
constantes mentiras y exageraciones de los medios de comunicación, a su
fascinación por inventar realidades ajenas a las que vivimos el resto de los
mortales, no dimos crédito a sus palabras.
Por
otro lado, lo que proponían poco distaba de los clásicos cuentos de la primera
época de la Ci-Fi. Una supuesta enfermedad, con el rimbombante nombre de Insomnio Negativo, se propagaba por el
territorio nacional (al menos así lo fue al principio). Una enfermedad que,
democrática en su accionar, no se fijaba en clase social ni en capacidad de
consumo a la hora de atacar. Cada uno de nosotros podía ser víctima de ella.
Supusimos
que era un nuevo intento por imponer el miedo y la histeria colectiva y que
dicha enfermedad, que superaba con creces cualquier alteración normal del
sueño, era apenas una broma de mal gusto de las típicas que rondan por la red. Idea
que duró muy poco tiempo, ha decir verdad. Suponíamos, también, como tercera o
cuarta opción, que era un intento desesperado por terminar de imponer la
necesidad de algún nuevo producto que para nada servía, como lo hicieron antaño
con los celulares, las computadoras personales un poco antes, la televisión
antes que ello y, aún antes, las radios a galena.
Cuando
el gobierno comenzó a intervenir abiertamente en la situación, suprimiendo la información
al respecto, y siendo el Ministerio de Salud, avalado por la OMS, el único
organismo que emitía un parte informativo cada cuarenta y ocho horas sobre el
estado general de los afectados, comenzaron a aflorar las dudas. Al ver un
tercer rostro desconocido para el público ocupó el cargo de Ministro, intuimos
que la situación se encontraba más allá de cualquier posibilidad de control. En
eso, pero sólo en eso, no nos equivocábamos.
Ni
médico ni científico alguno era capaz de determinar de qué forma afectaba al
cuerpo el Insomnio Negativo, ni cómo se propagaba, si era contagioso, si la
leche estaba contaminada como en casos anteriores o si todo era culpa del
calentamiento global. Lo que ocurría, simplemente, era que luego de un día
normal de trabajo o de ocio polivalente, te dormías para ya no despertar.
Luego de lo cual nada parecía ser
capaz de arrancar del mundo onírico a los durmientes, ni el despertador, ni el
agua, ni el fuego, ni el dolor. Los instintos básicos de supervivencia se
anulaban de tal forma que aún cuando la persona afectada continuaba respirando,
parecía más muerto que cualquier otra cosa. Incluso se han registrados casos de
disparos de armas de fuego junto a los oídos de los durmientes sin efecto
alguno.
El
cuerpo comienza a consumirse si no recibe atención médica. La persona afectada
enflaquece al consumirse los depósitos grasos del cuerpo, la piel se deseca por
la deshidratación. Finalmente, y luego de un proceso que los médicos definen
como extremadamente doloroso pero inconciente, el enfermo muere sin siquiera
volver a despertar. Al poco tiempo de declararse la epidemia, los hospitales no
daban a vasto para atender a la población, la misma que se alegrara al suponer
que con ésta enfermedad se vería liberada de mendigos y personas sin hogar que,
según la gente bien, tanto afean las veredas de la ciudad. Pero,
cuando banqueros, empresarios, modelos de lencería y actores de cine comenzaron
a caer por igual, ya nadie se sintió a salvo.
La
única solución es mantenerse despierto el mayor tiempo posible; al menos para
solucionar los temas relacionados con el inevitable deceso. Pero nadie aguanta
más de cinco o seis días sin cerrar definitivamente los ojos. Después de todo,
somos simples hombres (y mujeres), cuyo cuerpo necesita un descanso para
recuperarse del mal uso al que lo hemos acostumbrado luego de años en los que
preocupación alguna nos obligara a pensar en él.
Hace
un día, un día y medio quizá, note que el café carecía de efecto sobre mi ser.
Mis ojos se cierran por el peso de los párpados cansados, la sensación de tener
arena debajo de ellos me obliga a cerrarlos cada vez más seguido. La frecuencia
de mis parpadeos disminuye permaneciendo con los ojos cerrados más de lo que
debería. Mi coordinación motora es un desastre, lo noto en las formas que toman
las últimas palabras porque no me atrevo a encender la computadora.
Me dormiré, como lo han hecho muchos
antes que yo, porque necesitamos dormir. Pero, más que nada y deseando tener
alguna seguridad, ansiamos despertar nuevamente.
6 comentarios:
Hace más de una semana que pienso en publicar ésto pero lo venía posponiendo. En fin, que disfruten la lectura.
Saludos
J.
¿También las modelos de lencería? Eso sí que es una tragedia.
Y tal vez sea algo inventado para vender un producto, con la complicación de que el producto no logra contrarrestarlo y que eso se descubrió demasiado tarde.
Interesante relato, colega demiurgo.
Te gusten o no, los cambios llegaran. Lo afirmo 112 veces, y aunque la K y el bigote se molesten.
Nada se puede quedar de forma perpetua, aunque lo único que debería ser perpetuo es el chocolate
Tenía yo que leerlo antes de dormir... cuando me piquen los ojos no sé si los cerraré :)
Realmente lo he disfrutado, un relato pulcro, imaginativo y ligero, como siempre. Gracias.
Un abrazo y tu cafelito.
parece una conspiración de los fabricantes de ataudes asociados con los fabricantes de colchones, eso sí, se les fue un poco la mano.
Lindo texto!
salute
Al final solo somos simples humanos, gran post.
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