domingo, 9 de agosto de 2015

Año Dieciséis, Semana Cuatro


Convenciones: Nos enseñan que cuatro semanas forman un mes, que doce meses conforman un año, que diez años son una década y que (más o menos) siete décadas son toda una vida. Pero, ¿quién controla el tiempo? ¿Quién maneja lo objetivo y lo subjetivo de aquello que nunca se deja gobernar? Cambié la idea del blog y la primera nueva entrada fue el 19 de julio, hace cuatro semanas convencionales. Sin embargo, aún no transcurrió realmente un mes. Al menos no se lo siente de ese modo; suponiendo que sea algo que importe para alguien más que para mí mismo.
            Así pues, una semana más. ¿Hubo algún cambio? Ninguno. Mientras tanto, acumulo participaciones en concursos literarios nacionales e internacionales que, indefectiblemente acaban en la nada (me refiero a mi participación, claro, los concursos siempre lo termina ganándolo otra persona); lo cual señala que lo que escribo no gusta, no se comprende, no es lo pedido cuando las bases de los concursos hablan de temas libres, o bien alguna otra razón. Otro tanto sucede con las editoriales y publicaciones digitales que, en la era de la híper-mega-archi-plus-comunicación, olvidan responder los correos electrónicos, los mensajes lanzados a la red o las botellas al mar. Tienen razón las publicidades cuando dicen que estamos más conectados, puedo molestar de forma digital a mayor cantidad de personas que si lo hiciera en persona, claro que más conectados no significa necesariamente mejor comunicados o cosa similar. Saber reconocer esa diferencia terminológica no siempre es fácil, no si no estamos dispuestos a aceptarla.
            Comencé a releer un cuento que escribí hace un tiempo y que nunca di por finalizado, tenía la intención de corregirlo, de acabarlo de una buena vez. Quizá con la leve esperanza de que encajara en alguna de esas antologías temáticas en las que participan en masa mis conocidos pero que siempre me entero de que dicho material está preparándose cuando me llega la invitación a la presentación de las antologías. Luego recordé que cualquier tipo de distracción me atrasa en el desarrollo de la tesis, y la bola de nieve de las responsabilidades me cubrió hasta casi lograr asfixiarme.
            Por suerte esta semana fue  poca la presión laboral de las escuelas, por las mesas de exámenes y las suspensiones de clases; aún así el cambio de ritmo entre los días de no hacer nada y los días en los que fingir que se está haciendo algo es demasiado evidente.
            Trabajar en una escuela (o en varias, porque nunca es fácil completar el salario docente), es volverse poco a poco un personaje kafkiano. El lunes se intenta hacer algo (enseñar un tema determinado de historia, por ejemplo), con una actividad, una simple medición como las que debía realizar el agrimensor; el martes, cuando creemos que podemos continuar avanzando en eso que pretendemos enseñar, ¿qué es lo que sucede?, debemos repetir lo que ya hicimos el lunes. Y el miércoles repetir lo que ya hicimos el martes. Y el jueves repetir lo que ya hicimos el miércoles. Y el viernes repetir lo que ya hicimos el jueves. Hasta llegar al lunes siguiente, en donde, como mediaron dos días de las más absolutas de las nadas, volvemos a comenzar desde cero.
            Y de la misma forma todos los meses.
            Y de la misma forma todos los años.
            El infierno judicial y burocrático de Kafka se transformó en el infierno escolar, pero igualmente burocrático, del 2015.
            Me gustaría ver, algún día, a esos alegres técnicos y teóricos de la educación que desde sus oficinas y cátedras universitarias señalan los errores, problemas y soluciones geniales para la educación secundaria actual, intentar dar una clase del modo en que sus desarrollos teóricos les indican que deben hacerlo. De ese modo sabrían, con total certeza, los significados del término frustración y la distancia entre sus fantásticas teorías y la atroz realidad.
            Es un poco como escribir para ese otro que ignoramos si existe, si nos leerá algún día o si siquiera dará con nuestros textos. El magnífico lector ideal que comprenda nuestras referencias a la vetusta cultura pop y la necesidad de dejarla de lado, que haya leído lo mismo que nosotros, del mismo modo y comprendiéndolo de la misma forma. Un lector ideal que sea nuestro espejo sin la menor distorsión en su reflejo.
            Un ser mitológico, cuasi irreal y tan ansiado como lo puede ser el mejor de los personajes de ficción. Si alguno de ustedes lo conoce, ya sabe, me avisa.

6 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Tal vez me equivoque, pero me considera un lector bastante óptimo.
Y está bien que sigas participando en concursos, colega demiurgo.

la MaLquEridA dijo...

No creo haya lectores ideales. Ni siquiera el que está frente al espejo. Nunca nadie capta en esencia lo que el escritor quiso decir.

Un abrazo

gla. dijo...

Realmente no comprendo lo que pretenden los burócratas del sistema de enseñanza
Me pregunto si realmente se podría hacer algo para remover los escombros viejos y poner otros nuevos en su lugar y si se lograría algún resultado
Sin embargo y en cuanto a participar y si te gusta...creo que debes seguir
Abrazos

mariarosa dijo...


Muy complicada la vida de los maestros, pero si nos ponemos a analizar, ¿qué trabajo no lo es?

Y sobre los concursos he sacado varios premios, bellos certificados, un reloj, un libro, pero nunca un peso. Bueno no creo que algún día lo reciba.
¿Participaste en las antologías de Editorial Dunken?
Son gratuitas y los libros buenos y bien encuadernados.

Un abrazo.

Ripley dijo...

nunca abandones, a veces es difícil no hacerlo, pero si la literatura es tu pasion no abandones

José A. García dijo...

Como siempre, gracias por las visitas y los tan apreciados comentarios.

Seguimos leyéndonos.

Saludos

J.