domingo, 3 de mayo de 2015

La Profesora


La clase era el mismo circo que las veces anteriores. Imágenes holográficas mezcladas con la gente real que, a despecho de los adelantos tecnológicos, continuaba prefiriendo encontrarse con sus semejantes.
—¿Leyeron lo que era para hoy? —preguntó, al grupo, la profesora.
El mismo tumulto de siempre, un general e impersonal, fue la respuesta que obtuvo.
—Alguien quiere hacer algún comentario.
Por supuesto nadie dijo nada al respecto, quizá por miedo a ser individualizados, quizá por otra razón, ni siquiera la alumna de siempre. Le costó reconocerla con su flamante funda de piel azul, pero sí, era ella, esos ojos seguían siendo los que siempre miraba. Hoy no sonreía, incluso parecía algo triste.
—Es un poco bastante cansador repetir siempre lo mismo. Son ustedes los que tienen que hablar y no escucharme monologar, por algo se trata de una clase práctica. ¿Nadie quiere marcar la diferencia? —preguntó sin mirar a nadie en particular.
—El texto podría resumirse en una frase —dijo un alumno del fondo y continuó pretendiendo sonar enigmático—. No vivamos de falsas esperanzas.
—Bien. Pero, ¿por qué crees eso? —preguntó la profesora.
—El sentimiento implícito en las palabras es el desasosiego permanente de vivir en nuestra sociedad tecnológica, se lo ve a diario, quien sabe hoy lo que era trabajar en el siglo veinte. Ahora basta una pantalla de televisión para guiar los movimientos de las grandes industrias. El hombre como herramienta de su trabajo se ha extinguido, el hombre como animal social a mi parecer le sigue en la lista —concluyó el alumno.
—A mi entender —dijo otra voz sumándose a la charla—, el autor está diciendo que debemos darnos cuenta de las cosas, no olvidarnos de lo que logramos pero tampoco lo que costó conseguir lo que hoy tenemos.
Cuando quiso darse cuenta, tenía un debate instalado en plena clase, lo que tanto deseaba por fin había sido logrado. Pudo haber sonreído con suficiencia pero, por las dudas, no lo hizo.
—Al decir que la vida es una sucesión de cambios, y morir es sólo eso, esta diciendo que lo mismo da estar o no estar. Si falta un campesino en el noroeste de Asia no me doy cuenta, y si el que falta soy yo ese campesino es quien no se da cuenta —dijo en voz alta uno de los alumnos que hasta ese momento nunca hablara en las clases.
—Es un ciclo de insaciable voracidad que nunca termina.
En ese intercambio de palabras más o menos acaloradas, los físicamente presentes se entretuvieron la hora y media del curso. Desde sus lugares las estáticas imágenes pugnaban por tomar posiciones pero, por suerte,  la tecnología aún no llegaba a tanto.
Se dieron cuenta de la hora cuando se encendieron las luces de la calle, estaban todos acalorados, por suerte la discusión no pasó a mayores, el hombre seguía siendo civilizado por el miedo a los otros.
—Para la próxima clase vuelvan a leer el texto y continuamos con la discusión que, por hoy, fue muy fructífera —dijo la profesora a modo de despedida e intuyendo que la próxima sería la clase más concurrida, aunque no lo dijo en voz alta para no desilusionarse demasiado cuando no ocurriera de ese modo.
—Al final tuviste lo que tanto querías —dijo la alumna de siempre cuando salieron.
—Fue tan emocionante...
Las luces del edificio se apagaron, todas, ni siquiera las de emergencia se encendieron. El pánico cundió por los que aún se encontraban allí dentro. Pero no fue más que unos segundos; como un parpadeo demasiado largo, en el que nos demoramos en volver a abrir los ojos, las luces regresaron tan rápido como se fueran segundos antes. Solamente el susto, breve pero intenso persistía
La alumna de siempre señaló la salida con las manos, como una invitación tácita, como algo habitual.
—¿Qué estaba diciéndote? Ah, si, que bien te sienta el azul.
—Sabía que te gustaría —sonrió la alumna de siempre satisfecha por lo que acababa de escuchar.

3 comentarios:

Darío dijo...

Conmovedoras las texturas de la existencia. A veces me rebelo, como todos, y pienso que no se puede terminar todo con la muerte. UN abrazo.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Repentinamente sospeché que los hologramas son mentes trasnsferidas a una computadora, como una forma de burlar a la muerte. Y que tal vez no lo sepan, mientras plantean la idea del desosiego, de la muerte.
Y mientras hablan que otros no se enterarían de sus muertes, tal vez ellos mismo no se enteraron de sus propias muertes.

Juanjo dijo...

que bien escribes