¿Qué tal? ¿Cómo está usted? Me presento, soy un
completo desconocido, al igual que usted lo es para mí. Aunque quizás un poco
más o un poco menos, nunca se sabe; pero es cierto, somos desconocidos.
Tenemos
nuestros motivos para serlo. Usted no sabe quién soy, qué hago para vivir,
dónde fui de vacaciones en los últimos cinco años, si tengo antecedentes
penales o alguna enfermedad de las que nadie quiere escuchar hablar ni ver
fotografías. Algo que, por suerte, ignoro también de usted.
Si
escribí la mejor novela de mi generación, si compuse una obertura genial para
una opera inigualable, usted nunca lo sabría. No porque lo haya hecho en
secreto, sino porque nuestras vidas corren por senderos divergentes. Tan
extraños entre sí que de no habernos cruzados hoy aquí, nada cambiaría ni para
usted ni para mí. Nada, así como lo oye y de seguro querrá negarlo de una forma
u otra.
Ignoro
si usted es un científico experto en regeneración muscular, un respetado
criminólogo, un depredador sexual o un extraterrestre disfrazado de otra cosa
con el fin de quedarse con los recursos naturales que llamamos nuestros pero
que realmente son del planeta. Porque, el saberlo, en nada influye en mi forma
de actuar ni de pensar.
Coincidimos
casualmente aquí, en este mágico momento que acabará cuando uno de los dos
descienda del ómnibus, sea quien sea quien se vaya primero, lo mismo da. Nada
habrá cambiado para ninguno de los dos. Porque no me interesan sus hijos, sus
mascotas, sus pequeños logros ni sus miserias. Y sé que lo mismo se repetirá a
la inversa.
Continuemos,
pues, con lo que cada uno venía haciendo, evitando las innecesarias
exposiciones de nuestro yo que anhela un mayor espacio para el ego golpeado y
derrotado por amar a quien no nos corresponde en el sentimiento, por envidiarle
el progreso de quien nada hace, por admirar a quien no lo merece y anhelar una
vida mejor. Son cosas suyas que sólo le importan a usted, no a mí, por más que
tenga intenciones de gritarlas a los cuatro puntos cardinales.
El
rostro es una máscara tras la cual nadie sabrá nunca qué se esconde. Quizá ni
siquiera usted mismo lo sepa. Pero a mí sólo una cosa me importa, que cuando me
levante de mi asiento y le diga:
—Permiso.
En
mi camino hacia el descenso del ómnibus, sea usted lo suficientemente educado
para hacerse a un lado respondiéndome:
—Adelante.
O
alguna cosa parecida y ambos volveremos a nuestro preciado, e indispensable
para la vida actual, anonimato.
7 comentarios:
Querido amigo. Los años no vienen solos,traen experiencias .Vos sabes que me rompí la cadera y ahora soy biónica jaja,,,pero esa no es la cuestión,Desde que salgo con el andador,muchísima gente ,jóvenes y no tanto,se han ofrecido para ayudarme.!Es maravilloso que la gente actúe así y me sorprende gratamente.Yo renegaba de mis congéneres, pero me di cuenta que no se puede poner a todos en la misma bolsa.Si te interesas por otro ser ,es raro que te "gruña" aunque se da ,algunas veces el caso. Bueno ésa es mi opinión,y es mi experiencia. Un beso Martha
El anonimato como protocolo para el respeto mutuo.
Tal vez sea suerte no volverse a encontrarse con esos anonimos, aunque hay otros anonimos con que encontrarse.
Por otro lado, hay afinidad con gente a la que no se encuentra, salvo en forma virtual.
No te conozco, no sé quién sos y sin embargo te leo porque casi siempre, dije casi, tu textos, como el de hoy, me resultan interesantes.
Buen finde.
mariarosa
Me hizo recordar esas lacrimales tragedias que narran los "estudiantes", abuelitos y nuevos mendigos que entran a los autobuses del transporte público, esperando que sus relatos (que recuperan la tragedia griega) ablanden el corazón y bolsillo de los pasajeros.
Gracias, como siempre, mis anónimos amigos. De no ser por sus visitas, ¿qué sería de este tan oscuro blog?
Nos leemos,
J
Me encantó, José, lo que dice y cómo está narrado. A veces los egos se suben a esa ilusoria pirámide de jerarquías y desde allí andan mandando o exigiendo a los otros, como si tener una escala de valores determinada, estableciera tener la escala "correcta".
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