Tal vez sea porque estoy escuchando con mayor
atención la radio y no tan sólo como parte de la campaña por la erradicación
total del silencio (y con él la posibilidad de la introspección) pero me es
imposible dejar de notar como en un porcentaje cada vez mayor los “artistas”
musicales latinos recuren a las frases hechas, los dichos, las obviedades, los
clichés sentimentales, las hipérboles, a las metáforas pasadas de moda, las imágenes
carentes de sentido, viejos refranes, proverbios de otras épocas y las comparaciones
más tontas posibles en el español, para escribir sus canciones. Eso para no
mencionar en la medida de lo posible la constante recurrencia a las rimas
consonantes, que como cualquiera sabe son las más fáciles de construir aún en
la poesía más básica.
Será
que muchos de los escribidores de canciones comienzan a quedarse sin ideas
teniendo que recurrir cada vez a modelos más básicos para realizar su trabajo;
pero si le pedimos a un niño de cinco años que componga una canción de amor,
sin dudas podrá hacerlo sin necesidad de recurrir a las mismas frases que los
profesionales. Ese niño no nos prometerá una y mil veces la luna, ni se perderá
en las miradas que miran como solo saben mirar las miradas, ni tendrá la
necesidad de decir que todo lo que siente lo hace desde lo más profundo de su
ser (o de su corazón); al contrario, será, seguramente, más creativo. Y es que
en el arte de escribir canciones de amor no solamente parece no haber surgido
nada nuevo sino que, también, cada vez más gente se denomina cantante melódico
o romántico (o la denominación que prefieran para dicha labor) por lo que se
torna necesario que proliferen las canciones para evitar las versiones y
reversiones de un mismo tema por uno y otro cantante.
Al
límite del plagio, por no decir el homenaje, de canción sobre canción, nos
llenan los oídos con una melodía que no sólo lo parece sino que es siempre la
misma, cambiando un poco la escala, o el orden del estribillo pero el resultado
final es el mismo. La cuestión es que si un formato determinado de canción (de
libro, de película, de programa televisivo) tuvo éxito, ¿vale la pena
arriesgarse para crear algo nuevo y superador que al mismo tiempo puede
resultar en un fracaso? ¿Realmente lo vale? Si el público masivo es un animal
al cual puede adiestrarse para que haga, diga y repita siempre lo mismo, ¿con
qué fin intentar lo nuevo?
La
masificación del arte, con el creciente número de personas carentes de
verdadera formación y/o vocación (palabra de doble filo de las muchas que
existen con esta característica en el idioma español) para el mismo dedicándose
de todos modos, solo puede producir que la calidad decaiga al tiempo que florece
la necesidad de lucro constante (tanto para los creadores como para los mediadores).
Así como se preferiría que un edificio de cuarenta y cinco pisos de altura lo
diseñara y construyera alguien que pueda acreditar sus conocimientos, aún
cuando no sea con un papel que así lo diga; con el arte sucede lo mismo.
El saber escribir no convierte instantáneamente
a todas las personas alfabetizadas en escritores; todos podemos mover el
cuerpo, pero no todos somos bailarines de valet (y hay quienes siéndolo no lo quieren).
Tener el dinero y los conocimientos técnicos para editar un libro no nos transforman
de la noche a la mañana en editores; así como tampoco el ser fanáticos de las
series policiales de televisión nos capacita para ser detectives y resolver
crímenes en nuestro tiempo libre mientras esperamos a que sea nuestro turno en
el dentista.
Queremos
hacer muchas cosas, pero carecemos de las capacidades o de las herramientas
necesarias para hacerlas bien. Y, lo peor de todo es que, aún cuando contáramos
con los medios para ello, tampoco podríamos hacerlo porque el mercado cultural
se encuentra tan saturado hoy por hoy que la mejor decisión parecería ser
aprender un oficio y dedicarse a otra cosa.
Claro que, también, otra de las
opciones sería que buscara otro tipo de emisoras de radio que no repitieran
tantas veces las mismas canciones en un mismo día. Tal vez así resulte más
fácil.
7 comentarios:
Tal vez debiera hacer eso, buscar otra emisora. Vorterix tiene aspectos interesantes.
Creo que esa gente nunca tuvo ideas que perder o tuvieron muy pocas. Y eso no sólo se da en la música, se da en la literatura, en la pintura, en las historietas, aunque también hay gente con talento, por suerte para los lectores de historieta.
Estuve aprendiendo la diferencia entre imaginación y creatividad, en el curso de historieta. Donde se planteó el no confiar en palabras como géneros, temas, etc. No se puede pensar en la originalidad, sino en poner el toque personal a aquello, que sin duda hizo otro.
A mi me pasa que...siempre que escribo(no soy escritora...solo escribo para alguien a quién no puedo decir lo que quiero decir con palabras...personalmente) me pasa que...como escucho música...siempre...siempre...aún dormida...influye y mucho en lo que escribo...no me molesta...al contrario...me gusta
Abrazos
Creo, como dices, que el arte se ha comercializado, masificado y devaluado, y que cualquiera se cree capaz de crear arte plagiando mucho.
Por otra parte, creo que está bien que uno pinte, cante, escriba, para liberar su espíritu, si eso le causa bienestar, pero en estos casos, debemos crear sin pretensiones, sin buscar premios, ni medallas,ni gloria y reconocimiento público. Recrearnos en el arte,por el placer que proporciona.
Muy interesante este escrito J. Antonio.
Un abrazo.
¿Y cambiar de emisora?
Hay canales musicales para todos los gustos; clásicos, tango, pop y lo que se te ocurra. ¿No será que sos fastidioso y te gusta quejarte?
Hasta you tube puede ser una opción. Vamos José a mirar la vida con otro color o al menos apagar la radio y cantar.
Besos y buen fin de semana.
mariarosa
Cambiar de emisora... y de libros!
Con las metáforas que has utilizado, queda poco que agregar.
Abrazos.
Les dejo mi respuesta en el siguiente post, porque de otor modo sería muy largo.
Saludos
J.
Todo es lo mismo mil veces, al revés y al derecho. No hay nada nuevo.
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