Rodeado de gente, de todos los tamaños y
credos, intentaba llegar al trabajo en el transporte público. Sabía que estar
allí, a esas horas, con riesgo de lograr un retraso, era sólo culpa suya por
haberse quedado dormido. Él no hacía ese tipo de cosas, siempre salía con
tiempo de sobra y llegaba una hora antes a la oficina, al menos a la puerta de
la misma, para desayunar en la cafetería de allí cerca. Pero, esa vez, se había
dormido y, por ende, hoy no habría desayuno, al contrario, tendría que correr
para llegar a tiempo y cumplir con todas las exigencias.
Y
el transporte que tardaba tanto. ¿Por qué? ¿Qué problema existía en la
autopista que impedía al ómnibus alcanzar la velocidad de crucero habitual con
la que atravesaba la ciudad? ¿Por qué hablaba tanto y tan alto la gente que le
rodeaba que apenas si escuchaba sus propios pensamientos? ¿Era siempre así?
Imposible saber porque nunca más volvería a quedarse dormido. Prefería dormir
menos y viajar a su ritmo que hacerlo de ese modo tan incómodo.
Continúan
hablando, de cualquier cosa, en todas las lenguas, como si tuvieran algo
importante para decirse cuando allí no había nada qué decir; claro que
cualquier diálogo era la pura acumulación de palabras huecas y frases hechas
repetidas hasta que perdían cualquier posible sentido.
Lo
mejor, entonces, en ese contexto, lo sabía, era poner en funcionamiento el
anulador de sonidos que siempre llevaba consigo y generar una burbuja de
tranquilidad sobre sus oídos. Podría, entonces, ocuparse de sus pensamientos
sin interferencias de ninguna clase.
Increíble
que hayan diseñado algo semejante, pensó revisando su bolsillo buscando el
diminuto aparato que, con sólo presionar un botón, lo aislaría de su entorno.
Ojala que le hayan dado algún tipo de premio a su creador, pensó también, si es
que no lo han hecho ya. Sí señor, la mejor invención del hombre desde los
familiares deshidratados que con medio litro de agua y el sobre con la mezcla
adecuada te salvan la existencia.
Estaba
quedándose sin bolsillos dónde buscar, aún faltaba más de la mitad del trayecto
y toda esa gente a su alrededor que no dejaba de parlotear. ¿Dónde había puesto
el maldito aparato? ¿Dónde?
6 comentarios:
Quiero un anulador de sonidos, preciso uno cuando sin remedio debo viajar en el transporte urbano.
¿Dónde dice que los venden?
Un abrazo
Ojalá pudiésemos todos acceder a esa divina burbuja... UN abrazo.
Me gustó esta histora Cariños Martha
¿Hay alguno para sonidos internos? Lo digo por mi tinitus, ese zumbido que me acompaña permenentemente.
Desde luego, un excelente invento: un anulador de sonidos que generaba una tranquilidad sobre sus oídos. Genial!! Me lo apunto porque me resulta muy original.
un abrazo :)
Como siempre, y como soy incapaz de decir otra cosa, muchas gracias por sus visitas y comentarios. Algunas reflexiones que se me ocurren mientras paso horas en el ómnibus de una punta a la otra de la ciudad y que no pude evitar en transformar en algo que intenta ser literario.
Y sí, ojalá alguien tomara la idea y la volviera una realidad.
Saludos y suerte para todos.
J.
Publicar un comentario