lunes, 17 de agosto de 2015

Año Dieciséis, Semana Cinco


Comienza a tornarse evidente, al menos para quien esto escribe, cierta recurrencia de momentos muertos en medio de la semana, en los cuales poco más que continuar respirando y detenerse momentáneamente a mirar a nuestro alrededor puede hacerse. Nos vemos inmersos en una vorágine tal que apenas nos percatamos que todo parece transcurrir por otro canal, otro carril, en otra frecuencia a la que normalmente llevamos; al parecer estamos allí mismo, junto a los eventos que presenciamos, pero en la realidad subjetiva no lo parece tanto.
            La fuerza del torrente es tal que sólo podemos percatarnos ocasionalmente de ella, luego de lo cual nos queda dejarnos llevar libremente como si allí nunca hubiéramos descubierto nada. Tengo vivo el recuerdo de lo que hice el 1 de febrero, por ejemplo, mientras me encontraba de vacaciones, pero qué estaba haciendo el último martes en el mismo horario en el que ahora estoy escribiendo se pierde en el flujo de actividades tan innecesarias como impuestas que nos obligamos a realizar porque nos enseñaron que de eso se trataba la vida de adultos.
            Trabajar treinta y seis horas diarias (o lo que aparenta ser dicha cantidad por el nivel de cansancio que se genera), mal dormir un poco menos cada noche y darse cuenta que el cabello comienza a clarear, que las manos no lucen tan firmes como antes y que sí, realmente, eso que se forma junto a los ojos son las huellas del paso del tiempo. ¿Podríamos sobrevivir sin todo esto? Quizá sí. Pero la cuestión no es eso sino, más bien, si realmente queremos hacerlo de ese modo.
            Demoré más de un mes en leer un libro de apenas 260 páginas. Unos años antes lo hubiera leído en un día; algunos años después, me hubiera tomado dos días, luego hubiera sido una semana. Hoy me toma un mes, y maldito sea si recuerdo cómo comienza o qué decía en su primer capítulo. El tiempo satura cualquier intento por sobrevivir; gracias si nos damos de la sucesión de los días porque en el informativo de la TV se encargan de repetir a cada instante qué día es hoy, cómo estará el clima (aun cuando siempre se equivoquen en sus predicciones) y cómo debemos vestirnos en consecuencia para quedar en ridículo cuando suceda lo contrario.
            ¿Sabe el río que se dirige hacia el mar cuando corre por su lecho o lo hace sin preocuparse por nada más? En hombre sabe que se dirige, de una forma u otra, hacia la muerte, ¿y qué hace al respecto? Acepta un trabajo de treinta y seis horas diarias mal remunerado y peor comprendido que ni le agrada ni le interesa mantener; pero en el supermercado, para comprar alimentos y pagar los impuestos que ignoramos por qué se nos cobran, es necesario el dinero. Entonces, como necesitamos de esos papeles estampados de colores a los que se les asigna un valor determinado por voluntad de quién sabe quién, necesitamos el trabajo, comenzamos así, a formar parte de la corriente.
            Alguien, no sé quién ni cuándo, ni si lo habrá leído en algún manual de autoayuda o en un sobre de azúcar de algún bar de mala muerte, me dijo que crecer es resignarse y que Peter Pan no existe, por eso nunca veremos de él ni siquiera su díscola sombra. Nada que ver tiene el hecho de que seamos, al menos nominalmente, adultos, la cuestión es que no existe y ya.
            Culparé por tanto humor sombrío de hoy al clima de la última semana, llovió demasiado en Buenos Aires, casi todos los días, de día y de noche. Mucha gente la está pasando mal, lo único que les queda es el odio y la frustración de tener que volver a comenzar. Habrá algunos (los que nunca lo han vivido) para quienes el perderlo todo sea una suerte, para otros (para quienes el volver a empezar es una realidad recurrente) es, sin lugar a dudas, la peor de las tragedias, una de la que quizá nunca puedan recuperarse.

4 comentarios:

José A. García dijo...

Esta es la entrada que debería de haberse publicado ayer, domingo 16. Pero, por problemas técnicos, lo hace hoy, lunes 17. Aclaro en el caso de que alguien estuviera preguntándose dónde me encontraba.

Saludos,

Nos leemos.

J.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Era para tener un estado de ánimo sombrío.
Curiosamente, puede ser algo propicio para escribir, sino se lo logra mantener bajo control.
No me parece mal tu ritmo de lectura.
Saludos, colega demiurgo.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Un pensamiento pesimista es lo que escuché en Tenemos Malas Noticias, Vorterix, con respecto a la muerte de la actriz que hacía de la Batgirl en la serie de Batman de los 60. "Tan heroína que era y no pudo con el villano mayor".

José A. García dijo...

Demiurgo: Podemos preguntarle a Poe o a Lovecraft en qué estado mental se encontraban cuando escribían sus mejores obras. Pero, claro, eso es prácticamente imposible.
Sin embargo, lo que se puede hacer es buscara de organizar el tiempo/espacio y su continuidad de otra forma.

Y sobre Batgirl, me parece un comentario de mal gusto hablar de ese modo sobre una persona que no le hacía mal a nadie y que pertenece a los recuerdos de muchas personas...

Nos leemos,

J.