domingo, 6 de septiembre de 2015

Año Dieciséis, Semana Ocho


Me niego a ser un personaje.
            Eso significa que no estoy construyendo una pose de éste blog, que no quiero ir por la vida vestido como si fuera uno de los personajes de alguno de mis cuentos, o mis novelas o mis historietas, con el único fin de llamar la atención y que la gente vea cuán desesperado estoy por vender algo de lo que escribo. Claro que eso sería más fácil si me decidiera a escribir una saga de novelas fácilmente vendibles, que repitiera a sus personajes y fuera adaptable sin problemas al formato de una película de 90 minutos aún cuando el libro cuente con 1500 páginas.
No pretendo, tampoco, cumplir el estereotipo del artista excéntrico que anda por la vida contrariando a todo el mundo, cada uno es como es y eso es más que suficiente. Mi narcisismo no necesita de esas cosas, pero sí de otras, por supuesto. El personaje oculta la obra, la construcción del autor como un miembro más del star system, como lo vemos en las últimas décadas, no hace más que generar confusión, los escritores no nacemos para ser estrellas, para ocupar ese lugar tenemos nuestras obras.
            Lo que debería de importar no son las opiniones publicadas en la revista de los domingos del diario de mayor venta de un país (región, provincia, departamento, ciudad, barrio o circunscripción) cualquiera; una opinión puede cambiar tan fácil como cambia el viento. Lo importante, para quien escribe es su obra. La obra no cambia, puede interpretársela de otra manera, pero las palabras son las mismas, las frases no se modifican, los cuentos empiezan y terminan como lo hicieron la primera vez en ser escritos. La obra permanece, el autor sucumbe. Además, el hecho de saber qué opina tal o cual persona sobre un tema determinado que nada tiene que ver con la literatura o la creación artística en nada influye en cuanto a la apreciación de su obra. Tomás Moro era un ferviente cristiano practicante, y el que no piense del mismo modo en ese nimio detalle no me impide disfrutar de su texto más famoso.
            El autor sucumbe más rápido si se deja abrazar por la desesperación y se transforma en un personaje, es una imagen de sí mismo. Nadie esperaría ver salir por los pasillos de la Universidad de Oxford a J. R. R. Tolkien vestido como Gandalf el gris, ni creo que Anne Rice se vista como Lestat cuando acude a las presentaciones de sus interminables novelas. Y ni siquiera necesitan algo semejante, no porque Tolkien haya muerto en 1973 antes de que esta moda comenzara, sino porque sus obras hablan más de sí mismos que cualquier otra cosa que pudieran hacer.
Es cierto que el auge de las editoriales independientes que surgieron en un primer momento para satisfacer el deseo egocéntrico de editores sin trabajo y escritores con mucho material por publicar, no ayuda mucho. La reproducción digital de las obras, así como la posibilidad de ediciones que directamente no necesitan pasar por el formato papel, influye no sólo en la calidad final de la obra sino en el tiempo que tanto el autor como el lector le dedican a un texto.
            Un libro cada dos o tres años necesitó Julio Cortázar para construir su legado literario. Si un escritor quiere hacer eso mismo hoy, no sobreviviría, no sólo porque no se venden tantos libros en comparación con los años 1960-1970, sino porque si dejas de aparecer en los medios anestésicos masivos y en las redes antisociales por más de cuatro o cinco días, comienza el rumor de que la muerte se ha ocupado de ti. ¿Puede escribirse una obra de calidad en tan poco tiempo, y por otro lado? ¿Puede leérsela del modo adecuado en el mismo período?
            Llamar la atención, esa es la premisa, haciéndolo uno mismo y por los medios que hagan falta. De este modo, si alguien recuerda que lo que queríamos hacer era escribir, construir una obra literaria o lo que sea que signifiquen esos términos en la actualidad, será porque de tan aburrido que se encontraba comenzó a revisar viejas publicaciones virtuales, comentarios perdidos en el éter de la red o porque nos conocía de antes de que el mundo digital tomara nuestras vidas por asalto y acabara con ella.
            Me niego a ser un personaje, porque lo que importa es que alguien recuerde mis cuentos, mis relatos, mis guiones, mis novelas, lo que llegue a escribir y pulir lo suficiente como para publicarlo por un medio u otro y no que perdure una fotografía mía vestido como alguien que no soy. Me niego, y esto no es una suerte de manifiesto que solamente me importa a mí, seguro que habrá otros que también lo piensen y no le den tanta importancia como le otorgo en este momento.
Pero, más que nada, y por sobre todas las cosas, me niego a ser un personaje porque si existe algo en el mundo que detesto es ver a una persona hacer el ridículo de sí mismo.



8 comentarios:

José A. García dijo...

Aclaro que el de la foto no soy yo, pero tampoco diré quién es...

Saludos

J.

la MaLquEridA dijo...

Escribir para ser famoso, para vender y vender libros, ser esclavo de la editorial (dado el caso que se llegue a la cima), acurrucarse en los laureles. No es cosa que me agrade ser, de igual manera para ser escritora me falta serlo.


Un abrazo (cada vez me caes mejor)

Chaly Vera dijo...

No soy escribidor ni poeta, simplemente me gusta garabatear palabras. Es la primera vez que leo la opinion de un escritor que no quiere ser ningún personaje de sus obras, pero al escribir algunas vivencias pone en los labios de su protagonista sus pensamientos y de alguna forma se retrata en él. Tal vez no he entendido lo que usted escribio, en ese caso le pido me disculpe.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Tomás Moro no imaginó su contribución a la ciencia ficción con un libro que es uno de sus antecedentes. Y con la palabra Utopía, que se divide en Eutopía, una utopía positiva y en distopía, una utopía negativa, que podría aplicarse a la sociedad que describe.

Interesante planteo, colega demiurgo.

Ningun Records dijo...

Muy interesante lo que planteas, salio una nota hoy en donde hablan de la nesecidad narcisista actual de sacarse 800 fotos al dia y subirlas a internet para encontrar una cierta aprobacion de los demas que una persona no parece haber tenido o de su entorno o de si mismos.
Ese ironman da pena, pero por lo menos lo intentó.. hay que rescatar eso.
Yo tambien me niego a ser un personaje, y a ser un robot (por eso le doy click al casillero) jaja

taty dijo...

Es que nos dejas varios temas esta semana. En cuanto a literatura:

1. El asunto de la producción y consumo de libros a nivel masivo (material tipo "New York Best-Seller") en comparación con la producción y reconocimiento del trabajo literario que sólo pocos consiguen;

2. El tema del autor y su obra y el hecho de que en un mundo ideal la última trasciende al primero;

3. La pregunta, ¿son necesarios los críticos literarios y sus grandilocuentes opiniones para determinar el valor artístico de la obra? (la obra convertida en metadiscurso);

En cuanto al individuo:

1. La necesidad de convertirse en otro, sea un personaje o una versión editada, maquillada y mejorada de la persona.

2. El fenómeno de dicha necesidad convertida en tema público en las redes sociales.

Ahora que me has inspirado, me voy a escribir un parrafito filosófico y ponerlo en mi muro en FB. Es que me hace sentir cool :)

Abrazos y -como siempre- se va uno de aquí pensando.

José A. García dijo...

Malquerida: Gracias, existe muy poca gente a la que le caigo bien (o mejor). Escribir por el sólo hecho de escribir, pero no desesperar si sólo nos leen nuestras mascotas.

Chaly Vera: Son dos cosas diferentes escribir sobre lo vivido (una experiencia) a convertirse en un personaje creado (una invención) por uno mismo. Además de que toda escritura tiene algún dejo de autoreferencia, eso no quiere decir que todos quieran ser los personajes de sus relatos.

Demiurgo de Hurlingham: Cierto que Moro no sabía cuáles serían las derivaciones de su obra, pero eso le impidió escribirla de todos modos.

Taty: ¿Cuál es el límite entre el metarelato, la realidad y la ficción? ¿Quién lo decide? Además de que es sabido que del ridículo no se vuelve jamás…

Saludos a tod@s, gracias por sus comentarios.

José

José A. García dijo...

Ningún records, si, la leí y me pareció muy vacía, como casi todo en el periodismo actual que no sea de política. Datos sacados de otras publicaciones, sin chequear nada y repitiendo lo mismo de párrafo en párrafo. Sin embargo, es muy cierto; lo bueno de haber nacido en la generación anterior es que supimos desarrollar el sentido crítico (algunos dirán que en demasía), pero los más jóvenes (con los que comparto el tiempo todos los días en las escuelas) ni siquiera entienden las ironías, el sarcasmo, los chistes más básicos ni cosas similar, su único interés es el último celular y el video viral del día. El resto es vacío.

Nos leemos.

J.