domingo, 31 de mayo de 2015

El Soñador


Como cada noche antes de dormir, recorrió las citas que extrajera del libro que estaba leyendo, El ateismo para principiantes; regalo por ser cliente frecuente de la tarjeta de crédito. Aún sabiendo que el Autor del libro únicamente estaba interesado en el dinero y no por la trascendencia repasó las frases sintiéndose un poco menos solo.
            Se acercaba la hora en la que la energía de su cuerpo se agotaba por completo; poco más podía hacer, la edad, como muchas otras cosas, era irreversible. Como el peso sobre sus párpados.
            Conociendo la situación en la que se encontraba, algo que, por más que lo intentara era incapaz de cambiar, pocas opciones le quedaban
            —Buenas noches —dijo en voz alta en medio de la habitación vacía. Intuía que, de una forma u otra, ella estaría escuchándolo, como siempre lo hacía.
            Abrió la puerta del armario, lo justo para entrar por una pequeña rendija ya que cerrarlo desde dentro era demasiado complicado. Tomó una de las perchas bucales, la colocó suavemente en su lugar y, con un pequeño salto, se colgó del travesaño del armario junto con la ropa de lluvia. Necesitaba dormir y recargar energías.
            Con un poco de suerte, nadie le molestaría en toda la noche y podría, una vez más, soñar con la chica de la piel color suave que viera en la calle la tarde anterior. Deseaba haber tenido, en esa oportunidad, en esa única oportunidad, la voluntad para hablar con ella pero, cuando lo pensó, ella ya no estaba allí.
            El silencio, una vez más, prevaleció. Y no sólo en su recuerdo, también en el armario. Sólo le quedaba recordarle y hablar, con ella, con todos en el mundo, en sus sueños, en su mundo privado que era, al final de cuentas, lo único que verdaderamente le interesaba.

3 comentarios:

José A. García dijo...

Después de todo, y al principio de cualquier cosa, el silencio, siempre el silencio.

Saludos

J.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Planteaste dos cosas interesantes.
La primera es si ateo puede buscar la trascendencia.
La segunda es lo de colgarse de un perchero para soñar una mujer, que no se pudo seducir por falta de decisión. Y saludarla por estar ella esperando en un sueño.
Dos hallazgos, colega demiurgo.

Martha Barnes dijo...

No entiendo el ateísmo,¿Podés explicarlo?Cariños
Martha