miércoles, 20 de mayo de 2015

El Acomodador

Se le hacía tarde, lo sabía porque tenía el reloj digital con grandes números en su muñeca para recordárselo. Por otro lado, era incapaz de dejar de mirarlo. Continuó recorriendo el pasillo del supermercado devolviendo a la góndola los productos que tenía en el carro. Con pasos torpes repasaba cada sector porque ignoraba lo que había en cada estante y no quería, tampoco, tener que retroceder en su deambular.
            La hora transcurría en su lento camino de minutos. Afuera aún caía la misma lluvia torrencial como aquella que le indujera a ingresar allí, al templo del consumo, por primera vez cuando niño.
            En el extremo de uno de los pasillos vio a uno de los empleados del lugar hablando con el encargado de la seguridad; no le dio mucha importancia ya que siempre hacían lo mismo, se detenían a hablar entre ellos cuando había mucho trabajo por hacer. Lo pensó mientras dejaba uno de los paquetes del carro nuevamente en la estantería sin mirar a los lados, evitando llamar la atención.
            Lo que hablaran entre ellos escapaba a sus preocupaciones; lo sabía, pero igualmente le molestaba la falta de dedicación en el trabajo.
            Tampoco le importó que ambas personas, los dos hombres que no dejaban de hablar entre sí, se acercaran hacia él sin dejar de mirarlo, como estudiándolo con precaución.
            —Señor —le dijo el de seguridad.
            —¿En qué lo puedo ayudar? —le preguntó sonriéndole.
            —Usted no trabaja aquí —dijo.
          —¿Es una pregunta o una afirmación? —le preguntó nuevamente.
            —Voy a tener que pedirle que deje el carro como se encuentra y que si necesita comprar algo lo haga de la misma forma que el resto de los clientes.
            —Y que nos deje hacer nuestro trabajo —agregó el empleado del supermercado desde atrás del otro hombre, como si quisiera protegerse—. Este carro no le pertenece, son las devoluciones de otros clientes del mercado.
            —Pero estaba solo… nadie le hacía caso… nadie se ocupaba de vaciarlo —respondió tartamudeando.
            —Señor, usted no trabaja aquí —repitió el de seguridad—. Si no va a comprar, le pido que se retire del local.
            —Estoy haciendo el trabajo que les corresponde a ustedes —dijo señalando al empleado del mercado—. Deberían agradecérmelo, no reprochármelo.
          —Señor… —dijo el de seguridad señalándole la puerta y buscando con la otra mano un arma inexistente en su cinturón, como un gesto muchas veces repetido e igualmente inútil.
            Dejó el carro en medio del pasillo, volviéndose lentamente hacia la puerta de salida. Sonrió a la cajera que siempre esperaba para que fuera ella quien le cobrara su pobre compra diaria, vestía hoy una flamante funda de piel azul y le miraba sin comprender lo que sucedía; saludó a la cámara de seguridad que lo observaba con su ojo de cíclope sobre la puerta y salió, otra vez, a la lluvia.
            La misma lluvia de la misma agua sucia de los últimos años y él, vestido de blanco, sin entender la mirada de sorpresa de la cajera ni el por qué de sus lágrimas.

8 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

¿Cómo habrá llegado ahí?
¿A que se deberá la sorpresa de la cajera y sus lagrimas?

fany sinrimas dijo...

Hola, José Antonio.He leído con interés este curioso relato,con un protagonista original , a través del cual me llega el hastío de ver, impotente, la falta de seriedad en el trabajo y la complicidad de los servicios de seguridad.

Hay conductas poco éticas generalizadas, enquistadas en la sociedad desde hace tiempo; no son cosas de un solo país sino de buena parte del mundo.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Bien tirado

taty dijo...

El mundo sería mejor si nos diera por cumplir el deber laboral del otro. Nos daríamos cuenta bien rápido de que la burocracia nos sobra por todos los rincones.

Abrazos.

Bertha dijo...

Muy interesante y sigo disfrutando de tus letras. Antes que nada gracias por tu amabilidad.

-Se me antoja que el protagonista de esta entrada es una persona mayor y que ha sido siempre un buen trabajador, o una persona socialmente correcta.-Las lágrimas son por la impotencia de ver que nadie siente respeto o afecto por nada ni por nadie...Y esto es, un poco el reflejo de esta sociedad tan egocéntrica y egoísta.

Un relato que invita a pensar.

Feliz día.

Martha Barnes dijo...

Creo que es un fantasma que vuelve al sitio que que conoce ,una y otra vez ,!Argumento para una historieta!!!!Cariños Martha

Juanjo dijo...

Tetrico texto

José A. García dijo...

Gracias por las diversas opiniones y los comentarios que despertaron éste texto. A veces parece que escribo cosas que pueden resultar interesantes para los demás sin darme cuenta. Ojala me salieran así más seguido.

Saludos

J.