domingo, 2 de agosto de 2015

Año Dieciséis, Semana Tres

La finalización de la segunda y última semana del receso escolar en Buenos Aires llevó a que me planteara diversos problemas. Por ejemplo, el más acuciante de ellos, ¿cómo sobrevivir al segundo cuatrimestre de intensa labor docente congeniándolo con la necesidad fisiológica de escribir? Porque si en algo fallé durante el primer cuatrimestre fue en que ambas tareas tengan un espacio común de tiempo en el cual desarrollarse.
            Debo tener en cuenta también que aún ni siquiera comencé a trabajar en la tesis, cosa que, creo, complicaría aún más las cosas. Por eso evito pensar directamente en ese tema y continúo trabajando en la pesquisa de diarios de hace más de cien años (pero no chinos, sólo argentinos) sin analizar demasiado mi labor. Al menos de momento.
            Se supone que un receso es, entre otras cosas, un tiempo para descansar, al menos para pensar en hacerlo. Bueno, ninguna de esas dos opciones sucedieron éste semana. Ni siquiera pude salir a dar una vuelta en bicicleta, ni comenzar a leer nada nuevo, mucho menos escribir. El peso de la tradición, en literatura pero también en la historia, es un gran impedimento a la hora de sentir que lo que uno quiere hacer o decir posee algún valor.
            Para escribir un cuento que transcurra en un tren o que sea sobre un tren, lo ideal, según quien dice saber en esto de la literatura (que no soy yo porque no sé nada al respecto), es leer todo aquello que se haya escrito sobre trenes. Investigar para evitar repetir lo que ya fue escrito por alguien más; leer hasta el hartazgo. Solo cuando ese caudal de palabras innecesarias atravesó frente a nuestros ojos podremos escribir. Claro que, luego de todo lo que se leyó, ¿cómo evitar el pastiche? ¿Cómo lograr que la tradición literaria universal continué presente sin que se convierta en un agobio para la creación?
            En historia, la otra mitad en la cual se encuentra dividida mi cabeza, sucede lo mismo. Antes de decir nada, de afirmar o negar cualquier nimiedad, debemos primero leer quince manuales sobre el tema, veinte tesis de maestría, treinta y dos de doctorado y los ciento cincuenta artículos referentes a la temática que se publicaron en los últimos cinco años. Luego, y suponiendo que alguien sobreviva a tanto fútil esfuerzo, podemos plantear la propia interpretación sobre lo que nos interesaba estudiar. Cuidando, por supuesto, las formas políticamente correctas y mencionando los doscientos diecisiete trabajos leídos (suponiendo que durante el tiempo que nos tomó leer todo ese material no se dio a conocer ningún otro), para evitar cualquier tipo de posible acusación de plagio ya que todo dicen lo mismo pero con otras palabras, y que alguien se digne a publicar el artículo (porque nadie publica tesis de maestría de alguien que antes no ha publicado de forma gratuita la misma tesis dividida en capítulos como si fueran artículos independientes).
            Claro que, de las doscientas diecisiete obras, solamente las primeras ¿cinco? ¿Siete? Son realmente importantes y el resto refritos de lo que ya fue dicho.
            Claro que, de los cuentos de los trenes, ¿cuáles son los importantes? ¿Los clásicos? ¿Los primeros en ser escritos? ¿Los últimos? ¿Quién lo dice? ¿Por qué?
            Tras tanto esfuerzo solo queda el desmayo de la creatividad y la sensación de que allí no hay nada más para decir, ni para agregar y ni siquiera la forma particular de narrar un acontecimiento es lo que amerita la lectura de lo que queríamos escribir. Porque si yo hoy, agosto de 2015, quisiera narrar la cólera de Aquiles, sería incapaz de evitar cualquier comparación con el poema homérico. Y si quisiera contar mi vida de escritor con tintas cargadas de frustración contra la (supuesta) industria editorial, la ausencia de verdaderos editores en Argentina en los últimos veinte años, y mi colección de rechazos nacionales e internaciones, a nadie más que a mí mismo le resultaría interesante. Pero como yo mismo soy quien vive mi vida, de nada valdría la pena contarme algo en lo que soy el propio protagonista.
            Ya lo sé, mucho pensar para una semana que se pretendía de descanso.
            En fin, la vieja de las cartas que mencioné hace unas semanas, desapareció de la faz de la tierra. Su tugurio estaba cerrado y vacío de tal modo que parecía que allí nunca hubiera habido nada. Sé que no me la imaginé.
            Sé que no me habría dicho nada que no supiera de antemano.
            Y sé, también, que me ahorré unos cuantos pesos.

Buscando una referencia de último minuto en la biblioteca pública...

7 comentarios:

Martha Barnes dijo...

!Bueno,bueno,a no desmayar!!!!Lo tuyo no es fácil, pero confia que vas a poder,con tranquilidad ,,no amontones tus ideas,,, con fe y paciencia,simplifica tus estudios , de lo contrario vas a encontrarte como en la foto,!Pensá que otros pudieron y salieron adelante ,Quizás con menos juventud y talento,Te mando un abrazo de yetiMartha

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Escribir sobre historia es más arduo de lo que pensaba.
Y lo bueno de los clásicos con cientos, sobre todo con miles de años, es que se puede tomar descaradamente la historia, sin ser acusado de plagio. Y el idioma no es el mismo, lo que influirá en que el estilo sea distinto. y la comparación con Homero tendrá la dificultad de no estar probada su existencia. Y ha aparecido alguna teoría afirmando que La Odisea es la obra de una mujer.
Y la influencia es inevitable y deseable. Está el recurso de referirse deliberadamente a los tópicos que otros han usado una y otra vez, como intertextualidad.
Muy interesante esta entrada, colega demiurgo.

Ningun Records dijo...

que gracioso lo del banner en construccion

Ripley dijo...

qué tal vas con tu escritura? yo me he dejado llevar y la historia sale casi sola. sobre la tesis, yo la acabé dejando, perdí la motivación

mikkonoss dijo...

Ah... Tesis
Hace un año escribía "διατριβή":
"...anys per crear-la i una hora per defensar-la,
no la van atacar
avui vaig pujar un graó
encara no se que hi ha a dalt..."

y el exorcista que pedías hubiera dicho:
"...años para crearla y una hora para defenderla,
no la atacaron
hoy subí un escalón
aunque no se que hay arriba..."

...Valor, que se puede.
Eso si... te duermes con ella,
y sueñas con ella, y te despiertas con ella.

Es como... un gran amor.
o una pesadilla.

BEATRIZ dijo...

Y falta considerar que la historia ha pasado por filtros juiciosos sobre lo que realmente sucedió y lo que conviene contar. Por eso la historia es uno de los mejores materiales de ficción.

Usted dirá lo que quiera, pero no es la palabra lo que le falla a usted, para muestra esta abundante deliberación, es más bien la etapa de madurez por la que uno atraviesa lo que accede o niega la creatividad. Una batalla campal entre lo que uno quiere y piensa y lo que nos figuramos que el mundo necesita.

Mejor escribir la realidad.


Saludos y feliz media semana.

la MaLquEridA dijo...

¿Y todos los escritores se han chutado lo que dices para escribir bien según? Me parece te exiges demasiado pero no me hagas caso, yo de escribir së nada.

Un abrazo