domingo, 14 de junio de 2015

El Pensador


Rodeado de gente, de todos los tamaños y credos, intentaba llegar al trabajo en el transporte público. Sabía que estar allí, a esas horas, con riesgo de lograr un retraso, era sólo culpa suya por haberse quedado dormido. Él no hacía ese tipo de cosas, siempre salía con tiempo de sobra y llegaba una hora antes a la oficina, al menos a la puerta de la misma, para desayunar en la cafetería de allí cerca. Pero, esa vez, se había dormido y, por ende, hoy no habría desayuno, al contrario, tendría que correr para llegar a tiempo y cumplir con todas las exigencias.
            Y el transporte que tardaba tanto. ¿Por qué? ¿Qué problema existía en la autopista que impedía al ómnibus alcanzar la velocidad de crucero habitual con la que atravesaba la ciudad? ¿Por qué hablaba tanto y tan alto la gente que le rodeaba que apenas si escuchaba sus propios pensamientos? ¿Era siempre así? Imposible saber porque nunca más volvería a quedarse dormido. Prefería dormir menos y viajar a su ritmo que hacerlo de ese modo tan incómodo.
            Continúan hablando, de cualquier cosa, en todas las lenguas, como si tuvieran algo importante para decirse cuando allí no había nada qué decir; claro que cualquier diálogo era la pura acumulación de palabras huecas y frases hechas repetidas hasta que perdían cualquier posible sentido.
            Lo mejor, entonces, en ese contexto, lo sabía, era poner en funcionamiento el anulador de sonidos que siempre llevaba consigo y generar una burbuja de tranquilidad sobre sus oídos. Podría, entonces, ocuparse de sus pensamientos sin interferencias de ninguna clase.
            Increíble que hayan diseñado algo semejante, pensó revisando su bolsillo buscando el diminuto aparato que, con sólo presionar un botón, lo aislaría de su entorno. Ojala que le hayan dado algún tipo de premio a su creador, pensó también, si es que no lo han hecho ya. Sí señor, la mejor invención del hombre desde los familiares deshidratados que con medio litro de agua y el sobre con la mezcla adecuada te salvan la existencia.
            Estaba quedándose sin bolsillos dónde buscar, aún faltaba más de la mitad del trayecto y toda esa gente a su alrededor que no dejaba de parlotear. ¿Dónde había puesto el maldito aparato? ¿Dónde?

6 comentarios:

la MaLquEridA dijo...

Quiero un anulador de sonidos, preciso uno cuando sin remedio debo viajar en el transporte urbano.
¿Dónde dice que los venden?


Un abrazo

Darío dijo...

Ojalá pudiésemos todos acceder a esa divina burbuja... UN abrazo.

Martha Barnes dijo...

Me gustó esta histora Cariños Martha

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

¿Hay alguno para sonidos internos? Lo digo por mi tinitus, ese zumbido que me acompaña permenentemente.

Esilleviana dijo...

Desde luego, un excelente invento: un anulador de sonidos que generaba una tranquilidad sobre sus oídos. Genial!! Me lo apunto porque me resulta muy original.

un abrazo :)

José A. García dijo...

Como siempre, y como soy incapaz de decir otra cosa, muchas gracias por sus visitas y comentarios. Algunas reflexiones que se me ocurren mientras paso horas en el ómnibus de una punta a la otra de la ciudad y que no pude evitar en transformar en algo que intenta ser literario.

Y sí, ojalá alguien tomara la idea y la volviera una realidad.

Saludos y suerte para todos.

J.