La finalización de la segunda y última semana
del receso escolar en Buenos Aires llevó a que me planteara diversos problemas.
Por ejemplo, el más acuciante de ellos, ¿cómo sobrevivir al segundo
cuatrimestre de intensa labor docente congeniándolo con la necesidad
fisiológica de escribir? Porque si en algo fallé durante el primer cuatrimestre
fue en que ambas tareas tengan un espacio común de tiempo en el cual
desarrollarse.
Debo
tener en cuenta también que aún ni siquiera comencé a trabajar en la tesis,
cosa que, creo, complicaría aún más las cosas. Por eso evito pensar
directamente en ese tema y continúo trabajando en la pesquisa de diarios de
hace más de cien años (pero no chinos, sólo argentinos) sin analizar demasiado
mi labor. Al menos de momento.
Se
supone que un receso es, entre otras cosas, un tiempo para descansar, al menos
para pensar en hacerlo. Bueno, ninguna de esas dos opciones sucedieron éste
semana. Ni siquiera pude salir a dar una vuelta en bicicleta, ni comenzar a
leer nada nuevo, mucho menos escribir. El peso de la tradición, en literatura pero
también en la historia, es un gran impedimento a la hora de sentir que lo que
uno quiere hacer o decir posee algún valor.
Para
escribir un cuento que transcurra en un tren o que sea sobre un tren, lo ideal,
según quien dice saber en esto de la literatura (que no soy yo porque no sé
nada al respecto), es leer todo aquello que se haya escrito sobre trenes.
Investigar para evitar repetir lo que ya fue escrito por alguien más; leer
hasta el hartazgo. Solo cuando ese caudal de palabras innecesarias atravesó
frente a nuestros ojos podremos escribir. Claro que, luego de todo lo que se
leyó, ¿cómo evitar el pastiche? ¿Cómo lograr que la tradición literaria
universal continué presente sin que se convierta en un agobio para la creación?
En
historia, la otra mitad en la cual se encuentra dividida mi cabeza, sucede lo
mismo. Antes de decir nada, de afirmar o negar cualquier nimiedad, debemos primero
leer quince manuales sobre el tema, veinte tesis de maestría, treinta y dos de
doctorado y los ciento cincuenta artículos referentes a la temática que se
publicaron en los últimos cinco años. Luego, y suponiendo que alguien sobreviva
a tanto fútil esfuerzo, podemos plantear la propia interpretación sobre lo que
nos interesaba estudiar. Cuidando, por supuesto, las formas políticamente
correctas y mencionando los doscientos diecisiete trabajos leídos (suponiendo
que durante el tiempo que nos tomó leer todo ese material no se dio a conocer
ningún otro), para evitar cualquier tipo de posible acusación de plagio ya que
todo dicen lo mismo pero con otras palabras, y que alguien se digne a publicar
el artículo (porque nadie publica tesis de maestría de alguien que antes no ha
publicado de forma gratuita la misma tesis dividida en capítulos como si fueran
artículos independientes).
Claro
que, de las doscientas diecisiete obras, solamente las primeras ¿cinco? ¿Siete?
Son realmente importantes y el resto refritos de lo que ya fue dicho.
Claro
que, de los cuentos de los trenes, ¿cuáles son los importantes? ¿Los clásicos?
¿Los primeros en ser escritos? ¿Los últimos? ¿Quién lo dice? ¿Por qué?
Tras
tanto esfuerzo solo queda el desmayo de la creatividad y la sensación de que
allí no hay nada más para decir, ni para agregar y ni siquiera la forma
particular de narrar un acontecimiento es lo que amerita la lectura de lo que
queríamos escribir. Porque si yo hoy, agosto de 2015, quisiera narrar la cólera
de Aquiles, sería incapaz de evitar cualquier comparación con el poema
homérico. Y si quisiera contar mi vida de escritor con tintas cargadas de
frustración contra la (supuesta) industria
editorial, la ausencia de verdaderos editores en Argentina en los últimos veinte
años, y mi colección de rechazos nacionales e internaciones, a nadie más que a
mí mismo le resultaría interesante. Pero como yo mismo soy quien vive mi vida, de
nada valdría la pena contarme algo en lo que soy el propio protagonista.
Ya
lo sé, mucho pensar para una semana que se pretendía de descanso.
En
fin, la vieja de las cartas que mencioné hace unas semanas, desapareció de la
faz de la tierra. Su tugurio estaba cerrado y vacío de tal modo que parecía que
allí nunca hubiera habido nada. Sé que no me la imaginé.
Sé
que no me habría dicho nada que no supiera de antemano.
Y
sé, también, que me ahorré unos cuantos pesos.
Buscando una referencia de último minuto en la biblioteca pública...
7 comentarios:
!Bueno,bueno,a no desmayar!!!!Lo tuyo no es fácil, pero confia que vas a poder,con tranquilidad ,,no amontones tus ideas,,, con fe y paciencia,simplifica tus estudios , de lo contrario vas a encontrarte como en la foto,!Pensá que otros pudieron y salieron adelante ,Quizás con menos juventud y talento,Te mando un abrazo de yetiMartha
Escribir sobre historia es más arduo de lo que pensaba.
Y lo bueno de los clásicos con cientos, sobre todo con miles de años, es que se puede tomar descaradamente la historia, sin ser acusado de plagio. Y el idioma no es el mismo, lo que influirá en que el estilo sea distinto. y la comparación con Homero tendrá la dificultad de no estar probada su existencia. Y ha aparecido alguna teoría afirmando que La Odisea es la obra de una mujer.
Y la influencia es inevitable y deseable. Está el recurso de referirse deliberadamente a los tópicos que otros han usado una y otra vez, como intertextualidad.
Muy interesante esta entrada, colega demiurgo.
que gracioso lo del banner en construccion
qué tal vas con tu escritura? yo me he dejado llevar y la historia sale casi sola. sobre la tesis, yo la acabé dejando, perdí la motivación
Ah... Tesis
Hace un año escribía "διατριβή":
"...anys per crear-la i una hora per defensar-la,
no la van atacar
avui vaig pujar un graó
encara no se que hi ha a dalt..."
y el exorcista que pedías hubiera dicho:
"...años para crearla y una hora para defenderla,
no la atacaron
hoy subí un escalón
aunque no se que hay arriba..."
...Valor, que se puede.
Eso si... te duermes con ella,
y sueñas con ella, y te despiertas con ella.
Es como... un gran amor.
o una pesadilla.
Y falta considerar que la historia ha pasado por filtros juiciosos sobre lo que realmente sucedió y lo que conviene contar. Por eso la historia es uno de los mejores materiales de ficción.
Usted dirá lo que quiera, pero no es la palabra lo que le falla a usted, para muestra esta abundante deliberación, es más bien la etapa de madurez por la que uno atraviesa lo que accede o niega la creatividad. Una batalla campal entre lo que uno quiere y piensa y lo que nos figuramos que el mundo necesita.
Mejor escribir la realidad.
Saludos y feliz media semana.
¿Y todos los escritores se han chutado lo que dices para escribir bien según? Me parece te exiges demasiado pero no me hagas caso, yo de escribir së nada.
Un abrazo
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